"De las cosas que tienes, escoge las mejores y medita después cuán afanosamente las hubieras buscado si no las tuvieras". Esta meditación del emperador Marco Aurelio debería inspirar al alcalde Marco Aurelio, extrañamente acuciado por la prisa de abatir el Hotel Maspalomas Oasis. Hay nombres que hace falta saber llevar. Una de las mejores cosas del tejido turístico de San Bartolomé de Tirajana es el hotel nacido en 1965 del buen entendimiento de Alejandro del Castillo y los arquitectos Corrales, Molezún y De la Peña. Casi medio siglo después, la valoración internacional de esa obra en sus parámetros artístico y técnico, convierte el eventual derribo en un acto de barbarie, como lo sería, por ejemplo, echar abajo la Casa-Palacio del Cabildo Insular. Ambas compiten en representatividad histórico-artística, cada una en su función. Con desigual asenso, el Cabildo acaba de ser ampliado por necesidades funcionales, no aplastado. La creación original permanece y es una de "las mejores cosas que tenemos", siguiendo el pensamiento del césar-filósofo. Si dejásemos de tenerla sería estéril buscarla entre los escombros. Diecinueve siglos después de las Meditaciones de su tocayo, el alcalde sureño alude a la ausencia de cláusulas proteccionistas y a omisiones en los planeamientos que no hacen sino delatar un olvido indisculpable, si no intencionado. Ese discurso ha motivado un pavoroso empobrecimiento patrimonial que el gobierno insular intenta frenar y tendría que penalizar con dureza mientras quede algo digno de conservación. El mínimo castigo a tan culpable imprevisión es abrir un periodo de reflexión y debate sobre las opciones de ampliar el inmueble sin alterar su valor singular, como se ha hecho en el Cabildo (o mejor).

Si el alcalde escucha al glorioso homónimo, probablemente acierte a ver un Sur turístico mundialmente conocido por la vulgaridad de la mayor parte de los estándares alojativos y las violaciones del planeamiento urbanístico; es decir, por la banalidad sin alma de una ciudad portátil que se desplaza a medida que envejece, invadiendo suelo sin verdadera voluntad de rehabilitación. A esa mentalidad le queda un corto recorrido, porque el espacio es el que es y la reivindicación ecologista, por fortuna, crece. Lo alucinante es que la renovaciòn de la planta, con tanta tela que cortar, atente precisamente contra lo poco que merece ser conservado, como si de ello dependiera dramáticamente el resto. Es cierto que vivimos tiempos horribles y todas las inversiones son pocas, pero en el caso del Hotel Oasis nada hay que impida cambiar el chip de la demolición por el de la actualizaciòn y la ampliación controladas, respetuosas y previsoras de un futuro en el que lloraremos "afanosamente" por las joyas ahora despreciadas.

Sería irónico, pero extraordinario, que la empresa hotelera se anticipase al alcalde para aplazar y estudiar lo que éste presenta como inaplazable. Es lo que han resuelto bancos y cajas con los desahucios, dejando en evidencia la pasividad y la desgana política. Como escribió el emperador estoico, "quien huye de las obligaciones sociales es un desertor". Nótese que dijo sociales, no militares, ni económicas, ni políticas.