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“Fuerte miel más fea”

El apicultor Diego Cazorla gana el primer premio del concurso de mieles de Gran Canaria | Su hermana no daba un duro por ella por su color, hasta que la cató

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Diego Cazorla, primer premio del concurso de mieles Juan Castro

Cuando Diego Cazorla López le enseñó la color de la miel recolectada en Guayadeque el pasado mes de julio a su hermana María del Rosario ésta le soltó literalmente que “fuerte miel más fea”, un emplaste parecido “al alquitrán”, con una pinta que en principio no iba a ayudar mucho para salir de las aldabas de las tiendas.

“Pero cuando la colamos y nos vino el olor”, ya la cosa pintaba distinto. “Una dulzura”, exclama María del Rosario, encargada del envasado y la gestión de Cuevas de Guayadeque, la marca de la pequeñísima producción de los Cazorla con la que se han llevado una de las alegrías de su vida, la del primer premio en el concurso de mieles que organiza el Cabildo, y que se batía con otras 78 muestras presentadas de 51 productores de toda la isla.

Cazorla está privado. “Hombre, que le den un premio a uno por algo, no es cosa floja”. Si no llega a ser por la miel, a Diego habría que darle un galardón por solo ser cómo es. Un señor de 59 años que embelesa como el néctar que se desparrama de sus colmenas.

De miel y abejas sabe lo que lleva en la cabeza y lo que se le ha ido impregnando en el ADN desde el principio de los tiempos, porque apicultores tiene hasta el fondo de la rama de su genealogía, padres, abuelos, tatarabuelos… “Todos esos antepasados”, resume.

“En la cueva éramos diez hermanos, más dos padres, pues doce”, dice apuntando con su mano y precisión de brújula a una mancha blanca colgada del risco. “Allí es”. A tiro de donde esconde sus colmenares, salpicados en una vertiente del fabuloso barranco con el rumor perenne de las aguas que bajan por la acequia grande.

El paisaje da para recrear del cómo serían las abejas antiguas y su trajinar. “De chico no existía lo de ahora. Mi padre, que en paz descanse, las tenía, unas catorce o ponga usted quince, en los agujeros de los riscos, donde se criaban los enjambres solos porque había agua todo el año y nunca faltaron flores. Habían tantas abejas en Guayadeque, que muchas se instalaban en cuevas imposibles de llegar. Cuando llegaba los tiempos de ellas nos poníamos un capirote que llegaba hasta el cuello, y con un hierro de a doce con una punta para cortar el panal y un gancho para traerlo fuera que le decíamos castradera, sacábamos la miel.”

“Después, cuando tenia unos diez o doce años empezaron los corchos. Se hacían con los troncos muertos de las palmeras, de un metro de altura o un poquito más. Le hacíamos unos ganchos en cruz con unos palos y se ahí se pegaban las abejas a sacar la cera y la miel, pero igualmente era un destrozo porque para recolectar te llevas todo por delante, crías, abejas, reina…”.

Hasta que llegaron las colmenas con sus cajas y la apicultura moderna, que él sigue practicando ya no para sacar unas perras, cosa que no logra desde hace un viaje de años por la persistente sequía que le obliga a comprarles el alimento salvo en excepciones, como la de la floración que le ha reportado a Diego y a María del Rosario a dar diana con la mejor miel de Gran Canaria, y de rebote a la mejor miel de color oscuro, es decir dos distinciones, a pesar “de lo feo del color”, cosa que dicen ellos dos porque la melaza es de un negro piano que da gusto verlo, fruto de un mixturado de flores de bejeque hierba puntera, escobón y eucalipto. “Lo gracioso”, apunta la hermana, “es que hay años en las que nos ha salido blanca como la leche”.

En cualquier caso, el premio gordo es resultado “del trabajo de las abejas canarias, que siempre son un misterio”, pero también de su tesón, el de su hermana y “la ayuda de Luis Pérez, al que quiero saludar, que es el presidente de la Asociación de Apicultores de Santa Lucía y me ayuda un montón, así como a Loli, la veterinaria del mismo Ayuntamiento, por estar siempre a la puerta del cañón”, explica con un dedo en alto para recalcar que “el agradecimiento y el respeto a los demás es lo más importante de este mundo”, casi como su propia miel, que está para chuparse el dedo, aunque por cosa de los tiempos que corren, mejor cada uno el suyo.

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