Mis queridos hermanos y amigos: Cuando en un acto público te ves precisado a presentar a una persona que se dispone, por ejemplo, a pronunciar una conferencia, buscas en el currículum sus estudios y títulos académicos, los oficios o cargos desempeñados, la brillantez social y el peso público o popular del personaje. No es difícil que, aun habiendo hecho todo esto, te percates de que no has dado con el núcleo de la personalidad de quien pretendes presentar. Esa persona es mucho más que sus títulos, sus cargos y su peso social.

También puedes recordar los vínculos familiares o históricos que ligan a esa persona a los participantes en el acto: entonces recurres a subrayar sus apellidos o sus orígenes, tan entrañados en las familias locales, y en definitiva procuras mostrar que el personaje es algo realmente nuestro.

Y sin embargo, aunque una genealogía define muchos elementos de una persona, no somos el fruto automático de las generaciones que nos precedieron. Somos también el fruto de nuestras múltiples decisiones personales y, muy especialmente, fruto de la acción del amor de Dios en nuestras vidas.

Todo esto parece recordarnos en el día en el que celebramos el cumpleaños, la fiesta del nacimiento de nuestra Madre, la Virgen María, a la que veneramos como patrona con el nombre de Virgen del Pino, la lectura de la genealogía que nos presenta el Evangelio. En realidad es el árbol genealógico de su Hijo Jesús, y por línea paterna, la de José, presentado con sencillez como el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Raíces

Repasando esa genealogía, como hemos hecho en otras ocasiones, comprobamos cómo se entremezclan en los orígenes humanos de Jesús las más hermosas y heroicas grandezas con las más viles y abyectas miserias humanas. Son sus raíces, las raíces de Cristo, el que no se avergüenza de llamarnos hermanos, son las raíces de María, son nuestras propias raíces.

De esa pequeñez y de esa condición miserable nacerá el Jefe de Israel, el Sol de Justicia, nos recuerda el profeta Miqueas, el que pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor su Dios, el que será nuestra paz. Y el nacimiento de ese Sol, irá precedido por la aurora que lo anuncia y le da su calor y su brillo, la Madre María. Cuando oigamos cantar a nuestra Madre, reventando de alegría en el amor del Señor, oiremos de sus labios, el eco de estas palabras del profeta: El poderoso ha mirado la pequeñez de su sierva... Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Sí, no hay proporción entre los orígenes humildes o las raíces débiles y enfermas, y lo que la gracia y el amor del Señor puede hacer en el corazón y en la vida de quien pone en Él su confianza y funda sus pasos sobre la firmeza de sus caminos.

Sí, esto sí que define a nuestra Madre, María Santísima del Pino, desde el primer momento de su concepción. Su vida y sus palabras todas, sus deseos y sus hechos todos, tienen la firmeza de quien hunde sus raíces en la fidelidad de Dios, que la eligió para que fuera la Madre de su Hijo, y respondió con la docilidad y la disponibilidad de quien no se considera otra cosa que humilde esclava del Señor, abierta a que su Palabra se haga carne en ella, abierta a escuchar su palabra.

La firmeza y la fidelidad de la vida de nuestra Madre, que en seguida repasaremos, contrasta con la inestabilidad, los vaivenes, las indecisiones y la fragilidad de las opciones que hoy dominan en nuestro ambiente y nuestra cultura. Vivimos en la cultura de la inestabilidad, de la debilidad e inconsistencia de los criterios y los afectos, del usar y tirar, del decidir y olvidar.

Hemos vivido hace muy pocas fechas un acontecimiento eclesial que debe interpelarnos a todos con mucha seriedad: la Jornada Mundial de la Juventud. Creo que muchos lo hemos seguido, en vivo o por los medios, con distintas reacciones: alegría desbordante, sorpresa, profunda sintonía, admiración, e incluso algunos, realmente pocos, con repulsa e indignación.

Como creyentes creo que debemos sentirnos interpelados, afectados por su dinámica y cuestionados por sus ideas y planteamientos. El resumen es bien escueto: un anciano de 84 años, de nombre Benedicto XVI, convoca a una gran multitud de jóvenes, entre un millón y medio y dos millones, del mundo entero, escucha y acoge sus inquietudes y sus interrogantes, y en tono sencillo y humilde, les habla de cómo la cultura en la que viven les impulsa a la inestabilidad y les invita a encontrar la firmeza en Cristo, viviendo arraigados y cimentados en Él, firmes en la Fe.

Los jóvenes del mundo entero y el Santo Padre en Madrid nos han anunciado el Evangelio de la Esperanza con su presencia y sus actitudes. Todos nosotros, pero especialmente los jóvenes, estamos viviendo una cultura de total inestabilidad, en la que no se encuentran las referencias que muestren caminos consistentes de futuro, certezas grandes y firmes, dignas de proporcionar sentido y significado a la vida. Desgraciadamente nosotros los mayores, con nuestros discursos, con nuestras decisiones y actuaciones, con nuestros ejemplos, hemos dejado a las jóvenes generaciones un mundo de referencias que no se tiene de pie. En el ámbito del trabajo, o no existe para los jóvenes en porcentajes alarmantes, o el que existe es temporal, o el que se consigue, fijo o temporal, no corresponde en muchas ocasiones a la preparación académica o profesional que se ha adquirido, poniendo en crisis el sentido de los esfuerzos realizados.

En el campo del amor, reina la confusión general. Se banaliza el amor y la sexualidad, se piensa en categorías puramente emocionales, y por consiguiente con etiquetas de caducidad. Se ha perdido el concepto de matrimonio, y no se considera como algo firme y estable que ha de permanecer. La infidelidad, las separaciones y divorcios, los fracasos matrimoniales afectan a los criterios con los que van creciendo e incorporándose a la vida social los jóvenes de hoy. La fe y la vida cristianas, que podría y debería vivirse como el ámbito de la coherencia y la constancia, está marcada por tantas entradas y salidas, tantas debilidades y pecados, que aleja a muchos de su adhesión.

