El estudio de la toponimia canaria de origen guanche está lleno de problemas de todo tipo. Tal y como certeramente señala el filólogo Maximiano Trapero "existen nombres que se dicen que son guanches sin serlo, nombres que aparentan ser españoles, pero que son guanches de origen tras un proceso de hispanización y nombres que son puras invenciones". También los hay producto de un error involuntario de quienes transcribieron documentos o mapas de la época.

En este último caso hay que colocar el topónimo Tinamar, usado como supuesto nombre aborigen de la Vega de San Mateo antes de la conquista y que pudo deberse a un error cometido a mediados del siglo XIX por Pascual Madoz al confundirlo con el topónimo Jinámar, que, a partir de la aprobación del escudo heráldico municipal, en 1956, cobró tal fama que se ha convertido ya en un tópico conocido y repetido por todos. Probablemente, sin pretenderlo, Madoz fue el inventor del falso nombre aborigen de la Vega de Arriba que estudiaremos en este artículo.

La nominación de cada lugar -la toponimia- permitía la identificación meridiana de las peculiaridades del sitio y un mapa topográfico mental donde los interlocutores hablaban un lenguaje común. Dar nombre a un espacio fue un hecho común en Canarias desde la llegada de los primeros pobladores a sus costas, ya fueran aborígenes, castellanos, moriscos o europeos. La toponimia varió y variaría según la tendencia cultural predominante, los intereses grupales, la política oficial o el cambio de usos del espacio señalado. En Gran Canaria, por ejemplo, aún se mantienen algunos de los primigenios topónimos aborígenes -casi todos alterados por la grafía castellana- o los establecidos por los europeos.

Uno de los reconocidos como aborigen es el de Tinamar, denominación aplicada en la actualidad como alternativa a todo el pueblo de la Vega de San Mateo. Pero no podemos asegurar que ese fuera el verdadero nombre que los aborígenes dieron al lugar, ni siquiera referido a una parte concreta de este municipio.

Sirva como precedente que la voz Tinamar es un topónimo nunca registrado en las fuentes documentales presentes en los archivos locales, regionales o nacionales ni en ningún otro registro histórico de las antigüedades canarias, salvo como topónimo de Tinajo citado por Chil Naranjo, o casi idéntico a Tinamala, que es también un nombre de la misma isla, tal y como puede comprobarse recurriendo al Linguae Canariae Monumenta de Wölfel, fiable en cuanto a la documentación de las voces guanches. Este topónimo referido a la Vega de San Mateo lo vemos reseñado por vez primera en el Diccionario geográfico estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar elaborado por el célebre liberal español Pascual Madoz entre 1845 y 1850, ya en el siglo XIX.

Pese a las numerosas recopilaciones geográficas de ámbito nacional registradas en esa centuria -Zufiría y Monteverde, Miñano, Olive- y los registros cartográficos de dicho siglo y el siguiente, en ninguno de ellos se recoge la presencia de dicho topónimo en referencia a la localidad grancanaria de San Mateo o de cualquier otra de las islas.

Tampoco aparecerá dicho topónimo en las publicaciones posteriores referidas a este municipio como en los Datos para la Estadística Médica de la Vega de San Mateo, un libro realizado en 1888 por el médico del pueblo y futuro alcalde de Las Palmas, Federico León, ni tampoco en la paciente transcripción de las actas municipales del ayuntamiento veguero, entre 1849 y 1967, realizada por el actual cronista oficial, Pedro J. Rodríguez Suárez, que publicaría en su libro que, siguiendo la moda impuesta, lo titularía: San Mateo (Apuntes para su historia). De Tinamar a la Vega de Arriba (2001).

Retrotrayéndonos en la historia, la zona comprendida entre el casco de la citada localidad y el cercano pago de La Veguetilla, a la entrada del pueblo, fue un terreno llano que pudo ser entregado en data durante los primeros repartimientos de la Isla a Pedro de Porras, conquistador al parecer procedente de Burgos y regidor de Gran Canaria -lo era en 1491-, denominándose aquella zona concreta como Vegueta de Porras hasta los inicios del siglo XVII. Este Pedro de Porras actúa como escribano en la información que en 1502 realiza Catalina de Guerra, una de las primeras propietarias de tierras en La Vega; y es citado en 1516 como almojarife en la isla, poco antes de fallecer hacia 1519.

La historia de un mito

Es, por tanto, el primer nombre castellanizado que se refiere a una zona concreta de la Vega de Arriba, que figura desde los primeros textos sobre la isla, acompañando a un topónimo aborigen, Atiacar, que sí aparece con frecuencia, aunque con múltiples grafías a lo largo del tiempo y que aún hoy designa a un importante pago de la Vega de San Mateo, posible cantón aborigen.

