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Aquí la Tierra La ciudad y los nombres

Calle familiar

Calle familiar

Hay calles, en la ciudad propia, o en las ciudades ajenas, que producen una intensa extrañeza. Algo que no es fácil identificar, pero que con seguridad tiene que ver con los fantasmas que pueblan la mente, genera esta sensación de que, por muchas que puedan haber sido las veces que se haya transitado por esas vías, lo que está oculto, o lo que falta, las gobierna secretamente. En principio en esta calle de Las Palmas que se llama simplemente Eduardo nadie tendría que experimentar una sensación así. Muy al contrario, en una vía con semejante nombre, nativos y foráneos solo pueden sentir familiaridad.

¿Luis Eduardo Aute? ¿Eduardo Noriega? ¿Eduardo Arroyo? ¿Eduardo Gómez? ¿Eduardo Gregorio? ¿Eduardo Madina? ¿quién diablos será ese Eduardo que se supone que todo el que pasa por aquí tiene que conocer? El reportero tiene un primo que se llama Eduardo, pero cuando nació esta calle ya existía, por lo tanto, deduce hábilmente, el nombre de la vía no se puede referir a él.

El caso es que uno transita por esta pequeña calle que se extiende ante la trasera del Gobierno militar y se siente como quien lo hace por la casa de un amigo, de tan afable y cercana como se presenta Eduardo. Se diría que aquí uno puede pasearse en pijama, lavarse los dientes, cantar en voz alta o entablar una batalla de almohadas sin que nadie le mire raro. Todo lo contrario de lo que en principio pasaría si, pongamos por caso, intentásemos hacer lo propio en calles de Las Palmas que tienen nombres tan graves como Ataulfo Argenta, Capitán Gral. Excelentísimo Señor Don José Antonio Gutiérrez Mellado, El Cid, Guitarrista Efrén Casañas, María Egipciaca o Pío XII.

Pero, ahora que lo piensa el reportero, este Eduardo de la calle Eduardo no puede ser otro que Eduardo Peñate Santana, ¿quién si no podría ser el Eduardo de la calle Eduardo? De fijo que tiene que ser éste. Esta pequeña calle de Las Palmas no le puede estar dedicada sino a alguien Eduardo Peñate Santana. Con todo, antes de que se vea en la necesidad de tener que reescribir lo escrito, el periodista tiene la precaución de hacer una breve pesquisa en internet? Pues, caramba, resulta que no es, que Eduardo Peñate Santana tiene su propia calle en La Isleta. ¿Y entonces quién es Eduardo Peñate Santana? Este reportero debe confesar con no poco vergüenza que no tiene ni la menor idea. Pero, que diablos, este no es el asunto de este reportaje.

¿Eduardo Manostijeras? ¿Eduardo Sotillos? ¿Eduardo V? ¿Eduardo VI? ¿Eduardo VII? ¿Eduardo VIII? ¿Eduardo Mendoza? ¿Eduardo G. Robinson? El caso es que, de tan familiar, uno mira para el letrero de esta calle y parece que quiere como sonarle. De hecho, se fija en los transeúntes que pasan por ella y a ninguno parece resultarle nada raro. Nadie se para ante el rótulo a pensar quién demonios puede ser este Eduardo. Todo lo más se fijan en el periodista que lo mira. Está claro que, propios y extraños, todo el mundo está en el secreto de quien es este tal Eduardo. Todo el mundo, salvo el periodista.

Davinia, Juan Gregorio, Yurena, Pino María, Antonio Jesús? Mientras contempla el rótulo de la calle Eduardo, el reportero piensa que, con excepción del nombre de ésta, habría que renovar por completo el callejero de Las Palmas y ponerle solo nombres propios de uso habitual, sin apellidos. Así todo el que transitara por ella sentiría por siempre jamás que se encuentra en la ciudad más familiar del mundo.

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