San Bartolomé de Tirajana

Maestros de la hostelería en San Bartolomé de Tirajana

Empleados del Restaurante La Rotonda, el primero que abrió en Maspalomas Costa Canaria el 29 de febrero de 1964, conmemoran hoy aquella efeméride con una comida

60 aniversario del Restaurante La Rotonda, en Maspalomas

Fotos de Francisco Rojas Fariña/Archivo de la Fedac

Tal día como hoy, 29 de febrero, año bisiesto, se inauguró hace 60 años el restaurante La Rotonda y los bungalós Los Caracoles, primeras construcciones turísticas en San Agustín que serían el pistoletazo de salida de una industria que no ha parado de crecer y que ha traspasado las fronteras de San Bartolomé de Tirajana. Fue el conde Alejandro del Castillo quien lanzó el Concurso Internacional de Ideas Maspalomas Costa Canaria.

El 29 de febrero de 1964, Agustín Curbelo apenas había cumplido los 18 años cuando se enfundó un uniforme, una pajarita y unos zapatos y se plantó junto a compañeros como Pedro Jiménez Álamo, Francisco Santana, Paco Pérez Nieves, Mercedes Romano o Mary Martín, entre otros, a servir la primera cena del Restaurante La Rotonda, el primer establecimiento hostelero que junto a los apartamentos Los Caracoles abrió al público en la ciudad turística que el entonces conde de la Vega Grande de Guadalupe, Alejandro del Castillo y del Castillo, empezó a construir en San Agustín el 15 de octubre de 1962. «Estoy muy orgulloso de formar parte del equipo de trabajadores pioneros en el sector turístico del Sur», señala aquel camarero que, junto al resto de compañeros, sembraron el germen de la hostelería en San Bartolomé de Tirajana y casi sin quererlo se convirtieron en los maestros para las siguientes generaciones de hosteleros. Para recordar aquella efeméride, una veintena de trabajadores de aquel restaurante, ya inexistente, se reúne este jueves, justo en el día en que se conmemora el 60 aniversario de la apertura y en año bisiesto, para celebrar una comida de confraternización en el restaurante Aeroclub.

Fotografía del restaurante La Rotonda cuando en San Agustín no había todavía nada más construido, a principios de la década de los sesenta.

Fotografía del restaurante La Rotonda cuando en San Agustín no había todavía nada más construido, a principios de la década de los sesenta. / Francisco Rojas Fariña/Archivo de la Fedac

El inicio de la urbanización arrancó con la construcción primero de la rotonda de San Agustín, el diseño de las calles y las parcelas, y a partir de entonces empieza la obra del restaurante La Rotonda y los apartamentos Los Caracoles, ambos diseñados por el arquitecto Manuel de la Peña. Aquello fue el origen de lo que hoy se conoce como la Nueva Suecia y se levantó para que los inversores suecos que llegaban a impulsar sus negocios tuvieran dónde dormir y dónde comer.

Tras 16 meses de obras, el 29 de febrero de 1964, el conde Alejandro del Castillo y del Castillo, acompañado de sus hijos Alejandro y Pedro del Castillo y Bravo de Laguna, inauguró el restaurante junto a Eduardo Benítez Cabrera, consejero delegado de Bahsa, y el arquitecto Manuel de la Peña, tal y como recuerda Pedro Franco, técnico en Patrimonio Histórico y Cultural y Roque Nublo de Gran Canaria 2020.

Aquella primera cena, en la que se ofreció un consomé, lubina, solomillo, glaseado de galleta y una taza de café moca, la sirvió el alumnado de la Escuela de Hostelería de Las Palmas, en la que Agustín Curbelo se había matriculado tras la insistencia de un allegado cuando trabajaba en el aeropuerto. «Éramos muchos en la escuela y de repente nos dijeron que iríamos a la inauguración de La Rotonda; quién nos iba a decir que íbamos a ser los primeros en trabajar en el Sur», señala este hostelero de 78 años que ocho años después fue de los primeros empresarios con un quiosco en la playa de Maspalomas, posterior fundador del restaurante Casa vieja y tuvo negocios en el Anexo II.