La Vegueta de Porras fue un espacio relevante en la vega alta durante el siglo XVI. La razón estaba en ser uno de los escasos espacios desmontados y roturados para el cultivo de cereales y localizarse junto a una propiedad del Cabildo. Montañas, barrancos y bosques rodeaban esta extensa parcela que, junto a la Vega Vieja -propiedad del Cabildo-, era uno de los terrenos más destacados entre Satautejo y el área de cumbres (Camaretas o la Mesa de Ana Benítez).

Otro factor digno de ser considerado era ser un nudo de caminos en dirección a Teror-Utiaca, Tejeda o Tenteniguada-Valsequillo-Telde, por donde se trasladaban cereal, madera o productos artesanales de la zona, además, como toda La Vega, de encontrarse junto al barranco de la Mina. En fechas tempranas se menciona la explotación agraria en la zona, recogiéndose siempre topónimos castellanos, sin poderse localizar ninguna información sobre otros de origen preeuropeo. Las noticias sobre dicho espacio son parciales, aunque significativas tal como se observa en 1528, cuando el matrimonio formado por Francisco Déniz y Leonor de Robles arrendaba a Alonso de Tojo medio centenar de fanegadas de sequero en la Vega Vieja, lindantes con el barranco de los Canales y la Vegueta de Porras.

Sirva también como ejemplo que, en las Ordenanzas del Concejo del Cabildo General del lejano año de 1531, cuando se regula la guarda de las dehesas concejiles, destinadas comúnmente para pastos de los ganados, son mencionados distintos lugares de la verde zona del Centro insular cuando dicen: "Otrosy se señala por dehesa las vegas de Tasaute e vega Vieja e vegueta de Porras que están todos juntos una con otra para quando ellas o algunas dellas no se sembraren?". El primer vocablo nombrado, Tasaute, a la manera indígena de muchísimos nombres de raigambre bereber, y que se repite tanto en los Repartimientos de Gran Canaria como en el I Libro de Fábrica parroquial, queda registrado en las primera mitad del siglo XVI, referido sólo a una parte concreta del actual casco de Santa Brígida; por su parte la Vega Vieja designaba entonces al actual espacio de El Gamonal, donde aún se encuentra el antiguo almogaren y el poblado aborigen de Lugarejo, y finalmente la Vegueta de Porras, que corresponde a una parte concreta de la Vega de Arriba, la actual denominación de La Veguetilla, cuyas tierras lindaban por el Este con el barranco de Las Canales (Gamonal).

En pleno siglo XVI, la Vegueta de Porras debió pasar a nuevas manos, pero sin dejar de ser un lugar apetecido por los colonos para sus cultivos cerealistas. Así, el 27 de octubre de 1522, el calero de origen portugués Vasco Fiallo, vecino de Gran Canaria, arrienda a Rodrigo Suárez un pedazo de tierra de sequero que tiene en la Vegueta de Porras, que linda por una parte con el Lomo de los Caballos y de otras con las tierras de Lucas Martín. El contrato se realiza ante el escribano Cristóbal San Clemente

Poco después, en el testamento que Hernán Moro de Robles, el viejo, de oficio herrador, suscribe el 26 de enero de 1552 ante el escribano García Ortiz dice poseer çinquenta hanegadas de tierras montuosas arriba de la vegueta de porras. Son tierras que este hacendado portugués había logrado tras su ventajoso matrimonio con la viuda Isabel González, hija del conquistador Juan de Sanlúcar y de Isabel Guerra, la fundadora de la ermita de Santa Brígida y dueña de la mayor parte de la vega vieja del Gamonal.

Años después, en 1559, Rodrigo Martel daba a renta a Bartolomé Sánchez 20 fanegadas de tierras en la citada vegueta por una anualidad a cambio de la entrega de 10 fanegas de trigo, 4 de centeno, 4 de cebada y 2 de arvejas. Ese mismo año, doña Francisca de Sayas, viuda del regidor Francisco de Siverio, entregaba a renta 12 fanegadas de tierra en el lugar, lindantes con tierras de Hernán Moro. El citado Rodrigo Martel, racionero de la Catedral de Canarias, Leonor de Robles, Isabel Romera y Simón González, tres de los nietos de Hernán Moro, se repartieron y vendieron entre sí las tierras, cuevas y un molino heredado de su hermano difunto Luis Martel, tal como hicieron en marzo de 1560: "Unas tierras que son en la vegueta que disen de porras que lindan con tierras que fueron de Francisco Gonsales nuestro padre que al presente son del dicho Simon Gonsales e con la pared de la vega por abajo y los barrancos del Gamonal e las Canales e la mitad de un molino de moler pan ques en las mismas tierras y la mitad de unas cuebas e asiento en el dicho termino e las propias cuebas en que al presente viven e 50 doblas de un esclavo llamado Christobal todos lis quales dichos bienes eran del dicho Luis...".

El vocablo vuelve a aparecer y, en su entorno, ya se habla tempranamente del molino de agua, el primero en la historia de San Mateo, que fue derruido a fines de la década de 1970 cuando se abrió la actual 'Avenida de Tinamar'.