Una noche C. sueña que camina por Triana junto a su amiga A. y junto a L., nieto de ésta. En el sueño las dos mujeres llegan con el niño al comienzo de la calle. El niño observa la depresión del terreno que separa Triana de Vegueta, señala a su derecha y le pregunta a C.: "¿Qué hay ahí?" C. responde: "Ahí hay dos puentes, uno de palo y otro de piedra, pero los están tirando. Vamos, para que los veas, antes de que los acaben de tirar". Pero cuando llegan al lugar, no sólo han caído ya los puentes, sino que el tramo del barranco Guiniguada que atravesaban aquellos ha desaparecido también, sepultado bajo la Autovía del Centro. C., A. y L. no se sorprenden. En la fluida topografía del sueño lo extraño es indistinguible de lo familiar.

En el sueño de C. el tiempo es a la vez un Ahora y un Entonces, pues cuando tiraron los puentes de Palo y de Piedra, a principios de los años setenta, C. y A. eran aún jóvenes y L. no había nacido. En la memoria de C., como en la de generaciones precedentes, la impronta del agua que corre torrencialmente por el Guiniguada es una imagen persistente. En su caso, como huella mental asociada a la niñez, a las monjas del colegio que la llevan a contemplar el prodigioso espectáculo que ha traído la lluvia.

El sueño de C. es una vía de entrada al imaginario colectivo, una posibilidad de palpar esa cicatriz en la memoria de Las Palmas que es la carretera que cubre el Guiniguada. La geografía inestable de la imagen onírica transmite, a quien escucha a C. relatar su sueño, una tensión poderosa que desborda el almíbar de la nostalgia. A través de su narración, el oyente cree oír el relato del sueño de la ciudad.

Con los escombros de los puentes demolidos se ha erigido una montaña a la que suben las dos mujeres y el niño para observar la carretera. Pero cuando alcanzan la cima lo que se extiende a sus pies no es la cinta de asfalto, sino el barranco. Transcurre un tiempo incuantificable y deciden bajar. C. teme precipitarse junto a su amiga y el niño al fondo del barranco. Hasta aquí lo que recuerda del sueño. Otro día C. sueña que le cuenta a A. su sueño anterior: Que camina con ella y su nieto por Triana, que están demoliendo los puentes de Palo y de Piedra, que suben a la montaña de escombros de los puentes, que desde allí no ven la carretera sino el barranco... Al despertar C. le cuenta al reportero su nuevo sueño, y éste comienza a escribir un reportaje que parece un cuento, en el que el tiempo discurre a saltos y el espacio es vibrante, en el que la ciudad está hecha de flujos que se presienten como el agua que de vez en vez corre bajo la Autovía del Centro para mezclarse con el mar.