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Un conduto de higo y cebadaFOTOGRAFÍA: JOSÉ CARLOS GUERRA

De BIC en BIC La Montañeta, Moya (10)

Un conduto de higo y cebada

Moya acoge en La Montañeta el granero más antiguo de Canarias

El yacimiento de La Montañeta aparece a la derecha de la subida a Moya, ya muy cerca del centro urbano de la villa, y lo hace con pinta de queso gruyere, una loma horadada que pasa desapercibida a pesar de que es considerado como uno de los graneros más grandes e importantes de la Canarias indígena, además de uno de los más significativos de las medianías de la isla, rivalizando con totems como el mismísimo Cenobio de Valerón, a tiro de piedra en Santa María de Guía.

Esa montañeta que merece con todas sus letras la toponimia fue desde al menos el siglo VIII d.n.e uno de los enclaves más populosos de la antigua Selva de Doramas, horadado tanto por la propia naturaleza volcánica como por los cinceles de los indígenas, que aprovecharon la endeble toba para crear un dédalo de piedra.

Resalta su intrincada arquitectura exterior compuesta por escalones y estructuras en andenes para favorecer el tránsito entre sus riscos y hacerlo más eficaz, y un interior lleno de sorpresas donde pequeñas gateras culminan en amplios espacios habitacionales.

Gracias a las diferentes intervenciones arqueológicas se han recuperado fragmentos de molinos circulares, restos cerámicos y de productos del mar, que vuelven a subrayar el trasiego del océano a cumbres, y, sobre todo, un catálogo de vestigios que subrayan su condición de gran granero fortificado, y donde el doctor Jacob Morales, máximo exponente de la arqueología canaria vinculada a la carpología, que estudia la flora como vector del conocimiento de las antiguas culturas, tiene allí una de sus principales alacenas.

Pero La Montañeta no solo destaca por ofrecer esas partonsas de almacenamiento, sino por esa misma datación que lo sitúan como el más antiguo de su tipo en el Archipiélago, con ocupación hasta la Conquista y su posterior uso como corral y depósito del nuevo material agrícola llegado con los europeos. Su interior se presta a ello, con sus enormes cuevas de hasta siete metros de largo, y todo un catálogo de pequeñas 'despensas' que eran selladas tras la acumulación del grano para preservarla de bichos y humedades.

Son estancias superpuestas, comunicadas entre sí, y algunas con las sempiternas cazuelas en el suelo, que fueron descubiertas en una estancia circular a mitad del siglo pasado por el Comisario de Excavaciones Arqueológicas, Sebastián Jiménez Sánchez y que él interpretó como vinculadas a alguna forma de expresión religiosa, una teoría hoy en entredicho.

El arqueólogo y guía de las visitas guiadas que organiza el Servicio de Difusión del Patrimonio del Cabildo de Gran Canaria, David Naranjo Ortega, apunta que no se ha podido de momento atribuir función alguna, a pesar de las sugerencias que apuntan a un rito inaugural o a una forma de apalancar el sustentamiento de vigas para dividir espacios interiores, porque las encontradas en los basaltos de línea de costa desbaratan estas hipotéticas utilidades.

Más certeza se tiene con el conjunto en sí de La Montañeta y su papel de granero colectivo fortificado, 'armado' por la geología para defenderse de los ataques de los propios indígenas, en una red de silos que suma, entre otros muchos, al citado Cenobio de Valerón o al mucho más lejano de Risco Pintado, en Agüimes, pero que solo aparecen de forma exclusiva en la isla de Gran Canaria..., y en el norte del continente africano, donde reciben el nombre de agadires, como lo ejemplifica la ciudad de Agadir.

Una circunstancia que refleja, como apunta Naranjo Ortega, que los antiguos canarios reproducían en su nuevo territorio la cultura norteafricana, pero no solo eso, sino también aquello que guardaban en estos silos, una serie de plantas que llegaron con ellos y que cosechan en las inmediaciones de los asentamientos , entre la que destacan, por este orden, la cebada, el trigo y el higo.

Entre esos conocimientos sobresale la argamasa, que luego sería irreproducible por los propios colonizadores posteriores, que exhibieron una menor maña para conservar los granos, y que los antiguos canarios utilizaban para blindar las puertas de los graneros. O la pátina con la que cubrían las superficies rocosas para tratar de mantener una temperatura constante que no alterara las condiciones de los cereales.

No era fácil disponer de un tesoro tan frágil que se tenía no solo que mantener entre los 10 y los 15 grados centígrados, salvaguardarlo de los vecinos de al lado que intentan atacar y robar la simiente, sino también de los gorgojos que se apuntaron por su cuenta a los primeros viajes desde el continente africano al archipiélago como polizones escondidos entre las semillas originales, y que para desgracia de los canarios decidieron hacer el mismo periplo.

Este insecto, de la familia de los curculiónidos, no sólo daña los granos sino que su ingesta en ciertas proporciones pueden causar la muerte.

Gracias a todas esas medidas profilácticas se han podido encontrar hoy en día espigas de cebada enteras, que era como las guardaban, sin desgranar, ya que se cree que indígena arrancaba entera la planta, sin segarla. Acompañando a éstas aparecen otras especies aunque en menor medida, como las habas, las lentejas y las arvejas, que forman parte de la dieta cotidiana de esas poblaciones que complementan con la gran golosina de primera Canarias, el higo, casi el único recurso para endulzar aquél mundo sin azúcar, junto con la miel.

