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La sombra del árbol

La sombra del árbol

El Árbol Bonito del paseo de Chil, uno de los contados laureles de Indias de Las Palmas, y una señal importante en la ciudad, languidece sumido en la amnesia, como un reflejo de lo que fue

Hubo un tiempo en que Las Palmas tenía tres árboles con un significado especial para sus habitantes, y a los tres los llamaban El Árbol Bonito, tal que si fuese uno solo el que por su hermosura destacase sobre los demás. Uno de ellos, El Árbol Bonito de Tafira Alta, fue talado hace un tiempo para ensanchar la carretera de Los Hoyos. Otro, El Árbol Bonito que está en la antigua carretera de Tafira junto al Colegio San Juan Bosco, conserva su resplandor totémico y es aún un punto de referencia espacial para las nuevas generaciones. El tercero, del que se ocupa este reportaje, El Árbol Bonito del paseo de Chil, languidece en el lugar precario donde arraiga.

En un equilibrio milagroso, en un desnivel entre el paseo de Chil, al que asoma su copa, y unas viviendas, El Árbol Bonito es uno de los contados laureles de Indias centenarios de la ciudad. Junto al árbol y hasta las faldas del Castillo de Mata se extendía la acequia de San Nicolás, que almacenaba agua para regar las plataneras de las fincas de Lugo. Hasta 1940, además, fue el árbol una señal limítrofe entre San Lorenzo y Las Palmas, marca de una línea divisoria que separaba ambos municipios y que concluía frente a la Peña de la Vieja.

El biólogo Víctor Montelongo explica que El Árbol Bonito, este del paseo de Chil, no el de San Juan ni el extinto de Tafira Alta, tal vez pertenezca a una estaca de los primeros laureles de Indias que se trajeron de Cuba a mediados del siglo XIX, o, bien, es un ejemplar próximo a esta progenie. Montelongo, exjefe de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, llama la atención así mismo sobre otras plantas que acompañan a El Árbol Bonito, en el espacio en que se encajona. "Son restos de flora utilitaria vinculada al mundo rural", explica, "como la pita sábila -más conocida actualmente como aloe vera-; la pita común, cuyas pencas se usaban como alimento para las vacas en invierno, y la tunera india, que, además de por sus sabrosos frutos, se plantó para obtener las púas con que fijar las madres de la cochinilla sobre la tunera común".

Misteriosamente, en los años ochenta El Árbol Bonito comenzó a dar frutos, los higos propios del laurel de Indias, lo que Montelongo explica por la irrupción de un agente polinizador, "una avispa diminuta" que también ha aportado su efecto benéfico a otros árboles de Altavista y Ciudad Jardín. Atraído por los higos, ha aparecido además en el entorno del árbol una criatura cuya presencia emociona al biólogo: el canario de monte, que con sus colores amarillo verdoso y pardo grisáceo vivifica algo la estampa, hoy deslucida, de El Árbol Bonito.

Amén de sus observaciones científicas, Montelongo, asimismo presidente de El Museo Canario, hace aportes de su memoria personal, pues su casa familiar se encontraba en la calle Senador Castillo Olivares y recuerda aún los años cincuenta la acequia llena de agua y una presencia más rotunda de El Árbol Bonito. Su evocación incita a ahondar en la memoria histórica y etnográfica del árbol y el reportero se va, entonces, a indagar al otro lado del paseo de Chil, entre los habitantes de mayor edad de Ladera de Cuyás, que comparten la referencia de El Árbol Bonito como una señal nítida en su memoria espacial.

Juana, de 79 años, y Antonia, de 82, son vecinas de esta hilera de casas que está como suspendida entre el paseo de Chil, con el que sólo conecta por los cuarenta y dos escalones de una escalera, y el paseo de San Antonio, del que le separa un descampado. Juana, que nació en la vivienda familiar de Ladera de Cuyás, asocia El Árbol Bonito con un flujo más lento de la existencia, cuando iba con su madre a lavar la ropa en la acequia, junto al árbol. Los recuerdos más antiguos de Antonia, también nacida en la casa que ahora habita, están igualmente asociados a la cultura rural que impregnaba esta zona céntrica de Las Palmas: "Por aquí había tres vaquerías en las que bebíamos leche fresca y nos bañábamos en la acequia, junto al árbol".

El Árbol Bonito fue conocido también popularmente con otro nombre que se ha difuminado más. Federico, nacido en Ladera de Cuyás hace 78 años, recuerda que este laurel de indias era conocido también como "El Árbol de los Enamorados", y ello porque "los soldados peninsulares del Castillo de Mata se sentaban bajo las ramas con sus parejas". Por lo demás, como sus vecinos de edad avanzada, Federico dice con énfasis que, en contraste con lo que es hoy, este era un árbol "enorme".

El pequeño trayecto entre la sombra de El Árbol Bonito y Ladera de Cuyás es un frágil corredor temporal que atraviesa la velocidad motorizada del paseo de Chil. Podado rudamente, regado muy de cuando en cuando, y encajonado en el crecimiento de la ciudad como algo que estorba, el centenario árbol está sumergido en la amnesia. La memoria de Juan, por su parte, que con sus 91 años es el habitante más anciano de Ladera de Cuyás, tiene una herida en el árbol: "No es la sombra de lo que fue, lo destrozaron y ni agua le echan".

Tras despedirse de los amables vecinos de Ladera de Cuyás, el reportero vuelve sobre sus pasos y echa un último vistazo a El Árbol Bonito y al lamentable estado de su emplazamiento. Mientras lo hace piensa que, si el paseo de Chil es un paseo por el que no pasea casi nadie -en buena medida porque nadie se ocupa de convertirlo en un paseo agradable-, El Árbol Bonito es aún, sin duda un árbol, quien sabe por cuánto tiempo más. De lo que no está tan seguro es de que, tal y como está, sea realmente aún un árbol bonito.

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