Callaron las armas y hablaron las letras. Amén de las secuelas económicas y anímicas, el ataque de Van der Does a Gran Canaria tuvo también inmediatas repercusiones literarias, tanto en el bando de los atacados como en el de los atacantes. En las filas defensoras el autor de referencia es un hombre que no llegó a entrar en batalla pero al que se le encargó negociar con los holandeses: Bartolomé Cairasco de Figueroa, canónigo de la Catedral y padre de la literatura canaria. El almirante frisón se había alojado en la casa del propio Cairasco (que se levantaba en el solar en el que hoy se erige el Gabinete Literario) de tal modo que, a la tensión inherente a la encomienda de parlamentar con el almirante invasor, el poeta insular tuvo que añadir la de hacerlo mientras aquel allanaba su morada.

Como indica a este periódico el filólogo Antonio Henríquez, autor de estudios imprescindibles sobre el poeta y dramaturgo, en uno de los cantos de la Segunda parte de Templo Militante, su más célebre obra, Cairasco dedica varias estancias al ataque holandés. Entresacamos algunos versos:

"La costosa ciudad, al fin, ganaron,/ do poco más hallaron de las casas./ Y ardiendo en vivas brasas de corridos,/ y de furor vencidos, por la tierra / entraron a dar guerra a los lugares / más de cuatro millares de soldados / valientes y arriscados. Y en un monte,/ las aguas de Aqueronte se gustaron / de muchos que mataron los isleños, / con lanzas y con leños. Y temiendo / aquel asalto horrendo los de Holanda,/ y brava escurribanda, fue forzoso / volver con vergonzoso movimiento / a pocos más de ciento las espaldas./ Con aquestas guirnaldas, los canarios / siguieron temerarios el alcance, / y al fin de lance en lance los llevaron / hasta que se embarcaron con afrenta, / huyendo la tormenta de Canaria".

Con ser las alusiones más conocidas del literato al ataque de Van der Does, no son las únicas. El propio Henríquez trabaja también actualmente sobre otro poema del vate insular dedicado a Francisco Martínez de Cenicero, Obispo de Canaria, que contribuyó también espada en mano a expulsar al invasor, y del que, al dirigirse al rey, Cairasco dice: "Si le has de hacer dignas mercedes, incipe,/ que va corriendo en posta el tiempo alígero,/ y este Marte belígero, /en guerra eclesiástica?/ merece de tu mano el digno premio".

Del lado de los atacantes las musas no emprendían tan altos vuelos, pero dejaron un documento interesantísimo y menos conocido: un pasaje del diario de viaje de Johann von Leubelfing. En el libro este alemán abanderado de la escuadra frisona relata la expedición desde su partida de Zelanda (Holanda) hasta su regreso, tras distintas peripecias militares por el Atlántico, incluida la del ataque a Las Palmas.

El texto, que el principal historiador del episodio, Antonio Rumeu de Armas, no pudo consultar cuando dio a la imprenta su monumental Piratería y ataques navales a Canarias, pues entonces lo daba por perdido, fue traducido del antiguo alemán por Lothar Siemens, padre del musicólogo del mismo nombre. Esta versión del diario, publicado originalmente en Ulm en 1612, fue reproducida en 1966 en el número 89 de la revista El Museo Canario.

Como cualquier espectador contemporáneo que contempla en directo una escena de guerra en el telediario mientras da cuenta plácidamente de su almuerzo, Von Leubelfing, cuando no está él mismo en acción, disfruta del espectáculo del combate mientras los atacantes hostigan a los defensores en el risco de San Francisco: "Luego fueron mandados varios mosqueteros de cada compañía a que subieran a la montaña para escaramuzar al enemigo, lo cual hicieron y estuvieron en ello medio día, siendo muy entretenido observar cómo se perseguían mutuamente montaña arriba y abajo".

A propósito de algunas de las añagazas empleadas por los canarios en el Monte Lentiscal para repeler a los holandeses, el diarista relata: "El enemigo colocó en sitios donde presumía que llegaríamos varias minas y explosivos, poniendo encima de los mismos dinero: cuando los soldados trataban de cogerlo se incendiaban los explosivos, con lo cual muchos fueron engañados". Y sobre la quema de la Catedral y la retirada de los invasores apunta: "El 4 de julio por la mañana temprano empezó a arder el interior de la gran Iglesia, y luego los soldados incendiaron toda la ciudad, prendiendo cada cual después fuego a su alojamiento".

Por suerte para Cairasco, Van der Does no entregó a las llamas la casa que le había usurpado, quizá por haber sido cautivado por el verbo del poeta durante el breve encuentro negociador que mantuvo con él. Por su parte, el abanderado alemán, que se había alistado en la armada de las Provincias Unidas de los Países Bajos en busca de botín y gloria, pudo salvar su vida y publicar su relato. Pero, eso sí, como Van der Does, el holandés errado, había calculado mal las riquezas y la capacidad de defensa de los grancanarios, Von Leubelfing, como sus compañeros, tuvo que embarcarse casi con lo puesto y como dice el verso del canónigo, "volver con vergonzoso movimiento".