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Antonio García se jubila tras 43 años de servicio en el Samoa

El isletero estrena hoy una nueva etapa "más tranquila" fuera del restaurante en el que estuvo al frente del comedor durante décadas

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Antonio García se jubila tras 43 años de servicio en el Samoa

"Diez millones y medio". Ese es el número de veces que Antonio García Merino ha subido las escaleras que conectan la planta baja con la de arriba en el restaurante Samoa. Aún las subirá en alguna ocasión más, aunque a partir de hoy será sin uniforme. Y es que después de 43 años de servicio, la mayoría de ellos como responsable del comedor, dejará de recitar la carta de memoria para comenzar una nueva etapa como jubilado en la que ya tiene claro a qué piensa dedicar el tiempo: a su familia.

García Merino es lo que viene a denominarse un jiribilla. Lo mismo te canta, que cuenta un chiste, que revive los tiempos en el colegio de la calle Roque Nublo cuando su compañero Tomás le copiaba los ejercicio de trigonometría que les ponía don Francisco Jiménez. El mero recuerdo le hace sonreír, porque si de algo va también sobrado este profesional de la hostelería es de humor.

Este es precisamente uno de los ingredientes principales que, desde su punto de vista, tiene que tener cualquier persona que trabaje de cara al público en un restaurante. "Hay que mirar a los clientes, verles la cara y decir: voy a trabajar con alegría", asegura sin perder de vista que como seres humanos no todos los días son buenos ni uno tiene ganas de sonreír. "Los camareros que son de una material especial salen airosos porque este es un trabajo duro", apunta.

Este isletero habla desde la experiencia. "Yo no soy de ninguna forma especial, pero sí he tenido que hacer mi vida especial para trabajar en esto". Se refiere al hecho de haber tenido que realizar algunos sacrificios con cosas importantes como pasar más tiempo con los suyos. "Me he pasado casi 44 años trabajando a turno partido", explica quien se inició en la hostelería mucho antes, cuando apenas era un adolescente. Había acabado sus estudios en uno de los llamados colegios nacionales y ya estaba en el Instituto Social de la Marina cuando decidió ingresar en el mercado laboral.

Lo hizo para ayudar a sus padres, puesto que en casa eran seis hermanos, de los cuales él era el mayor. Con este objetivo entró a principios de los años 70 como camarero en la cafetería de la Clínica del Pino donde estuvo hasta que fue llamado para marcharse "al cuartel" de Zaragoza, donde estuvo entre 1975 y 1976. Fue a su regreso cuando entraría en contacto con el Samoa gracias a una pediatra del citado enclave médico, Pepita García, que le recomendó a los dueños del restaurante donde comenzó el 1 de abril de 1977.

De aquellos inicios recuerda con especial cariño a su compañero Paco, el Pelirrojo con quien trabajó tan solo un año, pero fue suficiente para fraguar una amistad que dura hasta la fecha. Y es que si algo le ha reportado su oficio es haber conocido a muchas personas que le han marcado como la familia Benjumea, García Bolta, o la de Víctor Lago; así como a Rufino Fierro y su esposa Pepita o Christian de la Torre, entre otros muchos a los que asegura recordar con afecto. "Es que por aquí ha pasado mucha gente, alguna conocida como entrenadores de la Unión Deportiva Las Palmas, Jerónimo Saavedra o el alcalde Rodríguez Doreste que sin levantar la cabeza de los papeles me pedía el potaje del día y de segundo un pescadito", cuenta divertido.

También se le viene a la memoria cómo por aquel entonces, cuando él estaba recién llegado a su nuevo empleo, estaba a punto de abrirse El Corte Inglés, por lo que había mucho movimiento en el entorno del Samoa. "Piensa que además aquí había varias discotecas como la Tan Tan, la Aloha o la Yeromy, sumado a que aquí al lado está el antiguo Estadio Insular, por lo que los fines de semana esto era un chorreo de dinero". Tal era la actividad de la zona que García asevera que durante esa época no sabían "cuándo era lunes o sábado".

Con el tiempo la cosa se fue calmando, a la par que él ascendió en la empresa familiar que puso en marcha a mediados de los años 40 Manuel Padrón Morales y que ahora dirigen sus hijos Manuel y Carmen Padrón. "No he llegado a ser metre como tal, porque por desgracia no hablo dos idiomas, pero me fueron dando responsabilidades, aunque siempre han sido compartidas con mis compañeros", arguye García Merino con sencillez. La realidad es que durante décadas ha sido el encargado de 'llevar' el comedor.

Una labor que confiesa que lo que más le ha reportado son alegrías. "Esto ha sido más parte de mi vida que otra cosa e inevitablemente lo voy a echar de menos porque conozco estas paredes mejor que las de mi casa", señala quien ayer vivió una jornada "extraña". Demasiadas emociones acumuladas de la semana en la que varios clientes aprovecharon para mostrarle su cariño y despedirse de él. "Vamos que yo no voy a dejar de verles porque pienso seguir viniendo a visitar y ver cómo va todo", aclara entre risas. "Pero sí, me da cierta cosilla terminar", reconoce quien se sabe de memoria una carta en la que, además de los famosos churros de pescado, destaca y recomienda siempre los tollos en salsa que hay todos los viernes.

Aún así tiene claro que a partir de hoy la máxima actividad física que hará será amarrarse "las alpargatas". Ahora lo que quiere es tranquilidad y disfrutar de sus tres hijos, Goreti, Yaiza y Fran García Alejo; así como de sus cuatro nietos: Famara, Enzo, Ángel y Aduén. Por supuesto, también quiere estar al lado de su mujer, Susi Alejo. Otra de las cosas que hará será animar a su "compadre" Carlos, el Bombero, para que le acompañe a los partidos de la UD. "Para la próxima temporada me saco el abono seguro, para esta ya no porque no llego a tiempo", afirma García.

De cara a su reciente estrenada jubilación, "cuando esté menos estresado" y se haya acostumbrado a su nueva situación, tiene previsto organizar un almuerzo con su familia. "Después quiero hacer otro con los compañeros y amigos", cuenta. Pero eso será más adelante, por lo pronto, toca descansar.

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