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La última noche de terror en el 34

Los vecinos del edificio donde se produjo el doble crimen en la calle Pérez del Toro habían denunciado otras agresiones v Quienes conocían al parricida José lo temían

Reconstrucción crimen de Arenales

Reconstrucción crimen de Arenales

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Reconstrucción crimen de Arenales A. Castellano

Quienes vivían en torno al número 34 de la calle Pérez del Toro del barrio de Arenales ya lo habían advertido. Las noches en el edificio eran de terror. José L. E, de 48 años, tenía amenazado a parte de sus vecinos y los enfrentamientos en el piso eran habitales. Quienes habían vivido esas noches ya lo habían advertido: algo parecido a lo ocurrido la noche del pasado lunes se veía venir. Y ocurrió. El hombre que aterraba a todos mató a su madre Josefina, de 85 años, lo intentó con su sobrino de 18, al que hirió de arma blanca, y acabó muerto después de que el joven le propinara una puñalada por la espalda.

Como suele ocurrir en este tipo de sucesos: ya se veía venir. La noche del pasado lunes fue la última. La última del terror, palabra que utilizan los vecinos contiguos al número 34 de la calle Pérez del Toro para describir lo que ocurría de manera habitual en la segunda planta de ese edificio. Fue la noche también de un doble crimen, el primero, el que ya se veía venir, cuando José L. E., un toxicómano con amplio historial delictivo por narcotráfico y lesiones, acabó con la vida de su madre Josefina E. P., de 85 años; y el segundo cuando un joven estudiante majorero, aterrado, asestó una puñalada mortal a su tío al, según su versión, ver en peligro su vida después de recibir varios cortes con el mismo cuchillo con el que primero había asesinado a su abuela.

Aunque los hechos ocurrieron en torno a las nueve y media de la noche del 12 de abril, las fuentes consultadas precisaron que se venía gestando desde hacía tiempo. José tenía aterrorizado a todo el edificio. No sólo a su madre y a su sobrino, con quienes convivía, sino también a la pareja que residía en la planta superior y a los estudiantes que lo hacían en la inferior. Algunos de ellos incluso llegaron a temer por su vida dada las amenazas que recibían constantemente de una persona que los vecinos calificaron de “conflictiva”. Adicto al alcohol y las drogas, había dejado de consumir ambas sustancias desde hacía cinco meses, o eso aseguraba a sus familiares. Con antecedentes por tráfico de drogas, que habían provocado que ingresara en prisión en varias ocasiones; ya había tenido anteriores altercados en el inmueble que habían hecho que durmiera entre rejas durante algunas noches. Pero siempre volvía. José, de 48 años, siempre regresaba a la casa familiar.

Marcos atacó a su tío por la espalda cuando los agentes de la Policía habían tocado la puerta

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Lo que algunos barruntaban ocurrió la noche del pasado lunes. El único que sabe lo que realmente ocurrió entre las paredes de la segunda planta del número 34 de Pérez del Toro es el joven Marcos L. V., de 18 años, quien desde hacía un año se había mudado desde Fuerteventura a la casa de su abuela en Las Palmas de Gran Canaria para estudiar. Se había encargado de cuidar de ella, encamada desde hacía dos años y sin poder salir a la calle debido a su estado y a los estrechos escalones de la vivienda que le impedían bajar.

José L.E., el parricida que murió a manos de su sobrino. RTVC

En la misma cama donde dormía fue donde se produjo el primero de los crímenes. En ese momento, Marcos L. V. se encontraba en su habitación con el móvil cuando su tío, con un cuchillo, apuñaló en el pecho a Josefina, más conocida en el barrio como Pepita. Le provocó la muerte en el acto. Según las fuentes consultadas, el estudiante salió de su habitación alarmado por lo ocurrido y vio cómo su abuela yacía muerta. Fue ahí cuando se produjo un enfrentamiento con José L. E., que fuera de sí intentaba agredirlo en varias ocasiones con el arma blanca. Marcos se defendió, sufriendo heridas de defensa en manos, brazos y cabeza. Consiguió encerrarse en su habitación. Allí, bajo un estado de miedo absoluto, comenzó a pedir ayuda a gritos. “¡Me van a matar!”. Lo escucharon los vecinos, quienes de inmediato llamaron a la Policía Nacional para que acudiese. También acertó a llamar al 112: “¡Me quieren matar!”, gritó desesperado. E hizo lo propio con su madre, con la que no sólo pudo hablar por teléfono, sino que también se hizo una foto con las heridas que tenía para que pudiese comprobar lo que estaba ocurriendo.

