Empiezas a regar y de repente: compresas, preservativos, papel higiénico y lo que lleva el papel, ya sabe usted". La explosión inmobiliaria en territorio rural repercute a pie de surco. No pocas empresas constructoras, "por ahorrarse 30 euros", explica Antonio Hernández, propietario de una finca de plataneras en Bañaderos. "Terminan de hacer sus edificios, enchufan sus cloacas en la primera tubería que ven y cuando llega el primer inquilino comienza la fiesta en las fincas". Así, y a partir de los restos que deja el agua en un estanque que actúa de filtro, se puede seguir con detalle la vida íntima del personal que ocupa la casa, con unos hábitos que, al parecer, no siguen las pautas del reciclaje y las formas en el inodoro, por el que se supone que solo habría que echar agua. El catálogo de residuos que en los dos últimos meses aparece en la base de las plataneras incluye hasta la intensidad de la actividad sexual de la noche anterior de un edificio recién estrenado un poco más arriba, en el Lomo La Palmita, El Trapiche, con una gama de preservativos anudados. Mismo nudo, mismo propietario.

Los técnicos de la explotación de Hernández han tenido que realizar un chequeo hasta dar con el infractor. Una tarea de método en la que se va inyectando colorante en las arquetas hasta que, más abajo en el depósito, aparece el tinte delator.

Y es que no solo se trata de un delito medioambiental, según el Código Penal, que puede generar no sólo infecciones, sino pérdidas millonarias porque traba bombas, contamina agua, arruina suelo, se introduce en electroválvulas y puede intoxicar la fruta. En el Ayuntamiento "contestaron con un ya veremos". Ante la pachorra, Hernández ordena bloquear los empates. "Con mi fruta no se juega". Dentro de las casas, porque no se trata de un único edificio, siguen funcionando fregaderos y retretes. Hasta que aparece la espuma acera abajo. Y entre más belingo y más tránsito intestinal, más materia, hasta que rebose por el primer piso que es la hora de denunciar a la constructora.