A poco más de 30 metros de profundidad y ubicado al este de la ciudad, el Kalais recrea una ilusión óptica para los submarinistas que han descendido hasta este nivel. Y es que debido a la inusual posición que guarda este pecio, que yace sobre su quilla, se simula la navegación del que fue un gran carguero de 110 metros de eslora y 24 de manga. Esta estructura ha enriquecido el fondo marino capitalino y ha sido absorbida por la vegetación para hacer de ella parte de su hogar.

El navío, de bandera griega, se dirigía al puerto de Warri, Nigeria, cargado de sacos de cemento cuando sufrió una avería que le obligó a ser remolcado hasta el Puerto de La Luz y Las Palmas en 1978. Permaneció fondeado frente a la costa durante una estancia prolongada, situándose como la presa fácil de los ladrones que se llevaron cuanto pudieron. Finalmente, un fuerte temporal ocasionó el hundimiento del barco.

Desde ese momento, el Kalais se convirtió en uno de los atractivos submarinos más llamativos de todo el Archipiélago canario. En palabras de Gorka Gutiérrez, uno de los propietarios de Buceo Canarias y miembro de la Asociación de Empresarios de Buceo de Gran Canaria, "históricamente es el más emblemático".

El experto considera que este pecio es muy popular en el sector a nivel internacional y lo califica de "monumento". Sin embargo, el acceso hasta él está prohibido en la actualidad. Desde que el dique de La Esfinge abriese sus puertas el pasado octubre permitiendo operar a navieras y otros tantos barcos, ni las escuelas de profesionales, ni los submarinistas independientes están acreditados por la Autoridad Portuaria para sumergirse en este espacio, porque puede haber riesgos. Un total de ocho pecios están emplazados en esta zona de tráfico marítimo y deberán ser retirados, como ya adelantó este periódico.

Alternativas

Está previsto que el conjunto de navíos se desarme y posteriormente se venda como material comprimido. La Autoridad Portuaria está a la espera de la construcción de la planta de desguace que se ubicará en el inicio del Reina Sofía. Para dar con la mejor forma de extracción de estos barcos naufragados, el ente portuario realizará un estudio previo.

El colectivo de buceadores ha asegurado que no está en contra del crecimiento del Puerto de La Luz y Las Palmas. Más bien, insiste en solicitar permisos puntuales para sumergirse en los momentos que no interfieran a la navegación. Incluso, han proporcionado como alternativa enterrar embarcaciones abandonadas en los muelles para impulsar esta vertiente que tantos adeptos atrae.

"En otras partes del mundo, hunden incluso fragatas de guerra, que son muy atractivas", señala Fernando Ros, presidente de la Federación Gran Canaria de Actividades Subacuáticas, quien considera que otros países son más propensos a realizar estas actuaciones, siempre bajo una supervisión. "No es tirar basura al mar, es crear riqueza y vida", reitera Ros.

El presidente de la Federación se basa en su experiencia para afirmarlo: "Antes no teníamos sondas en los barcos y buscábamos a ojo dónde estaba el pecio. Cuando veíamos los peces, sabíamos que el Kalais estaba ahí", cuenta. Y es que si el carguero griego no yaciese donde lo hace en la actualidad, probablemente no habría tanta fauna. ¿A qué se debe? A su lecho arenoso, un tipo de fondo que no engendra de por sí la biodiversidad.

Hace unos seis meses, los buceadores organizaron una inmersión de despedida del Kalais. Fue una experiencia que despertó muchas emociones, "porque sabes que no lo volverás a ver", argumenta Fernando Ros, quien sintió incluso tristeza en este singular adiós. "A la gente le gusta ir a los pecios porque te puedes recrear e imaginarte cómo era su actividad en el pasado", agrega.

Para aquellos que no tuvieron la oportunidad de conocerlo in situ, aquí pueden descubrir algunos de los detalles de esta maravilla que ha formado parte de las memorias de la ciudad.

El Kalais se organiza en tres plantas. Sobre la cubierta aún se aprecian los restos de una chimenea, el punto más alto del conjunto al quedar a 14 metros de profundidad bajo el nivel del mar. El submarinista puede descender planta por planta y recrear una película de la vida que albergó hace más de 30 años.

En la primera planta se ubican los dormitorios, "donde se ven restos de camas y una bañera", indica Gorka, en relación a esta última, un reclamo fotográfico para los que la visitan. Si se desciende al nivel intermedio, uno se percata de la sala de máquinas y de sus estrechas pasarelas. Grifos, depósitos de combustible, calderas o tuberías son algunos de los equipamientos que aún se conservan. Ya en la última planta, donde se llega a los 30 metros de profundidad, se observa parte de esta misma sala y el eje de la hélice. En este recorrido interior, aún se distingue el reposo de los sacos de cemento que iban a ser transportados hasta África antes de su naufragio.

"Los costados de babor y estribor cayeron", puntualiza Gutiérrez. Ello ha favorecido a la generación de vida debajo de estas armaduras. De hecho, los visitantes acechan en ocasiones bancos de cazadores nocturnos, popularmente conocidos como roncadores.

Además de este tipo de fauna, el pecio Kalais da la oportunidad de disfrutar del buceo acompañado de bicudas, medregales, gallos, samas, bogas, fulas, pejes verdes, salmonetes o chuchos. "Si coges una guía de especies, puedes verlas casi todas", sostiene este profesional.

De lo más llamativo de este navío para Gorka es su vista desde la proa. Un imponente buque que parece navegar en los fondos del Océano Atlántico. Este buceador profesional estima que son cuatro las inmersiones necesarias para regocijarse en el Kalais. El buen estado en el que se conserva es una de sus peculiaridades.