Gáldar tiró ayer la ciudad por la ventana para celebrar su gran romería en honor al Señor Santiago, que vive Dios, quedó contento.

Y es que no faltó de nada. Por haber habían hasta un grupo de gaiteros, a cargo de El Piñote, de Argüeyes, de Asturias mismo, y lo primero que vio al santo no más alongar al quicio de su basílica fue a otro rancho de herreños, Juapira, que repetía por segundo año -no consecutivo- con sus hipnóticos tambores y pitos en la capital prehispánica grancanaria. Más once caballos, más ganado de ovejas...

Desde la media tarde el patrón tuvo el mundo a sus pies, y por cielo una atmósfera de nubes y claros con brisa marítima en un cóctel que raya lo perfecto. A lo que se sumaban dos mejoras más. El hecho que fuera televisada, por lo que todo el mundo acudió de romeros de domingo y, dos, la instauración del llamado concurso de carretas, que perfeccionó el nunca apreciado en arte de jalar con calderos a tutiplén, rones y ofrendas en un artilugio muy locomotriz.

De la primera faceta, la vestimenta, aclarar que según lo visto ayer en la ciudad norteña la temporada romera 2018 apunta a la combinación de verdes, amarillos y malvas en pañuelos y justillos, ellas, y ellos en crudos los zagalejos con bolso cruzado, sin que se sepa el porqué. En calzado, ellos, dos opciones: recias botas canarias cuatro por cuatro, o blandengues pisacacas, sacrificando en el segundo caso el glamour por la practicidad.

En cuanto a las carretas existen en el lugar de Los Caballeros dos plantas motrices principales. O bien a yunta de buey, de alta complejidad constructiva, y las tiradas por el romero o grupo de romeros, más sencillas sin que ello signifique uno menoscabo de sus prestaciones. Y, como en todo, las hay hasta clásicas, por la tonga de años y el número de jaranas que figuran en su cuentaromerías. Probablemente la que se lleve la palma en cuanto a kilometraje sea la bautizada como Plaza de Santa Lucía, de un gigantesco número de compadres, 54, cuyo portavoz es Orlando Medina, del propio centro histórico galdense.

Orlando explica que lo que viene siendo el chasis y la superestructura del invento tiene 19 años. Equipada con croquetas de pescado, papas arrugadas, carne para barbacoa, y barbacoa propiamente dicha, cuenta que en sus inicios, por el no comprender original, dio problemas relacionados con el tren de rodaje que les impidieron en ocasiones no solo participar, sino el llegar mismo. "Nos dejaba botados. Pero hemos ido aprendiendo", y su fiabilidad hoy por hoy, es máxima. La carreta es un pozo sin fondo. Ahora salen filetes de pollo y chorizos. "La carreta ésta pasa hasta la iteúve porque la hemos ido mejorando pero lo importante es que pasamos un día grande, que nos reunimos amigos que no están el resto del año en una ciudad que es muy hospitalaria y en la que todo el mundo se siente a gusto".

Tal y como ocurre con otro veterano, tanto que se podría decir que con él llegó la parranda en el siglo anterior. Es Tomás Pérez Gil, de Caideros, que con sus 78 años sigue firme en estado de revista para su ofrenda a Santiago.

Recuerda Pérez Gil que ya desde el año 55 "íbamos por ahí abajo" desde aquellas medianías con el ganado al completo, con lana, leche, queso... ¿lana, Tomás? "Sí, sí, la lana tenía entonces un buen precio, y hoy nadie la escucha, pero era un producto bueno, una belleza". También lo es su carreta. Lleva un pan tan gigante de la panadería de Caideros, y tan redondo, que de ponerse duro haría las veces de rueda de repuesto. Ahí aparece estibado entre flores y cebollas.

Irán a parar a las manos de Juan Nebot, Carmensa Mujica y otra docena de voluntarios de Cáritas que, cuando van por la cuarta carreta, ya atesoran diez enormes racimos de plátanos, entre ingentes cantidades de productos. Nebott y Mujica explican que cuando llegan así, en racimos, los entregan a cooperativas para que los empaqueten y comercialicen, convirtiendo la ofrenda en una importante aportación de euros.

Por la calle larga, que luce ornamentada de acera a azotea, asoman las carretas de El Casino, elegantemente presidida por un gran cuadro del santo, y también los tinglados como el de los grupos Visillos Arrejuntados, con sus lecheras colgando, los túper con condutos precocinados y, cómo no, los útiles propios del bebestraje.

Enmedio de ese mundo de timples y colores asoma Teodoro Sosa, el alcalde, calzón blanco, pantalón azul, polainas y zapatos de oscuro, camisa almidonada de 'murselina' y chaleco regalado por la hermana e hilado en un telar de Tenerife con listas moradas y ocre.

Sosa está pletórico. "Tantos años luchando y por fin se ha convertido la romería en ese encuentro que queríamos: participativo, de respeto y con la implicación de todo el mundo". Y sí, así fue.