Artenara responde al típico municipio canario, con un millar y medio de habitantes y que desde la Cumbre se eleva hasta los 1.800 metros de altitud. Pero, para muchos es desconocido que también tiene salida al mar. Apenas medio kilómetro de playa de características muy peculiares en un entorno rocoso, de difícil acceso, y con unas pequeñas calas de arena y piedra. Aislados de la civilización, dos jóvenes residen de forma permanente en Las Arenas, que sólo abandonan de forma ocasional para comprar los víveres que van escaseando.

"Yo aguanto poco tiempo fuera de aquí. Salgo cada mes, mes y medio, porque tengo que comprar o trabajar, pero enseguida estoy deseando volver. No puedo estar fuera". Arturo lleva 11 años viviendo en este recóndito paraje denominado Las Arenas. Tiene la apariencia de un náufrago, con su pequeña barba de unos días sin rasurar, sin camisa, unas bermudas corroídas por el paso del tiempo, chanclas de distinto par, y heridas en una pierna por ponerse unas botas altas la última vez que salió a La Aldea, como también un clavo que, dice, le colocaron tras caerse por la ladera cuando volvía a su casa.

Antes tuvo otros compañeros, pero desde hace un año las horas las pasa con Yamil, su perro Chispa y algunos jóvenes que de vez en cuando, sobre todo en estos meses de verano, se hospedan en una de las cuevas horadadas entre las arenas. Precisamente, ese día tenía compañía de jóvenes de La Aldea y Gáldar.

Llegar a este rincón resulta a todas luces complicado. Casi una hora caminando desde la carretera de La Aldea, y tres cuartos de hora en barco saliendo desde el puerto de Agaete.

Una bandera española raída por el fuerte viento de la zona da la bienvenida desde lejos sobre el traqueteo de la embarcación, junto a tres casetas bien tapadas y una malla que oculta, según sabemos después, gallinas. "Cuando ganó España el Campeonato de Europa de fútbol comenzamos a correr con la bandera que teníamos guardada como locos por toda la playa. La colocamos, y desde entonces no la hemos quitado". El color arenoso de la playa de Artenara contrasta con los acantilados del Andén Verde. Bajar resulta complicado, y las mareas no siempre lo permiten.

Arturo muestra la amabilidad de quien recibe a un huésped después de un largo viaje. El primer ofrecimiento es el agua fresca, que tiene en la nevera junto al pescado y algunos alimentos básicos. Sí, sí, aquí también hay nevera, una vieja tele y luz. No es que llegue la electricidad, como es normal, sino que dispone de motores que garantizan la electricidad. Y es que aislados no quiere decir incomunicados, ya que tienen cobertura para el teléfono móvil, aunque a veces haya que buscarla.

La comida está garantizada. El mar ofrece viejas, pulpos, lapas... que se lanzan casi sin control sobre el anzuelo. Esto demuestra que la costa está escasamente esquilmada por la presencia humana. De ahí que en el caldero queda aún ropa vieja con pulpo y los calderos llenos de grandes peces. Y poco más allá, estos vecinos de Artenara tienen hasta un naciente de agua, salvo cuando sube la marea y se mezcla el mar con agua de la Cumbre. Cuando pasa eso "hay que dejarla purgar".