La tragedia de la presa de El Toscón

El 21 de febrero de 1934 se produjo una avalancha de agua de unos 150.000 metros cúbicos que arrastró árboles, piedras y tierra que taponaron el puente de la carretera de Teror

Restos de la presa del Toscón.

Restos de la presa del Toscón. / Archivo Cronista.

José Luis Yánez Rodríguez

Dos cosas extrañas obsérvanse en lo destruido. Casi en su pie y muy a la derecha, notase un agujero de un diámetro regular cuyo origen no determinamos; y dentro de la represa aparece un gran trozo de muro. Las dos cosas son sumamente extrañas. De haber sido las aguas las que obraran, lógicamente la muralla hubiera caído hacia afuera totalmente vencida por su impulso. La existencia de ese bloque de obra dentro parece apuntar que cayó movido de agente exterior, saliendo luego las aguas. Sin embargo, yo no puedo aún conjeturar nada, y menos afirmar que se trate de un atentado. Debo decirle que estas obras, de estar mal construidas, siempre se rompen en el comienzo de su uso. La represa siniestrada tiene ya años de construida, habiéndose llenado cinco o seis veces. A cada año que pasa, antes que vencerse, la obra adquiere más consistencia. Y yo he visto hoy mismo fotografías de la presa rebosando en captaciones de otros años. Además, por tener el volumen mayor plano de empuje, de romperse por deficiencias, lo haría por su centro y no, por un lado. Por lo que se refiere a una explosión que dice haber percibido el señor Velázquez, nada puedo afirmarle”

Así se expresaba el 22 de febrero de 1934, el ayudante de Obras Públicas Simón Benítez Padilla que unos años antes había proyectado la llamada Presa de El Toscón o el Granillar Bajo; la que junto al secular camino de San José del Álamo había reventado la noche anterior ocasionando una conmoción terrible en toda la isla y que tal como acertadamente expresara Esteban Santana marcó durante años a los habitantes de toda la zona geográfica circundante.

San Agustín

Su biografía, pergeñada magníficamente por Juan Gómez Pamo nos informa de que nació en Las Palmas de Gran Canaria el día 13 de enero de 1890, hijo de los herreños, Petra Padilla Quintero y Cándido Benítez González, ambos naturales de la isla de El Hierro, donde había casado con Amalia Ayala y Espinosa. Cursó el bachillerato en el colegio de San Agustín, realizó estudios de Matemáticas Superiores en la Escuela Local de Industrias y tras la correspondiente oposición, logró el ingreso en la Escuela Central de Ayudantes de Obras Públicas; pasando a prestar sus servicios en la Jefatura de Obras Públicas de Las Palmas.

En 1927 fue nombrado para la dirección de la sección de Vías y Obras del Cabildo de Gran Canaria, donde se jubiló en 1960.

La presa, tal como reseña la Carta Etnográfica de Gran Canaria, se construyó entre 1930 y 1932 sobre una presa anterior, alcanzando unos veinte metros de altura con una capacidad de 110.300 metros cúbicos. Estaba formada por un muro compuesto de cantos de sillares y piedras -rodados de barranco- con mortero hidráulico de cal y arena y cerraba una depresión natural del terreno.

Asombro

Lógicamente, tras la conmoción, el asombro y el dolor ocasionado, la prensa y las autoridades se movieron para dejar completa constancia con lo que pudieran observar y recogiendo las declaraciones de vecinos de El Toscón y parajes cercanos, de lo que había ocurrido hace noventa años, la noche del 21 de febrero de 1934.

En la Hoya del Pozo habitaban José Velázquez (a cuya declaración se refería Simón Benítez al día siguiente), su esposa y sus hijos Juan y Eugenia. Sobre las diez de la noche esta familia se había retirado a dormir. Media hora después, un ruido intenso “como un terremoto” acompañado de una convulsión de la tierra y de un aire huracanado fue el anuncio de la tragedia. A poco de haber percibido este hecho extraño, vieron como comenzaba a entrar el agua en su casa.

La terrible y brutal avenida arrasó el puente de la carretera de Teror, cultivos, muros, barrancos y dos casas, arrastrando asimismo a ocho personas barranco abajo.

