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Crisis del coronavirus Los que no paran

Ni un cabo suelto en el Puerto de La Luz

Los amarradores son un colectivo esencial para que el abastecimiento de mercancías continúe adelante

Dos amarradores, con equipos protectores a pie de muelle en el Puerto de La Luz durante una operativa reciente. LP/DLP

El Puerto es un engranaje en el que todo debe encajar a la perfección, sobre todo en estos tiempos de pandemia en los que los protocolos han de cumplirse a rajatabla para evitar los contagios. La llegada de cada nuevo buque supone la movilización de una serie de profesionales esenciales que se encargan de que cada operativa transcurra sin sobresaltos y con el grado de calidad que el recinto capitalino tiene como una de sus ventajas competitivas. Son los prácticos, los remolcadores, los estibadores o los amarradores quienes, en una especie de baile coordinado al milímetro, trabajan tanto a pie de muelle como también desde el agua para que el abastecimiento del Archipiélago y la actividad portuaria continúen adelante.

Estos últimos, los amarradores, se encargan de que no quede ni un cabo suelto, dicho sea en sentido literal. Durante las maniobras de atraque, logran con su esfuerzo físico que los cabos queden encapillados a los noráis cuando los barcos se aproximan al muelle en una operación no exenta de peligros, ya que han de enfrentarse a la inercia que generan las inmensas moles de acero que se mecen en el agua junto a ellos.

"Los amarradores tienen mucha destreza física, porque es un trabajo que requiere esfuerzo y en el que influye el tiempo o el viento, pero también hay que tener conocimientos náuticos, porque tienes que saber de todo, los elementos del barco, el lenguaje técnico que se maneja o los tipos de cabos", comenta Sergio Socas, CEO de la empresa Servicios Portuarios Canarios (Sepcan), encargada de estas labores en el Puerto de La Luz. Durante estas semanas de estado de alarma lo hacen, además, con medidas de protección reforzadas, de acuerdo con los protocolos y recomendaciones establecidos por Puertos del Estado. Como ocurre con tantos otros trabajadores esenciales, los amarradores se han acostumbrado a trabajar con mascarillas y guantes de manera obligatoria y el gel desinfectante hidroalcohólico se ha convertido en otra herramienta de trabajo más, según explica directivo.

El amarre da trabajo a unas 70 personas en La Luz, todos ellos divididos en distintos grupos de trabajo conocidos históricamente en el lenguaje portuario como collas o taifas. Para garantizar que las operativas continúan adelante pase lo que pase y minimizar el riesgo de que un posible contagio por coronavirus mermara a gran parte la plantilla, todos los equipos funcionan desde hace semanas de forma estanca, sin que los componentes de uno pasen a otro. "Cada ocho horas se cambia y se incorpora el siguiente", explica el jefe de operaciones y capitán del buque de la compañía, Rafael Salazar.

Toda precaución es poca. Cada vez que toca un cambio de turno, los que finalizan se encargan de desinfectar el vehículo pick-up en el que se mueven por el entramado de muelles del recinto capitalino, pero esa no es la única limpieza, porque cuando se incorpora la siguiente colla también vuelven a desinfectarlos. "Así se hace una barrera entre los diferentes grupos para dejarlo todo lo más limpio posible y estanco", continúa Salazar, que también dedica parte de su tiempo a 'tomar la temperatura' del estado de ánimo de la plantilla. "Suelo llamarles para ver cómo están y si necesitan algo, porque cuando eres el único que está afuera a veces te puedes sentir un poco solo", reconoce.

La separación de los equipos de trabajo también afecta a la tripulación del J. Socas, la embarcación que capitanea el propio Salazar y que también se encarga de otras actividades cruciales para La Luz, como las labores de prevención de vertidos de hidrocarburos en las dársenas del Puerto, unas aguas que él mismo encuentra mucho mejor desde hace unas semanas. "Yo llevo mucho tiempo en el mar y lo veo muy limpio ahora, todo ha cambiado", según destaca. En alguna de esas travesías para realizar operaciones en las cada vez más ocupadas zonas de fondeo -tanto al norte, junto a la dársena de África, como al sur, frente al barrio marinero de San Cristóbal- Salazar también tiene la oportunidad de estrechar lazos con los barcos que realizan largas estancias en aguas en la capital y hasta les lleva algún detalle para que la vida a bordo sea algo más llevadera. Hace unos días entregó en uno de esos buques una caja de ambrosías que, según cuenta, fue recibida como un tesoro por una tripulación que al confinamiento tiene que sumar la incertidumbre de no saber cuándo continuará navegando: "Para ellos fue algo diferente, porque ahí al final todos los días se convierten en el día de la marmota".

La claridad en las aguas de la que habla el jefe de operaciones de Sepcan es también es una señal del descenso en la actividad que está viviendo La Luz como consecuencia de la crisis económica que ya se vislumbra asociada a la pandemia. "Nuestra caída está cuantificada en tráfico en torno a un 48%", apunta Socas en referencia a los buques que amarran en alguno de los muelles, no a los que fondean en las radas.

Varios de los tráficos habituales que requieren de estos servicios se han visto cancelados completamente o han reducido drásticamente sus operaciones. Así ocurrió con los cruceros, a los que aún les faltaba más de un mes para terminar la temporada en Canarias cuando España prohibió su atraque como medida de contención del virus, pero también con las navieras que operan trayectos regulares de pasajeros y carga rodada entre las Islas. Aún así, la empresa no se plantea llevar a cabo medidas de regulación del empleo. "Estamos haciendo un esfuerzo brutal y no pasa por nuestra cabeza hacer esa medida, estamos llevando a cabo políticas de 'economía de guerra' reduciendo todos los gastos que no sean esenciales y el personal es sagrado", subraya.

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