Tampoco el corazón se hizo cenizas en el tercer día de desalojo ante la persistencia de las llamas, aunque el agotamiento y la espera descargan sus tormentos por la noche y toca volver a levantarse. Una leve brisa abanica por fin el ardor que sofoca el norte y el ánimo de la isla de Gran Canaria y preludia el primer horizonte de esperanza para los 400 vecinos evacuados en el polideportivo municipal de la Vega de San Mateo, el primer término de las medianías en cruzar las puertas de sus casas con lo puesto en la madrugada del domingo ante la furia del incendio desatado en Valleseco, en el centro de la isla.

Pero el municipio veguero fue declarado pronto zona segura y transmutó el miedo en hospitalidad, porque los vientos enfilaron el suroeste en dirección imparable hacia Tejeda, inscrito entre "los pueblos más bonitos de España", y sus habitantes apenas tuvieron tiempo de cerrar puertas y ventanas, agarrar las llaves del coche y no mirar atrás. Y así fue como Angelita Espino, Angelita, natural de Aríñez, el pago más alto de la Vega de San Mateo, que dejó atrás en la noche del pasado sábado junto a su esposo y un bolsito chico, vio llegar a las puertas del polideportivo municipal, el domingo por la mañana, a su hija, su yerno y su nieto de dos años, con una única mochila y muchas preguntas.

"A mí se me partió el alma por mi nieto chiquito, porque era la segunda vez en una semana que, en cuestión de minutos, los sacaban de la casa", sostiene Angelita, quien los acogió a comienzos de la pasada semana en Aríñez cuando las autoridades y cuerpos de seguridad evacuaron Tejeda bajo la amenaza del incendio anterior, originado en Artenara, y que calcinó más de 1.500 hectáreas en los municipios de Artenara, Tejeda y Gáldar. Este es el tercer incendio que sufre la isla en una misma semana. Su alcance abarca, por el momento, un total de 12.000 hectáreas en un perímetro de 75 metros cuadrados. Y esta vez, a todos les tocó marchar.

"Aquí estamos todos juntos, pero claro...", suspira Angelita, reclinada junto a sus familiares a lo largo de la acera extendida frente al Centro de Servicios Sociales del municipio veguero, donde los voluntarios cruzan cajas con botellas de agua, zumos, bocadillos y donuts.

Procedentes de Cuevas Caídas, que los grancanarios del campo abrevian como Cuasquías, incardinado en las estribaciones de la cuenca tejedense con vistas a los emblemas naturales del Roque Nublo y el Bentayga, Carlos Manuel Santana, yerno de Angelita, y su mujer, reconocen que este último domingo infausto "estábamos prevenidos, pero ya no sabíamos a dónde podíamos ir".

Recuerda que cuando una inexorable columna de fuego se alzó a la altura de ambos roques, muy próxima a su casa, solo pensó en su hijo Pablo. "Uno se puede buscar la vida, ¿pero cómo se defienden nuestros niños y niñas?".

A sus espaldas dejaron un cochinos, tres perros, varias gallinas y pájaros. "Y una casa por la que uno se pasa la vida trabajando", anota. Juntos bordearon la isla para sortear el mapa circunstancial que trazan veinte vías cortadas hasta desembocar en la Vega de San Mateo el domingo por la tarde. Pablo no paraba de llorar. Le colocaban paños en la frente. "¿Qué será de nuestra casa esta vez?", se preguntaban en silencio.

'El de la farmacia'

Una vez reunidos en San Mateo, dentro del abrazo de Angelita, repuesta del asma agravada por la humareda de Aríñez, emerge en el polideportivo Francisco Rodríguez, rebautizado como Paco, el de la farmacia, una de las personalidades más queridas por los vecinos de la Vega, que luce su apodo "con orgullo" tras 49 años al frente de una de las dos primeras farmacias del pueblo, desde que contaba la edad de 14. Se jubiló este año.

" Paco, el de la farmacia nos ofreció su casa desde que llegaron con el niño y yo les daré las gracias toda mi vida a él y a su señora", relata, emocionada, Angelita, mientras señala en dirección a su anfitrión, que se acerca pertrechado de botellas de agua para sus inquilinos. "Paquito, qué bellísima persona eres", le sonríe. Además, la de Angelita no es la única familia tejedense que se aloja en casa de Paco, el de la farmacia, pues también Cristina y su bebé de ocho meses, desalojados de las mismas Cuasquías, pudieron ahuecar desde el domingo un hogar provisional bajo su techo.

