La nueva normalidad que el país estrenó ayer tras el fin del estado de alarma, la consecuente libertad de movimientos entre territorios y la apertura de las fronteras internacionales a países del espacio Schengen y de la Unión Europea (UE) no ha tenido por ahora consecuencias positivas directas sobre el turismo. Y esa imagen tan esperada por el sector turístico en un intento de salvar la temporada de verano por ahora tendrá que esperar. Muy poco movimiento de maletas; ayer prácticamente no llegó ningún turista al aeropuerto de Gran Canaria, y la actividad se limitó al retorno de ciudadanos canarios desde distintos puntos de la geografía nacional y del exterior, trabajadores y empleados de las tripulaciones de barcos.

Y esa nueva normalidad en el sector aéreo tardará en llegar al menos unas semanas más. En el aeródromo grancanario se registraron ayer apenas 37 llegadas, una cifra que dista bastante de las 150 operaciones de llegada que se registraron el año pasado por estas mismas fechas, según datos facilitados por Aena. Y de esos 37 vuelos, tan solo ocho procedieron de fuera del Archipiélago: dos de Barcelona -uno de ellos con 75 personas, la mitad de su capacidad aproximadamente- dos de Madrid, uno de Santiago de Compostela, uno más de Sevilla, uno procedente de Londres y otro de la ciudad alemana de Frankfurt. Los pasillos del aeropuerto continúan siendo instalaciones fantasmas hasta que a nueva normalidad comience a tomar forma de nuevo.

En su entrada en el país, los pasajeros de los vuelos procedentes de Alemania y Reino Unido tuvieron ayer que pasar por el triple control de seguridad anunciado por el Ministerio de Sanidad: uno de temperatura a su llegada al destino, otro control documental donde firman si han pasado o no el coronavirus y otros datos de interés y localización -que entregan a la Guardia Civil una vez han desembarcado-, y un control visual por parte del operativo de Sanidad Exterior desplegado en el aeropuerto.

No así los ciudadanos nacionales, a quienes solo se tomó la temperatura tras el aterrizaje. Y aunque desde ayer hay libertad de movimientos, en los vuelos nacionales eran muchos los pasajeros que portaban un documento justificativo de su viaje. Pero no fue requerido a nadie al no estar en vigor el estado de alarma. En las salidas, normalidad absoluta entre los viajeros y algunas colas frente a los mostradores.

Pero este, por ahora, cero turístico, no ha desanimado a los empresarios del sector, que ya suponían que la ausencia de turistas extranjeros se prolongaría, al menos hasta la primera semana del mes de julio, que será cuando las grandes cadenas reabran sus hoteles de mayor capacidad. No obstante, y para comenzar a relanzar la actividad económica en el sector, ya han sido varias las compañías que se han lanzado a la apertura de sus establecimientos, como hoteles más pequeños y el producto extrahotelero para captar al cliente local mientras retorna el nacional y el internacional.

Reencuentros

A la espera de la llegada de visitantes extranjeros para remontar la temporada estival, el aeropuerto de Gran Canaria se convirtió ayer en un escenario de reencuentros y abrazos entre las familias de aquellos canarios que viven en otras partes del territorio nacional y han podido regresar a casa tras el levantamiento de las restricciones de movimiento por todo el país. Pero también de reencuentro de aquellas familias que quedaron separadas por un viaje pendiente durante la pandemia por el coronavirus.

Con lágrimas en los ojos, Juan Rafael Farray abrió sus brazos para recibir a su hijo Izan, de seis años, quien apareció corriendo de detrás de la puerta de la sala de recogida de equipaje. Llevaban seis meses sin verse, desde que el progenitor, natural de Doctoral, en Santa Lucía de Tirajana, decidiese volverse el 17 de enero a las Islas para buscar trabajo e iniciar una nueva vida tras dos años en la ciudad alemana de Stuttgart. Su esposa, Joanna, de nacionalidad germana, y su hijo Izan le seguirían unos meses después, cuando ya hubiese encontrado trabajo y se hubiese estabilizado. Pero cuando eso ocurrió la pandemia separó a esta familia durante más tiempo del que tenían inicialmente previsto. Hasta ayer.

Juan Rafael Farray se volvió a las islas en enero porque no se adaptaba en Alemania después de dos años residiendo allí. Y la restricción de movimientos lo separó de su familia durante meses. Tanto para él como para su esposa Joanna ha sido una etapa muy dura pero el reencuentro ha sido "muy emocionante". "Ha sido un poco extraño después de seis meses viéndonos a través de la pantalla del teléfono móvil", explicó ayer Joanna a su salida de la terminal del aeropuerto, con una gran sonrisa que bien dejaba entrever una inmensa alegría y la satisfacción de volver a tener a su familia unida.

Al igual que explicaron otros pasajeros, a Joanna y a Izan no les tomaron la temperatura en origen, pero sí al llegar al aeródromo insular, y además tuvieron que firmar a bordo del avión un documento sobre su estado de salud y su localización en la Isla. Explicó además que en el avión en el que viajó, de la compañía Cóndor, los pasajeros tuvieron que guardar la distancia de seguridad, dejando un asiento libre en medio. "La gente ha cumplido bastante", aseguró.

Para esta extranjera residente, Canarias es un destino más que seguro frente al Covid-19 y sostuvo que, aunque muchos de sus compatriotas han decidido pasar este año sus vacaciones en territorio alemán, "hay otros muchos que están deseando que haya más vuelos porque están deseando venir".

En ese mismo vuelo viajaba Michael, un alemán que llegó a la isla para ver a su pareja, Carolina Jiménez. Ella reside en Alemania, pero durante su visita a su familia el estado de alarma la dejó en tierra. Ambos, explicó Carolina, se resguardaron desde ayer en un apartamento hasta que hoy Michael se realice la prueba del Covid-19, que él mismo se costea. "No ha estado en ninguna situación de riesgo, pero no quiero que vea a mi familia antes de estar seguros", sostuvo Carolina.

Como ejemplo entre los trabajadores, desde Alemania también llegó Ellen Engel, abogada, para resolver un problema de okupas en una comunidad de apartamentos de la cual es presidenta en el Sur. Viaja a la Isla una media de 10 veces al año.

Por contra, en uno de los vuelos de Barcelona viajaba Edgar, de 13 años, para volver a ver a su padre después de cuatro meses y medio. "Viene un fin de semana al mes, y la última vez fue en febrero, porque cuando le tocaba en marzo ya se decretó el estado de alarma", recuerda su padre, Juan. En ese mismo avión Ana Suárez, de 22 años, también regresó a la Isla para ver sus padres. Pasó el confinamiento con sus compañeros de piso y teletrabajando. Ella iba a viajar a la isla en Semana Santa. "Fue triste, porque tengo pocas oportunidades de venir, pero ahora que retomamos la normalidad ya tocaba ver a la familia", señaló. Al igual que Óscar Gascón, ingeniero industrial residente en Barcelona. "Estar lejos de la familia se ha hecho duro, y más sin verlos físicamente y saber cómo estaban", apuntó.

Por su parte, Adama Ramiro, de 15 años, volvió para quedarse definitivamente. Y ya tendrá tiempo por delante para abrazar a su familia, porque el primer encuentro, sincero, lo interrumpió la mascarilla. Y llegó pisando fuerte: criticando la mala gestión educativa del Gobierno en el final del curso.