El obispo emérito de la Diócesis de Canarias, Ramón Echarren Ystúriz, falleció la madrugada de ayer a los 84 años de edad a consecuencia de un infarto, cuando dormía en su casa de Vegueta. Echarren inició su obispado en Canarias en 1979, en plena transición democrática, e imprimió a su labor pastoral una enorme preocupación por los problemas sociales, impulsando la labor de Cáritas y la ayuda a los más débiles. Se jubiló en el año 2005, y desde entonces vivió en un voluntario anonimato. Su capilla ardiente estará abierta hasta el próximo miércoles, que será enterrado en la Catedral de Santa Ana. El obispo Francisco Cases, que se encontraba de vacaciones con su familia en Alicante, volvió anoche a Gran Canaria.

De carácter cercano y sencillo, Echarren no tuvo jamás pelos en la lengua a la hora de denunciar el "abismo" cada vez más grande, usando sus propias palabras, entre ricos y pobres, la corrupción política, social y económica, la xenofobia y el abandono de los inmigrantes que llegaban a nuestras costas a matar el hambre, los "abuelos aparcados" en casas de acogida y, en definitiva, la discriminación de los más débiles. También se mostró contrario al aborto y al matrimonio homosexual, pero fue especialmente crítico con el abuso a los más débiles, para los que siempre reclamó la solidaridad del resto de la sociedad y las instituciones.

Las homilías de sus últimos años de ejercicio episcopal eran muy esperadas por su carácter polémico y, hombre de fuerte carácter, llegó a abroncar a los cargos políticos que acudieron a una misa del día del Pino, en Teror, porque hablaban entre ellos durante la eucarística. Fue en 2001 y después justificaría su arrebato, afirmando que no soportaba la hipocresía de los políticos agnósticos que sólo iban a misa para ganar votos.

"El denunció siempre las injusticias desde el Evangelio", aclara el vicario general de la Diócesis de Canarias, Hipólito Cabrera Santana. "Desde el Evangelio no tenía ningún problema en expresar lo que éste decía. Y, ciertamente, esto creó alguna pequeña situación" de incomodidad, "en el ámbito social, político y económico. Pero era ese convencimiento evangélico, lo que le llevaba a hacer de anuncio y denuncia de situaciones".

Sin embargo, resalta Ana Díaz, la jefa de Prensa del Obispado que trabajó muchos años con él, "era un hombre muy querido por los representantes políticos, a pesar de que a veces denunciaba lo que no le gustaba. Don Ramón me decía: "Presumo Ana de tener amigos en todos los partidos. Por lo tanto, si me critican en un lado, me lo dicen por el otro". Echarren se pateó todas las islas y las parroquias, recuerda el vicario general, y su carácter abierto le permitió entablar muy buenas relaciones -aunque no se callaba cuando creía que tenía que criticar alguna actuación- con los políticos de la transición y luego con los que gobernaron después el destino de las instituciones canarias, independientemente del signo político de éstos.

"Ha sido un buen pastor, un hombre cercano, sensible, sencillo, servicial, disponible, acogedor y, como todo humano, tenía su carácter y sus prontos", intenta resumir Hipólito Cabrera lo más destacable de la figura de Echarren, del que resalta la rapidez con la que se implicó en la Diócesis, nada más llegar a Canarias.

Ramón Echarren nació en Vitoria el 13 de noviembre de 1929 y fue ordenado sacerdote en 1958. Se licenció en Teología por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma y en Ciencias Sociales, por la Universidad de Lovaina (Bélgica), unos estudios que imprimirían en él una gran vocación por lo social, que le llevaría a implicarse en la potenciación de Cáritas Diocesana y el impulso de los informes Foessa, uno de los mejores diagnósticos sociales que se elaboran en España.

El 22 de diciembre de 1969 se convirtió en la mano derecha del cardenal Vicente Enrique i Tarancón, hombre clave en la transición española. Durante todos estos años y antes de venir a Canarias fue miembro de la comisión de la Pastoral Social, entre otras comisiones, desde la que se realizó una inmensa labor a través de Cáritas.

Una vertiente social que continuó cuando llegó a Gran Canaria el 29 de noviembre de 1979, tras su nombramiento el 29 de noviembre de 1978. "Él venía de una experiencia muy fuerte del ámbito social. Hay que situarlo en Madrid en la época de Tarancón, en una iglesia que surge, que nace, que crece y desde esa experiencia, de implicación con el ámbito social. Desde esa clave, cuando viene aquí a Canarias, fundamentalmente lo que hace es potenciar todo el tema de Cáritas Diocesana y las cáritas parroquiales", afirma Cabrera Santana, quien recuerda que "muchas de sus homilías y pastorales reflejan esa experiencia y esa vivencia que tiene en el ámbito de lo social, fundamentalmente, de los más pobres, que eran sus preferidos. Yo creo que todo su trabajo y su esfuerzo fue en esa línea".

Por eso no es extraño, que Echarren recibiese con gran alegría la llegada del papa Francisco, un hombre que siente la misma inquietud que el obispo vasco por los más débiles. Cabrera señala al respecto que "hay una gran preocupación del Papa en buscar a los que están en la periferia, a los que necesitan, y esa era también una de las grandes preocupaciones de don Ramón, quien decía que este nuevo papa era un gran regalo para la Iglesia y que la forma de comunicarse que tenía le estaba dando un nuevo Pentecostés".

La implicación de los seglares en la tarea pastoral y la corresponsabilidad de todos en la evangelización fue uno de sus grandes objetivos, desde que aterrizó en Canarias, donde intenta implantar todas las novedades del Concilio Vaticano II, como los consejos pastorales "Desde esa clave él va configurando un proyecto de diócesis, que tiene como colofón el trabajo que se hace en el Sínodo Diocesano, que cumplió los 25 años el año pasado", explica Cabrera, que recuerda su intento de mantener siempre abierto un diálogo entre la fe y la cultura.

Todo el protagonismo que tuvo durante los 25 años en que fue obispo de Canarias se apagó de golpe cuando se jubiló el 26 de noviembre de 2005, una vez consideró que había cubierto su etapa como prelado. "Una vez que el santo padre le acepta la renuncia por la edad", cuenta Cabrera, "él se retira y prácticamente desaparece de la Diócesis. Vive en el anonimato", aunque siguió participando en la vida diocesana, apoyando al obispo Cases.

Y así vivió, entre rezos, charlas con amigos y lecturas y misas hasta que la madrugada de lunes le alcanzó la muerte. "Ha muerto", dice Cabrera, "como un hombre coherente. Muere sin nada. Con lo puesto. En la humildad y en la sencillez. Cuando dejó de ser obispo, la gran mayoría de sus cosas las entregó y se va con la mochila vacía. Se va con la mochila llena de actitudes, virtudes y trabajo, pero vacía a nivel material. Es un hombre que no tenía apego a las cosas. De hecho, su casa era muy sencilla y muy humilde". Y tuvo la gran suerte, además de todo, de tener una muerte muy rápida y my dulce. Descanse en paz.