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Tamaraceite durante el siglo pasado olía a millo recién tostado, desde que cogías la entrada a Tamaraceite por el Puente, o si venías del Norte, casi desde la Cruz del Ovejero, dependiendo de donde viniera el viento. El gofio fue un alimento básico para los isleños desde época prehistórica. En principio solo se conocía el gofio de cebada, que tostaban en recipientes de barro y lo molían en molinos de piedra basáltica porosa. Con la llegada en el siglo XVI del millo, procedente de América, su uso se extendió a todas las capas sociales, convirtiéndose en la época de la posguerra en uno de los bienes más preciados para los canarios. En Tamaraceite, como en muchos pueblos y barrios de Canarias, durante la posguerra, fue un alimento esencial que los vecinos iban a buscar a los propios molinos. El Molino de San Antonio de Tamaraceite fue un lugar especial que todavía permanece en la retina de los que peinamos canas por las imágenes y los olores que nos dejó grabadas y que hoy quiero compartir, gracias a la colaboración inestimable de uno de los molineros más importantes que ha tenido la industria harinera grancanaria, Antonio Juan Suárez Calderín, y que heredó esta profesión de su padre.
LP/DLP
Tamaraceite durante el siglo pasado olía a millo recién tostado, desde que cogías la entrada a Tamaraceite por el Puente, o si venías del Norte, casi desde la Cruz del Ovejero, dependiendo de donde viniera el viento. El gofio fue un alimento básico para los isleños desde época prehistórica. En principio solo se conocía el gofio de cebada, que tostaban en recipientes de barro y lo molían en molinos de piedra basáltica porosa. Con la llegada en el siglo XVI del millo, procedente de América, su uso se extendió a todas las capas sociales, convirtiéndose en la época de la posguerra en uno de los bienes más preciados para los canarios. En Tamaraceite, como en muchos pueblos y barrios de Canarias, durante la posguerra, fue un alimento esencial que los vecinos iban a buscar a los propios molinos. El Molino de San Antonio de Tamaraceite fue un lugar especial que todavía permanece en la retina de los que peinamos canas por las imágenes y los olores que nos dejó grabadas y que hoy quiero compartir, gracias a la colaboración inestimable de uno de los molineros más importantes que ha tenido la industria harinera grancanaria, Antonio Juan Suárez Calderín, y que heredó esta profesión de su padre.
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