El doble crimen se produce seis años después del asesinato de la joven Saray

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Fuera, su tío había cogido un martillo de grandes dimensiones para comenzar a golpear la puerta de la habitación. Según el testimonio dado por el joven, iba a por él. El miedo que en ese momento sintió sólo puede describirlo el propio Marcos. Supuestamente, en un momento de la trifulca, llegaron los primeros agentes de la Policía Nacional. Las mismas fuentes apuntaron que, presuntamente, el parricida se acercó a la puerta, se asomó a la mirilla e incluso indicaron que se pudo agachar a mirar debajo de la puerta. Fue en ese momento cuando el joven se acercó por la espalda, cogió el mismo cuchillo con el que su tío había acabado con la vida de su abuela y se lo clavó en un costado.

Los agentes consiguieron abrir la puerta. Cuando entraron se encontraron al José L. E. moribundo, aún con el cuchillo clavado, y al joven en estado de shock, en un evidente estado de nerviosismo. Cuando llegaron a la habitación de Pepita vieron que ya yacía muerta con una puñalada. Al número 34 se desplazaron hasta tres ambulancias del Servicio de Urgencias Canario (SUC). Nada pudieron hacer por salvar la vida de madre e hijo. Ambos estaban muertos víctimas de una puñalada con la mismo arma blanca.

La Policía Nacional procedió a detener a Marcos, quien estaba ensangrentado de las heridas que presentaba. Es el único que puede contar que ocurrió entre aquellas paredes. El joven majorero reconoció los hechos desde el mismo momento en que fue arrestado como presunto autor de un delito de homicidio. Contaba a los policías que su tío había matado a su abuela, que luego había intentado hacer lo propio con él, agrediéndole con un cuchillo durante un forcejeo, que se había encerrado en su habitación, que había cogido un mazo para derribar la puerta y que, finalmente, le había clavado el cuchillo para salvar su vida. Siempre atribuye la agresión a su tío en defensa propia.

El autor del crimen de su madre ya había ingresado en prisión en varias ocasiones

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A medianoche, la comitiva judicial se presentó en el lugar. El titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Las Palmas de Gran Canaria, Alberto Puebla, quien se encontraba en funciones de guardia, acudió junto a la médico forense del Instituto de Medicina Legal de Las Palmas de Gran Canaria para inspeccionar la escena del doble crimen familiar. Salió del edificio en torno a las 00.30 horas del martes y solicitó a la Policía Científica una intenso reportaje fotográfico del lugar, además de declarar el secreto de las actuaciones para evitar filtraciones.

Al mismo tiempo, en la Jefatura Superior de Policía de Canarias los agentes del Grupo de Homicidios de la Brigada Provincial de Policía Judicial tomaban declaración a los al menos cinco jóvenes que residen en el piso inferior. Estos corroboraron la versión del joven. Aseguraron que habían escuchado gritos de auxilio de Marcos, que su tío los tenía amenazados desde hacía tiempo y que incluso ellos también tenían miedo de él. Ellos fueron algunos de los vecinos de la zona que llamaron para pedir a la Policía Nacional que acelerara su presencia en el número 34, que aquella discusión iba a acabar en la muerte del joven.

Sobre las dos de la madrugada, cuando regresaron al piso de alquiler en el que viven, el silencio en Pérez del Toro era prácticamente absoluto. El silencio de la calle desierta debido al toque de queda sólo era roto cada hora por la guagua de la línea Luna 3 de Guaguas Municipales, que conecta Tamaraceite con el Teatro, los camiones del servicio de limpieza municipal y los coches policiales, tanto camuflados como los de patrulla, que iban y venían. La recogida de pruebas se alargó. A las tres en punto de la madrugada, dos agentes de la Policía Científica salieron del edificio con un maletín, una bolsa y una caja.

