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San Bartolomé de Tirajana

"El Faro es una obra perfecta"

Francisco José García Castelló vivió 13 años en la infraestructura de Maspalomas y fue testigo, junto a su discípulo, Nicolás Vega, de la construcción del Faro de la Punta del Castillete

Francisco José García Castelló, en su casa de Alicante. rafa arjones

"El Faro de Maspalomas es una construcción perfecta, de las que ya hoy no se hacen, y eso hará que perdure más en el tiempo que otros faros que se han construido a posteriori; todos esos están levantados con estructuras de hormigón armado que se oxidan al encontrarse cerca del mar, mientras que el de Maspalomas es de piedra y no sufre los mismos efectos". Esa es la impresión de Francisco José García Castelló, uno de los últimos fareros de San Bartolomé de Tirajana -el último fue Nicolás Vega, su discípulo-,y uno de esos pocos privilegiados que tuvo el honor de vivir durante años en este emblemático monumento, obra de Juan León y Castillo, operativo desde 1890. El Faro reabrió al público en febrero.

Nació en Vinarós, en Castellón, en 1936. Durante su vida profesional pasó por decenas de faros de España y del norte de África, pero del de Maspalomas guarda un recuerdo especial ya que fue el último en el que trabajó hasta su jubilación en 1996. Francisco José llegó al Faro de Maspalomas en 1983 y allí permaneció durante los siguiente 13 años. Su función era encender la linterna una hora después de ponerse el sol y apagarla una hora antes de que amaneciese, trabajo que realizaba hasta que se automatizó en 1988, cuando pasó a encenderse, recuerda, a través de un sistema de válvula solar.

"Recuerdo mi estancia en el Faro de Maspalomas con mucho cariño, fueron muchos años, y era como vivir en un chalé en la orilla del mar, sobre todo cuando se automatizó porque el trabajo era menor", recuerda Francisco José en conversación teléfonica desde Alicante, donde reside. Durante el resto del tiempo aprovechaba para salir a la playa a nadar y para hacer pesca submarina, una de sus grandes aficiones. "Lo pasábamos bien, hasta que desde la central de Las Palmas de Gran Canaria empezaron a suprimir personal y me hicieron ir a realizar tareas de oficina diariamente", relata.

Cuatro viviendas

Aunque esa tarea la combinó con la vigilancia del Faro, sobre todo en los momentos en que se iba la luz. "En esos instantes había que poner en marcha un grupo electrógeno para que el Faro siguiera funcionando hasta que volviese la electricidad", cuenta el antiguo técnico de señales marítimas, "antiguamente se hacía con petróleo; había que subir 20 litros todos los días y llenar un depósito para que subiese a la linterna donde se quemaba y produjese luz, pero eso en Maspalomas no llegué a vivirlo porque cuando llegué ya era un faro eléctrico". En su caso, su función consistía en controlar que no hubiese problemas en la rotación del faro. "A veces se iba la luz y el grupo electrógeno no entraba en marcha y había que hacerlo a mano, aunque ocurría con muy poca frecuencia", recuerda.

No tenía que subir todos los días los 280 escalones de esta torre de 60 metros de altura, pues el encendido y el apagado se realizaba desde un interruptor.

Para Francisco José, encender y apagar la linterna del Faro no era un trabajo aburrido. "Cuando hay averías hay que repararlas,y cuando se producían episodios de calima tenía que subir a limpiar los cristales. "Al principio había que hacerlo de forma manual hasta la plataforma donde se encuentra la linterna; se salía con una escalera exterior y se subía a la parte superior, pero ahora hay un sistema de limpieza automático con una bomba de presión", explica el farero.

Al inicio de su carrera profesional estuvo destinado en un faro de Alicante, que se automatizó; y en ese momento surgió una vacante en los faros de África -que incluía los de Canarias y norte del continente-. "Llegué a Gran Canaria el 4 de agosto de 1961 y el 6 de septiembre me fui al Faro del Cabo Bojador, en la costa norte del Sáhara occidental, donde estuve sustituyendo a su titular hasta el mes de enero, cuando acabó la suplencia y volví a Gran Canaria a la oficina donde hacía trabajos administrativos", rememora Francisco José. De hecho, antes de aterrizar definitivamente en el Faro de Maspalomas estuvo allí destinado en varias ocasiones por períodos de un mes cuando su titular se marchaba de vacaciones.

Cuando llegó al Faro había cuatro viviendas. "Los compañeros se fueron jubilando y me quedé yo solo con mi familia", relata. Sabe que en décadas pretéritas esta infraestructura de Juan León y Castillo estaba aislada, que las poblaciones más cercanas eran las de El Tablero y San Fernando de Maspalomas y que solo estaba rodeada de terrenos donde se cultivaban tomates. "Pero cuando yo llegué ya había arrancado hacía mucho el boom turístico y la situación era muy diferente", señala el técnico de señales marítimas.

Añora su profesión, una labor que poco a poco ha ido desapareciendo en nuestro país. "Todavía queda algún técnico de señales en algún faro de Mallorca porque la autoridad competente le deja vivir allí, pero ya no somos necesarios porque todo el trabajo se ha automatizado", dice, aunque reconoce que tampoco le da tanta pena, "ahora se hace un control a distancia de todos los faros, así ha sido la evolución del oficio".

Francisco José García Castelló tenía la obligación de controlar todos los faros de la isla de Gran Canaria, una labor en la que participaba Nicolás Vega, por entonces su ayudante. Ambos fueron testigos, además, de la construcción del Faro del Castillete, en Mogán, al que acudían una vez por semana para revisar la obra. Una vez terminada, fueron los encargados de instalar el aparato luminoso, que funciona con energía solar, y los paneles.

"Tuve una buena vida allí", cuenta a sus 83 años, una vida que nadie más podrá tener dado que ya nadie continúa esta labor, pero que podrán disfrutar momentáneamente aquellos que decidan visitar su antigua vivienda, que ahora, tras su reapertura al público el pasado mes de febrero, acoge una exposición a la espera de la licitación del centro etnográfico. "Su reapertura es una excelente noticia; es una forma de conservar este edificio histórico y emblemático de Gran Canaria", concluye Francisco José, "porque un faro abandonado no sirve para absolutamente nada".

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