Fenómenos

La permanencia de las catequesis recibidas en la infancia, la adolescencia o la juventud, la continuidad e influencia en la vida de la formación cristiana recibida en colegios e institutos, la abundancia de manifestaciones religiosas que no van acompañadas de identificación interior y de coherencia exterior de vida, son algunos de los fenómenos que hemos de afrontar con toda honradez.

Y por último, el ámbito de la ética o la moral. ¿Hay principios, criterios y normas estables? ¿Dónde se fundamentan? ¿En principios naturales accesibles a todos, en consensos legales, en modas aceptadas con mayor o menor unanimidad? ¿Podemos dar razón de nuestros convencimientos, si es que los tenemos? ¿Los teníamos también ayer idénticos, y los tendremos mañana, o los cambiaremos por otros? ¿Respiramos y transmitimos certeza o perplejidad, duda y vacilación? Hay en Las Palmas un ejemplo de cuanto estoy diciendo que es todo un signo identificador de la cultura que respiramos.

En la pared de la colina que atraviesa el túnel de Julio Luengo entrando por la carretera del Norte, alguien escribió hace mucho tiempo un lema con grandes letras: Nada es verdad. Todo vale. Así quedó durante muchos meses hasta que una mano creyente añadió dos palabras nuevas colocándolas delante de las ya escritas: Sin Dios. Ahora, ha quedado, pues, de esta forma: Sin Dios, Nada es verdad. Todo vale.

No me digan que estoy poniéndome sombrío en exceso o que hablando así no puedo abrir los corazones a la esperanza. Soy consciente de la enorme cantidad de personas que son firmes en su rectitud y honradez y nos dan ejemplo de ello, desde su fe en Cristo, o desde sus convicciones racionales, pero creo que es mi deber invitar a todos a reaccionar frente a tanta inestabilidad y falta de firmeza, y a poner algo o mucho por parte de cada uno.

¿Tengo una palabra positiva, tengo una buena noticia que ofrecer? Sí, la propuesta de Benedicto XVI a los jóvenes en Madrid es precisamente esa buena noticia, el Evangelio. Ha invitado a los jóvenes a buscar y encontrar a Cristo, a dejarse encontrar por Él, porque Cristo -ha dicho a cada uno- te ama. Merece la pena vivir arraigados, con raíces en Cristo, de quien se recibe el alimento que nutre la planta de nuestras vidas, y la fuerza que nos mantiene en pie resistiendo los vientos y las tempestades.

Merece la pena poner en Cristo los fundamentos de los propios criterios, palabras y comportamientos, y mantenerse firmes en su Palabra que da Vida. Nuestra Madre María es la creyente que ha asentado su vida sobre el cimiento de la fidelidad de Dios, y por ello ha encontrado en Cristo, su Hijo, la firmeza de una vida que canta con alegría las grandezas de Dios.

Cuando sabe que su hermano, su pariente Isabel, está en dificultad y necesita ayuda, no duda en ponerse en camino con prontitud y permanecer cerca mientras dura el problema. Cuando invitada a una boda advierte que se acaba la fuente de la alegría y de la fiesta, señala a su Hijo y dice con sencillez: Haced lo que Él os diga.

Y cuando todo se hace de noche, y aquel que ha dado sentido a su vida y a su misión, muere condenado y asesinado en una cruz, haciendo que todas las noches se junten, permanece de pie junto a su Hijo muerto, aceptando en silencio la noche y abriéndose a la esperanza de la nueva maternidad que su propio Hijo le anuncia: ¡Ahí tienes a tu hijo!

Y permanecerá junto a sus hijos siempre, en oración suplicante, como memoria y referencia viva de Jesús, como fuente de esperanza y fuerza para todos Necesitamos vernos incluidos en ese anuncio de nueva maternidad que Jesús hace a su Madre, y mirarnos y vernos como hijos de tal Madre, siguiendo la firmeza de sus pasos.

Ayuda

Como María ante su prima Isabel debemos advertir las dificultades de tantos hermanos que sufren, ponernos en camino con prontitud y permanecer cerca mientras duren los problemas. ¡Cuántas generosidades de ayuda se agostan por el cansancio del paso de los días, mientras las dificultades de los hermanos permanecen o se endurecen! Vuelvo a apelar a cuantos por nómina o por patrimonio están en condiciones de seguir ayudando a los necesitados.

No los olvidemos.

Siguen estando ahí. Vuelvo a llamar a la austeridad y a la sobriedad de todos, y en especial de los cargos públicos para que se vele y se atienda con preferencia la pequeñez de los débiles. Como María en las bodas de Caná, podemos señalar y mostrar a Cristo con el brillo de nuestras palabras y nuestras vidas invitando a seguir sus pasos, para que todos puedan encontrar en Él la fuente de la alegría y de la fiesta.

Y cuando nos encontremos en la noche de la oscuridad y/o hayamos perdido el norte, podemos buscar en María la firmeza y la fortaleza de la fe que ella tuvo en el Calvario, para abrirnos al coraje de la Esperanza, y al servicio de la Caridad.

Del Obispo, de los sacerdotes, de la comunidad creyente, de los políticos y los empresarios, de todos los que influyen en la vida pública, la sociedad, y en especial los jóvenes, necesitan que les ofrezcamos signos reales de esperanza.

Que nuestra Patrona, la Virgen del Pino, interceda por nosotros, para que Jesús su Hijo nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo.