"Venimos de la Cuba, chico, de La Habana", gritan en el cruce del Guiniguada las madres de Adana y Emma, dos niñas disfrazadas, entre la inmensa nube de polvo que deja el Carnaval Tradicional a su paso por Vegueta. Ninguna de las tres mujeres -dos madres y una amiga- se identifican. Más bien tiran de perlas, gafas de sol y billetes de 500 euros para pasar desapercibidas entre la juventud, que a esa hora de ayer, sobre las siete de la tarde, ha tomado la calle Obispo Codina para llenarlo todo de polvos talco al ritmo de la banda de Agaete.

La única tradición sobre la carretera del barranco Guiniguada la pusieron los más jóvenes, dispuestos a dejar blanco hasta los coches que buscaban aparcamiento a última hora. Sin piedad. Algunos atacaban en manada, por la espalda, mientras el público grababa con el móvil el inicio de la fiesta. Otros, los más bailarines, se quedaban rezagados en Las Ranas, la plaza refugio de los jóvenes, con su propio sistema de sonido a cuestas, donde el suelo era una pista de patinaje sobre hielo y los niños jugaban a hacer montañas de polvo talco.

En esa misma plaza, sentadas frente a un cuenco de aceitunas y tres copazos de ginebra, brillaban entre la multitud juvenil Cristina, Estefanía y Ruth, indefensas ellas, sin más armadura que una barra para pintarse los labios de rojo. "Somos nuevas en esto, a ver que pasa con tanto polvo", bromeaban sabedoras, a esas alturas de la tarde, de que debieron traerse polvos talco para contrarrestar la ofensiva varonil.

La cosa pegó a coger intensidad sobre las siete y media. A esa hora miles de mascaritas, en su mayoría vestidas con cualquier cosa blanca, formaban una nube que flotaba sobre el barranco. Iban detrás de la banda de Agaete, 15 valientes que se jugaron la salud de sus pulmones para hacer feliz a la gente. "Es la fiesta más difícil de todas las que hacemos", asegura la mánager de la banda, Susana Pellicer. "Imagínate estar dos horas soplando los instrumentos con todo este polvo", añade la representante. Los músicos, en esos momentos, se preparaban en el bar para saltar al ruedo y comenzar el pasacalles.

Pero no hay que imaginarse la fiesta, sino vivirla, como las madres de Adana y Emma, cuasisolteras ellas, que seguían en la esquina de Obispo Codina para verlas llegar, con sus pamelas, unos parasoles antimoscones y esas perlas grandes como mejillones alrededor del cuello. Las tres mujeres vienen de Arucas, embrujadas aún por lo fenomenal que se lo pasaron una vez en La Palma, donde si se festeja a lo grande el regreso de los nuevos ricos que emigraron a Cuba para hacer fortuna. A esa misma esquina llegan Ignacio, José, Julián, Mónica y Rosío, otro de los pocos grupos que se metieron en el papel, aunque se echaron en falta unos buenos puros y la soltura de la Negra Tomasa, que en esos momentos cruzaba el Guiniguada como una exhalación, sin detenerse para socializar con los ricachones de copa y puro.

Y es que la banda de Agaete ya subía por la derecha del despeñadero. Como punta de lanza, sin complejos, Conchi Ramos, porque "la tercera edad también lo pasamos bien en los carnavales", revela Ramos. Ella, con años de fiesta a sus espaldas, lo tiene claro. "Salgo sola porque no me gusta que me gobierne nadie", añade antes de ser engullida por la polvareda.

Con la misma cara de asombro se presentan Inés y Katja, dos alemanes grandes como roperos que se han vestidos de mujer, ambos rubios entre el blanco nuclear. Uno lleva una cámara y no para de sacar fotos; el otro socializa hasta con las piedras. Ambos celebran el buen tiempo, aunque ayer estuvo a punto de llover, y, sobre todo, el ambiente "loco" de las fiestas. Su incursión en el Carnaval Tradicional parece sólo un calentamiento porque tienen planes mayores: la Gala Drag. Luego, al caer la noche, se volverán hippies.

Y no sólo desde Alemania llegan mascaritas al Carnaval de la Eterna primavera. Drimitro e Ian proceden de Grecia y es la segunda vez que eligen la capital grancanaria para entregarse a Don Carnal. Ambos se quedan en los kioscos de la plaza de Las Ranas, sorprendidos ante el desenfreno adolescente del público, sin entender muy bien por qué tanto polvo de talco. Luego irán al parque Santa Catalina, a la Gala Drag. De ahí la prudencia de esta pareja de amigos ante la guerra sin cuartel.

Así transcurre una fiesta que parece ganar desenfreno juvenil en detrimento de tradición... Porque pocos disfraces de antaño se vieron ayer a este lado del Guiniguada, salvo ropa blanca y cómoda para lanzarse con soltura polvos de talco unos a otros. Tanto pequeños como mayores. Porque la diversión y la perrería no tienen edad en las noches del Carnaval.