Jacob Morales estudia el cómo la propia población lleva los esquejes de higueras a otras zonas que no son tan propensas al mato, pero en las que se empeñan en hacerlo prosperar, algo que revela la importancia que llegó a representar la breva en aquella dieta.

De hecho se encuentra en abundancia el fruto completo. De momento se siguen haciendo estudios sobre el ADN de estos higos que todo apunta a que provengan de cepas africanas.

Teresa Delgado, conservadora del Museo Canario, destaca en su tesis la presencia de abundantes piezas cariadas en las dentaduras de los antiguos canarios, y de la localización de semillas en el interior de algunas de estas caries.

Naranjo se atreve a insinuar que quizá la proverbial querencia del isleño actual por el azúcar, al que en ocasiones se califica de especialmente goloso, tenga su precedente en estas fuentes de azúcares que eran fundamentales para matar el hambre.

La despensa de La Montañeta no queda ahí, sino que se cumplimenta con los frutos silvestres de los bosques circundantes. Más que del bosque, de la Selva de Doramas, que es en donde se enmarca el yacimiento. Aquella espesa y 'desordenada' masa arbolada, hoy desaparecida salvo en sus reductos de los barrancos de la Virgen, Los Propios, en la finca de Osorio o Los Tilos, cubría una extensa área que ofrecía en el norte de Gran Canaria productos tan variados como el dátil o el mocán. De la fermentación de éste último se lograba una especie de miel, pero también el charcequén, o checerquén, convertido en una bebida espirituosa tras un proceso de fermentación, a lo que se añaden piñones y bayas de lentisco.

Al igual que en otros silos, se recogen hojas de laurel, el mejor remedio de la época como insecticida, pero que en La Montañeta tiene una presencia especial porque la especie predomina en aquella foresta de laurisilva.

Una selva que, por otra parte, también condiciona de forma directa la distribución de los núcleos poblaciones existentes antes del siglo XVI. Para ilustrarlo hay que preguntarse el porqué recibe este nombre de los primeros pobladores europeos, que no eligen los apelativos de monte o bosque, sino el de un término que apunta a una masa tupida compuesta por decenas de especies con presencia de agua, -y también de miedos- y que tuvo que llamar la atención de esos primeros colonos, como también la llamó de los cronistas que mucho después de la Conquista resaltaban la excepcionalidad de sus características.

Su trasiego interior era, por tanto, difícil, y su poblamiento aún más por el esfuerzo que implicaba abrir claros o despejar caminos, de ahí que los espacios habitados de la antigua isla se sitúen en esta zona del norte de Gran Canaria de manera dispersa, y cuando por fin aparece un núcleo se ve situado en los espacios más altos, como así ocurre en las villas de Teror, Firgas o Moya, pero casi nunca en los fondos de barranco como sí ocurre en otras comarcas de la misma geografía insular.

Hasta el presente en La Montañeta , que es Bien de Interés Cultural desde 2009, se han ejecutado dos grandes intervenciones arqueológicas para recuperar el arsenal de material de algunos de sus silos, pero el mayor problema que adolece en al actualidad es el de la plaga de palomas que anidan en su interior, y que según David Naranjo Ortega están afectando a los vestigios arqueológicos del suelo. Las palomas no están solas, sino que las acompañan inquilinos temporales que se instalan con colchones y mesas en el que es uno de los hitos más representativos de la cultura indígena del Archipiélago. También presenta graffitis en algunos de su paramentos, algo que es una constante en este tipo de patrimonios que, en el caso de La Montañeta, es un gran desconocido de la población isleña a pesar de su relevancia.

Por estos motivos en las últimas semanas se ha aprobado un proyecto para la creación de un centro de interpretación para el lugar rubricado por el director general de Cooperación y Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias, Miguel Ángel Clavijo, tal como merece el granero más antiguo de Canarias y uno de los que mayor información ha proporcionado, según subraya el arqueólogo.

Una actuación que, estima, debería completarse con su difusión a través de la colocación de atriles y pupitres informativos, "para que cualquiera que se acerque pueda visitarlo en todo su esplendor".

Al contrario que el Cenobio, cuyo atractivo visual por sí solo no requiere casi de cualquier otro reclamo, La Montañeta es un arcano relativamente 'escondido', pero de muy fácil acceso para todas las edades, y capaz de sorprender a los más avezados en la materia, como testigo directo de la enorme importancia que ostentó la cultura agrícola -y su tecnología-, en el universo de los primeros pobladores de Canarias.

Entre andenes y escalones

  • El Servicio de Difusión del Patrimonio del Cabildo de Gran Canaria plantea para el yacimiento de La Montañeta, que se encuentra a poca distancia del centro urbano de la villa de Moya, la posibilidad de ofrecer visitas abiertas a partir de grupos de diez personas, que pueden disfrutar de información guiada. Para solicitar un paseo entre sus cuevas y andenes se puede realizar la inscripción, previo registro, a través de la web del Cabildo o bien acercarse a la Oficina de Atención al Ciudadano de la calle Bravo Murillo, 23, de 08.30 a 14.00 horas.

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