Leche, harina, calabaza, matalahúva, canela, limón, un pellizco de levadura y toneladas de ilusión: el Centro de Mayores de Agüimes se convirtió ayer por la mañana en una improvisada factoría de tortillas de carnaval de cara a la celebración del carnaval antiguo, que convocó durante la tarde del martes de carnaval a cientos de personas en la plaza del Rosario para poner en valor el espíritu de unas fiestas que ni siquiera la dictadura franquista consiguió hacer desaparecer del municipio. Sin prisa pero sin pausa, los cocineros acabaron la jornada con cerca de 2.000 sabrosas tortillas que endulzaron la noche.

El reloj marcaba las ocho y media de la mañana cuando Mari Nieves González Romero, Toñi Tarajano Medina y Salvador Borico González Ojeda, que desde hace más de una década dedican esta jornada a la elaboración del postre más tradicional de las carnestolendas canarias, montaron su cocina improvisada en la planta alta del centro de mayores. Los dos grandes fogones con paelleras rebosantes de aceite caliente y los ochenta litros de masa que presidían el espacio permitían intuir que algo grande se estaba cociendo -o friendo, en este caso- entre aquellas paredes.

El calor de los fogones convertía la conversación en un paseo por los recuerdos. "Cuando yo era chica mi madre y mi abuela hacían las tortillas en casa, pero entonces eran grandes y ocupaban todo el sartén", rememoraba Toñi con cierta nostalgia. En aquellos tiempos, comentaba Mari Nieves, los disfraces eran mucho más sencillos que ahora: "Yo me ponía el pantalón de mi padre con la chaqueta y la corbata, pero cuando llegábamos a la puerta de la sociedad teníamos que quitarnos la máscara para que comprobaran que éramos mujeres, porque así no teníamos que pagar entrada".

El punto de reunión era alguna de las tres sociedades recreativas que por entonces animaban la vida social del municipio. En ellas se concentraba a tanta gente que, como destacaba Borico, "el piso se movía". Eran momentos en los que se podía ligar con cierta libertad y en los que, parapetados tras el anonimato de las mascaritas, se gastaban todas las bromas que durante el resto del año no estaban permitidas. Con el paso del tiempo todos coinciden: "Aquella era una fiesta bonita y mejor que la de ahora".