Cuentan los biógrafos de don Benito Pérez Galdós que, tras llegar a Madrid con 19 años, se hospedó en una pensión estudiantil de la Calle del Pez, una calle céntrica pero secundaria dentro de la gran urbe, en los aledaños de la Gran Vía. Y añaden que cuando desde su habitación escuchaba algún altercado, algún tumulto o alguna manifestación en la calle, bajaba a toda prisa y, casi gritando, decía: "Voy a ver pasar la historia de España". Este apunte biográfico se me presentó de pronto entre otros pasajes librescos, ayer tarde, en el preciso momento en que Las Montañas Sagradas de Gran Canaria entraban en la relación de sitios catalogados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad.

El hecho formalmente declarativo se producía en Azerbaiyán, a seis mil kilómetros de la isla. Sin embargo, el cronista se encontraba en un lugar de privilegio, en el mirador de La Atalaya en Artenara, desde donde se divisa el amplio y espléndido escenario que acababa de recibir la catalogación de reconocimiento universal por el comité de expertos de la Unesco.

La tarde de verano, la tardecita en expresión familiar, con una suave brisa que transporta el alisio, y unas nubes encendidas en el horizonte era una delicia. Estas estampaciones son frecuentes en estos parajes de la cumbre y siempre nos han envuelto en la magia del tiempo, cuando la luz deja de ser luz y el crepúsculo empieza a dibujar la noche. Estos parajes siempre han estado aquí, los perfiles de las montañas, el paisaje abarrancado y abrupto, las esquilas de los ganados, el olor de los pastos veraniegos, el misterio nocherniego de Tamadaba, los topónimos de dos mil lugares que configuran el entorno, los cuentos de brujas, la leyenda de los indígenas que llegaron a la isla hace dos mil años, el cielo transparente y estrellado, las formas de los celajes, el yunque y el arado, la Osa Mayor y la Vía Láctea, el silbido de un avechucho que vuela raudo hacia su nido. En suma, la Naturaleza en su cumbre.

Y hoy, que en la lejanía de seis mil kilómetros se ha tomado una determinación sobre estos paisajes isleños y que a partir de ahora serán más sagrados, nosotros hemos visto cómo se escribe una página de la historia de la Isla. El cálamo atraviesa desde Risco Caído a Acusa; desde el Bentayga a Cuevas de Caballero y los Candiles; desde el Brezo hasta la recóndita Guardaya. Toda esta poética de la geografía isleña es la que, estando ahí desde hace muchos siglos, ahora se escribe con una grafía universal, para ser compartida y asimilada por los ciudadanos de este planeta que la harán suya. Y si hoy esta es la prosa que nos brota desde la experiencia, en el otoño llegará el cántico, la programada y anunciada 'Cantata coral', que hará más solemne, si cabe, lo que ahora es el mejor de los entusiasmos.

José A. Luján.

Cronista Oficial de Artenara