Al tiempo que se abrió el restaurante, se inauguró también el complejo de bungalós Los Caracoles

Agustín llegó a trabajar a un edificio de forma circular, con paredes que se unían unas a otras formando habitaciones cerradas y abiertas, un inmueble que Pedro Franco define como «emblemático arquitectónicamente que llegó a convertirse a los 30 años de su inauguración en un lugar cochambroso, que el tiempo y el abandono convirtió en pésimo escenario para la imagen de la zona y la salud de los usuarios», hasta que se demolió.

«Se ganaba mucho»

A aquel grupo de jóvenes trabajadores que en su mayoría había abandonado el sector primario que se extendía por las tierras áridas del sur, los ayudaron metres llegados desde la Península, que sabían idiomas y auxiliaban a estos nuevos hosteleros en su relación con los turistas. «En la hostelería se trabajaba mucho, pero también se ganaba bien», relata Agustín. 1.800 pesetas de sueldo y hasta 40.000 pesetas en algunos casos sumando las propinas.

Ocho meses después se incorporó al equipo Emilio Afonso, un aprendiz de ferretería que quería progresar. «A mi me decían que allá abajo se ganaba mucho dinero», rememora, «yo no tenía ni idea del sector, me preguntaron que sabía hacer, yo dije que nada y me pusieron de aprendiz de camarero dando de comer al personal y a los chóferes, donde estuve ocho meses, pero como era muy espabilado luego me ascendieron a ayudante de camarero». Estuvo en el restaurante cinco años, hasta que decidió cambiar de empleo y luego montó un local en el Anexo II. Y reconoce el trabajo que todos hicieron. «Los turistas decían a los jefes que tenían una brigada muy buena y educada, eran todo alabanzas, éramos profesionales», añade. Su trabajo en La Rotonda le dio a Emilio doble alegría, porque gracias a eso conoció a Pino Franco, encargada del área de lencería de los apartamentos Los Caracoles, con la que se casó en 1970 y formó una familia.

Primera brigada de camareras de pisos de los bungalós Los Caracoles.

Primera brigada de camareras de pisos de los bungalós Los Caracoles. / Francisco Rojas Fariña

A sus 77 años, Emilio recuerda la «unidad» que tenían los trabajadores, sobre todo porque la mayoría vivía en un edificio habilitado por el conde que ellos llamaron ‘La pensión suspiro’, hasta que se trasladaron a un edificio residencial «de lujo» donde está el hotel Gloria Palace.

Frente a los camareros estaba el personal de cocina, como Mercedes Romano, una mujer que a sus 82 años recuerda que abandonó los tomateros para irse a un restaurante donde era «cocinera, freganchín o lo que fuese, allá donde faltaba personal estaba yo». Mercedes estuvo allí 11 años, y en el local fue donde aprendió a cocinar. «Había turistas que nos pedían comidas que nosotros no habíamos visto nunca, como las langostas, aquellos bichos nosotros no los comíamos», recuerda. Se marchó al turismo porque era «un sector novedoso» y porque «se llegaba a hacer hasta 3.000 pesetas de propina en una noche; fíjese si hacíamos dinero, que el que lo ganó, si lo empleó bien, hoy está bien puesto», apunta.

Las langostas que se comían los turistas las cobraba luego Juan Vega, quien llegó al restaurante a los 15 meses de abrirse a trabajar en la oficina de facturación. Llegó allí con 18 años, y hoy a sus 77 años recuerda que «se facturaba mucho, tanto por la gente que iba por libre como los de media pensión de Los Caracoles». Rememora aquellos años como «una época maravillosa» en la que compartió mucho tiempo con sus compañeros, al dormir todos en el mismo edificio.

Diez meses después de la inauguración, la Escuela de Hostelería se retiró del restaurante y sus empleados fueron contratados por Amurga S.A., la empresa del conde.

Al tiempo que se inauguró el restaurante, también se abrieron los apartamentos Los Caracoles, los primeros de la zona turística que abrirían la veda a un sinfín de construcciones con el primer hotel, el Folías, en 1965. Aquellos apartamentos existen hoy en día, aunque como recuerda Pedro Franco «su apariencia no tiene nada que ver con el estilismo y la esencia que le dotara Manuel de la Peña; no existen restos de la armonía sutil, los trazados rectilíneos en contraposición a los círculos y arcos de La Rotonda Y, por supuesto, nada de aquellos paralelismos intencionadamente desorganizados que hacían que cada hilera de bungalows no entorpeciera visualmente el paisaje del mar y las montañas del entorno». Meses después se inauguró el considerado primer centro comercial, Las Rotonditas.

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