Tras aquel impacto, y avisadas las autoridades por teléfono; en las horas siguientes fueron avisando llegando al médico de Tamaraceite Antonio Machín; el juez Antonio Bravo y su oficial José Díaz que iniciaron las primeras diligencias; el gobernador civil Arturo Armenta; el secretario del Gobierno Enrique Mellado y los agentes de Vigilancia Pedro Sánchez y Eduardo Lizarza; el inspector de la Guardia municipal de Las Palmas Damián Gutiérrez; el alcalde Luis Fajardo Ferrer; el Cuerpo de Bomberos y la Guardia Civil.

Gran Canaria, obras hidráulicas.

Gran Canaria, obras hidráulicas. / Archivo J. L. Y.

Y todo el heroico vecindario de la zona, que salió de sus casas para ayudar de la forma que fuera y peligrando sus vidas.

La avalancha de agua de unos 150.000 metros cúbicos arrastró árboles, piedras y tierra que taponaron el puente de la carretera de Teror, represándose en el mismo durante un corto tiempo; tras el que “la fuerza del gran volumen, rompió la contención, lanzándose otra vez vertiginosamente en una extensión de cuatrocientos metros de ancho por tres y cuatro metros de altura, barranco de Jacomar abajo”

Aquella tragedia, primera de tal envergadura ocasionada en Canarias por una presa, arrastró en su brutal acometida dos casas situadas en “El Barranquiilo”, propiedad una de Lorenzo Montesdeoca y habitada por su mayordomo llamado Ramón y conocido por “El Pastor”, su esposa y dos niñas, una de un año y otra de tres. La otra vivienda la habitaba el mayordomo de José Velázquez, llamado Maximiano Sánchez, que dormía con su esposa y dos hijos pequeños en una de las habitaciones, encontrándose en otra los mayores Modesta, María y Adán y en la cocina otra menor de nombre Eva.

Dormía también allí aquella noche “contra costumbre” Rogelio Herrera, gañán de otra finca de solo quince años de edad.

Duro Golpe

Obviamente, todo lo que ocurrió fue un duro golpe para los habitantes de la isla; que a las pérdidas de tierras, plataneras, otros cultivos, edificios, vacas, becerros, animales de labranza; asistieron conmocionados a las noticias de las pérdidas humanas y otras esperanzadoras como la del niño Adán Santana que se salvó agarrado en su desespero a las ramas de una higuera, su hermana Modesta que únicamente sufrió fractura de clavícula o la de su hermana Eva de tan sólo seis años, a la que el primer impacto del agua alzó hasta la cocina de la casa donde se mantuvo aguantó hasta el final de la impetuosa y mortal corriente.

Dentro del desespero y el dolor, se extendió el rumor de que aquel primer y fortísimo impacto que se había escuchado, pudiera ser efecto de un atentado contra los dueños de la presa que eran la viuda de Antonio Marrero, Enrique del Castillo y Lorenzo Montesdeoca.

Y como siempre en estas tragedias, el golpe a las emociones y sentimientos -lo más importante- continuó en los días siguientes.

Las víctimas fueron apareciendo en distintos lugares, con los cuerpos destrozados por los golpes del arrastre de las aguas.

A la esposa de Ramón “el pastor”, que apareció mutilada y desnuda la cubrieron con flores los que la encontraron hasta que se procediera al levantamiento de su cadáver; en La Majadilla llegaron los cuerpos de dos hombres y dos niños y por la barranquera abajo llegaron a la playa de Guanarteme los de Ramón y dos de sus hijos.

Una catástrofe

La catástrofe conmocionó a toda la isla y durante años, la referencia a la presa de El Granillar o El Toscón fue desconsuelo y tristeza, además de solidaridad y cercanía.

Un mes más tarde, los dueños de la presa anunciaban su intención de ayudar a los huérfanos hasta su mayoría de edad, y el director y claustro de profesores del Colegio “Viera y Clavijo” concedían una plaza de interno para Adán Sánchez Alonso. La abuela del mismo, Isabel Sánchez Velázquez era recibida por el gobernador civil para comunicárselo.

La tragedia de la presa del Toscón fue un golpe y un aviso. Luego llegaron tragedias más grandes que la hicieron olvidar en los años siguientes.

Pero allí queda, en el barranquillo que baja del Granillar al Toscón, en las tierras linderas entre Teror y Las Palmas, tierras de permanentes recuerdos del paso de la Virgen del Pino; el trozo del muro que quedó atrayendo permanentes caminantes y curiosos, y aguantando nueve décadas de habladurías, dolor y consternación.

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