El traslado de los cadáveres también se dilató. Pasaron casi dos horas hasta que definitivamente eran trasladados al Instituto de Medicina Legal de Las Palmas de Gran Canaria. La primera intención era sacarlos por la estrecha escalera. En cuanto llegó el personal de la funeraria, estos advirtieron de la dificultad. Los cuerpos ya estaban rígidos, lo que iba a dificultar el trabajo por la difícil maniobra y además podían contaminar alguna prueba durante el traslado en los cuerpos. Por ello decidieron avisar a los bomberos, quienes declinaron la opción de bajarlos por la escalera. No fue hasta las cuatro y media cuando llegó el vehículo-escalera para sacar los dos cuerpos por la ventana.

A la mañana siguiente, los vecinos de Pérez del Toro se levantaron alarmados. Veían como en una calle tranquila y segura, donde apenas ocurren hechos delictivos, registraba el segundo crimen en seis años. El vecindario recuerda aún la muerte de Saray González, la joven palmera de 18 años que murió a manos de otro joven de su misma edad, Alberto Montesdeoca, quien le agredió con unas tijeras porque ella le había abroncado que tenía el volumen del ordenador muy alto cuando jugaba a los videojuegos. Aquello ocurrió en el número 47, al otro lado de la calle y a apenas 50 metros del número 34 donde la noche anterior se había producido el doble crimen.

Quienes conocían a Pepita hablan maravillas de ella. Madre de cuatro hijos, era propietaria junto a su marido de una empresa de muebles en Jinámar. Entre sus vástagos estaba José, quien acabaría de su vida. De él, prácticamente todas las opiniones apuntan a un mismo perfil de persona. “Era un sinvergüenza y un conflictivo”, tanto con su familia como con el resto de vecinos. Avanzaban que ya había estado en prisión por temas de drogas, tanto en España como en el Reino Unido, y que las discusiones en el seno familiar eran habituales.

La calle se volvió a llenar de medios de comunicación, como ocurriría aquella mañana del 28 de octubre de 2015, un día después del asesinato de Saray. Y se volvía a llenar por un nuevo crimen. La Policía Nacional custodiaba la entrada del edificio. Al mismo tiempo, el Gobierno de Canarias y el Cabildo de Gran Canaria condenaban el parricidio, considerado el primer caso de crimen machista en el Archipiélago durante este 2021. El miércoles hacía lo propio el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria con un minuto de silencio en las oficinas del Metropole.

El joven mantiene que asestó una puñalada a su tío para así poder salvar su vida

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Pérez del Toro se volvía a poblar de cámaras y periodistas el jueves. Marcos era puesto a disposición judicial y el juez Puebla decidió que había que reconstruir el crimen. El joven fue trasladado de nuevo al escenario del crimen, donde contó con detalle todo lo ocurrido. Volvía a insistir en una cosa: mató a su tío en legítima defensa. Si no lo hacía, iba a acabar con él. Describe el terror que pasó durante aquellos minutos del pasado lunes en los que José L. E. mató a su abuela y después intentó hacer lo propio con él. Que le atacó por la espalda y le clavó el cuchillo en un costado.

La versión del joven es creíble. Lo ha sido desde el primer momento, como recalcan las fuentes consultadas. La autopsia de los cadáveres y el análisis de la lesiones por arma blanca que él mismo presenta, que hizo que tuviera que pasar varias horas ingresado en el Hospital Doctor Negrín después de lo ocurrido; también dan veracidad a su testimonio. Todo parece casar.

Eso no evitó que el juez ordenara su ingreso en prisión provisional sin fianza y comunicada como autor de un delito de homicidio. Esa misma noche del jueves durmió en prisión sine die. Sus allegados confían en que sólo permanezca entre reja días, como mucho semanas si se confirma que actuó para defender su vida. En el peor de los casos deberá permanecer como mínimo uno o dos años hasta que se celebre el juicio, probablemente con jurado popular, donde es posible que la pena sea mitigada no sólo porque lo hiciera en legítima defensa, sino también por confesar y colaborar en la investigación.

En el número 34 de Pérez del Toro el resto de vecinos ya descansan tranquilos. Las noches de terror se acabaron. Aunque lo hicieron con el peor de los finales: con dos crímenes de por medio y un joven estudiante entre rejas. Los vecinos aseguran que se podía haber evitado. Aseguran que todo lo ocurrido se veía venir.

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