Los mismos compositores, el mismo director, Essa-Pekka Salonen, y el mismo extraordinario conjunto, la Philharmonia Orchestra de Londres, nos dieron otra velada musical extraordinaria e inolvidable.

La suite de El mandarín maravilloso, de Béla Bartok, tuvo una interpretación tan viva y expresionista que casi sobraba el resumen del argumento que figuraba en las magníficas Notas al programa de Guillermo García-Alcalde, pues toda la interpretación fue casi una visualización del extraño y, para aquel tiempo, sumamente inmoral, ballet. Se podía percibir el alboroto de la calle, las insinuaciones de la prostituta y todo ese mundo sórdido de esa historia.La Orquesta lució, bajo la batuta de su director, toda la gama de sonidos de una Orquesta moderna, con intervenciones magníficas de todos sus componentes, aunque sería de justicia destacar el magnífico canto del clarinete, perfecto en su pastoso sonido y su cantabilidad, y, sobre todo ese especial equilibrio sonoro de esa soberbia Orquesta, en la que siempre, en todos sus fortes, podemos distinguir todas sus familias perfectamente. Fue una media hora de música que seguro a muchos descubrió un compositor no muy interpretado por estos lares.

Y con Bartok otra B: Beethoven en una de sus cumbres sinfónicas, su Séptima Sinfonía, para mí la más equilibrada de su colección, que tuvo una interpretación inolvidable pues desde ese pórtico misterioso del Poco sostenuto inicial, la música iba desgranándose como si nopudiese ser de otra manera, con ese ritmo que la domina enteramente y así la irrupción del Vivace inicial fue algo extraordinaria, tan es así que agradecí mucho la repetición de la introducción. No sé si es la mejor versión que he oído pero recordaré durante mucho tiempo el Allegretto, sobre todo el pasaje central, lleno de cantabilidad, con un contrapunto de ensueño, y ese diálogo de maderas y cuerdas con que termina; su magnífico Scherzo, pleno de fuerza y ritmo, pero marcando muy bien ese Assai meno Presto que exige la partitura para el Trío, que sonó como un canto religioso y que nos sirvió de remanso después de tanta energía. El Final, que alguien ha bautizado como una gigantesca Coda, culminó esta audición con una conclusión llena de brillantez, extraordinariamente rápida pero sin sin perderse una nota,pues toda la Orquesta sonó fuerte, pero sin distorsionar el sonido.

La segunda Obertura de Leonora, también de Beethoven, abrió el concierto con una gran interpretación...y un pequeño fallo del trompeta interno y que sirvió para convencernos de que esta Orquesta es de este mundo.

La ovación interminable nos trajo como regalo el Vals triste de Sibelius, auténtico alivio para la exhuberancia beethoveniana.