"Ellos son nuestros vecinos de Tejeda. Yo no les conocía de nada, aunque ahora son como de toda la vida. ¿Cómo no íbamos a ofrecerles nuestra casa, donde tenemos ocho camas, a familias con niños pequeños?", declara El de la farmacia.

En un tris alisaron las sábanas, encendieron el termo, prepararon unos aperitivos calientes, prendas de ropa, y "los niños se quedaron privados". "Imagínese a esas criaturas, con este calor, estos sudores y este trajín, fuera de casa durante más de 24 horas", señala. "En casa, tienen de todo".

Cuenta Paco, el de la farmacia que siempre ha vivido "muy integrado en la vida social del pueblo". "No me he dedicado a la política, pero he estado en todas las faenas del pueblo y todo el mundo me conoce. Y cuando hace falta mi colaboración, yo estoy siempre estoy, sin mirar el carné político de nadie", explica. "Yo soy así: siempre digo que mi madre, que era muy buena y muy solidaria, me cargó esta mochila cuando era chico, y no me la he quitado nunca".

Una vez realojadas ambas familias, Paco, el de la farmacia movilizó a sus convecinos con cuartos sobrantes porque "muchas personas mayores y niños necesitaban descansar". "El albergue es necesario, pero, para ellos, menos cómodo", apunta. No es el primer incendio en el que arrima el hombro, "aunque ojalá sea el último". "Por ejemplo, Pedro, el de las quinielas, ha alojado a una familia de un barrio de Tejeda que tienen una hija pequeña que una discapacidad grave. Y también tiene terrenos que le ha cedido a unos pastores de Tejeda con mucho ganado para que pudieran ubicarlo estos días", explica.

La rutina

Al principio, a Paco, el de la farmacia le sorprende que los de Angelita se desplacen a los aledaños del polideportivo municipal con los primeros rayos de la mañana. "Aquí tienen televisión, comida y de todo, pero ya yo lo entiendo", explica.

Y es que la incertidumbre y la espera se sobrellevan mejor haciendo piña, compartiendo novedades, distrayéndose y consolándose en compañía. Por eso, muchas familias reubicadas en casas de otras familias enfilan cada día el centro neurálgico de los 400 desalojados, donde agotan sus horas alegando y esperando. El corazón en vilo. Al mediodía, almuerzan un puré de berros que prepara un generoso contingente de voluntarios en el comedor del colegio Rafael Gómez Santos, situado junto al polideportivo municipal, que no ha apagado los fogones desde que arribaron los primeros desalojados a la Vega de San Mateo. "Nunca olvidaremos todo lo que este pueblo ha hecho por nosotros", se emociona Angelita.

El lunes por la mañana, la familia se arremolina en torno a la televisión que preside el interior del pabellón deportivo y la abuela avista su casa en Aríñez, intacta, tal cual la dejó atrás. "¡Usted no sabe el alivio!", evoca. Horas más tarde, un agente forestal del Cabildo de Gran Canaria entra en el pabellón y reparte buenas noticias sobre el estado de sus viviendas respectivas en Aríñez y Cuevas Caídas, que se habían salvado de las llamas. Estas últimas, por poco. También alimentaron y soltaron a los perros que dejaron "amarrados y alborotados" a su partida, expuestos a las columnas de humo y sin provisiones de comida. "Ellos sabrán volver a sus casas", apunta Angelita.

Ya es martes, a primera hora de la tarde. El presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres (PSOE), desgrana en televisión los municipios a los que los vecinos pueden regresar con seguridad. En esta nómina se encuentra Aríñez. La noticia coincide en el tiempo con un foco de reactivación del incendio en el municipio de Tejeda, así que al otro flanco de la familia le toca seguir esperando en San Mateo. Sin embargo, Angelita se plantea "ir y venir, traerles cosas, estar junto a ellos, como siempre". En Aríñez rezará para que esta pesadilla termine pronto, "sin pérdidas humanas, que es lo importante". "De lo demás, pese a la tristeza, resurgiremos", concluye.