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In memoriam

Pedro Limiñana Cañal, el amigo que siempre estuvo ahí

Pedro Limiñana, a la derecha, junto a Arón Cohen y Quino Sagaseta, en 2016. La Provincia

Ayer, 29 de mayo 2021, nos dejó ya para siempre, Pedro Limiñana Cañal.

En este instante triste, como sordo y violento, de más de 50 años, ya con ecos de pasado, se me agolpan un montón de recuerdos, sensaciones, vivencias de todo lo compartido con Perico.

Nuestra familia, yo creo que todos los sagasetas sin excepción hemos sido atravesados, todos, en nuestro tránsito vital, por este amigo imprescindible, insustituible, el que siempre estuvo ahí.

Mi recuerdo inicial de Perico data de años ya lejanos. Creo que su primera presencia antigua en mi vida, surge en los años duros del franquismo, cuando se ensañó la dictadura con mi hermano Salvador : aquel chaval de 17 años que se empeñaba en escribir en la prensa. Su pasión efervescente, le hizo tener una página en El Diario de Las Palmas, donde transcribió un jueves cualquiera, un poema premiado entonces de Pedro Lezcano, titulado Poema de Paz. El poema tenía un comentario pacifista y antimilitarista suyo y una canción de Antonie. Eso fue motivo para que le hicieran un Consejo de Guerra, una condena, duplicada por el Capitan Genereral de Canarias y la carcel. A la prisión de Barranco Seco en Las Palmas, ibamos a diario a llevarle ropa limpia y comida. Ahí vi a Perico, ofreciéndose a llevar “el paquete “ a la prisión. El tramó, meses después, y preparó la “visita mía para poder abrazar al hermano encarcelado”. Aquella visita, tras el portón, fue acompañada de un rulito pequeño, colocado cuidadosamente entre mis nalgas adolescentes, donde se le hicieron llegar, en clave, ciertas informaciones, a Salvador. Aquella operación, resultó perfecta. La “entrega” fue fápida, ágil, cómplice entre los dos. Al salir de la prisión, al abrirse el gran portón carcelario, Perico y mi madre, estaban esperándome, y fue la primera vez, que Perico me besó. Me picó el ojo y nos fuimos al coche de la maravillosa amiga Encarnación Hernández, que casi todos los días era la que nos llevaba pacientemente, a la prisión diciendo una sartada de palabrotas, durante el camino, contra Franco, la guardia civil, los militares y todo lo que se le venía a la boca. Perico estuvo allí.

Todo aquel “largo invierno”, tan duro que vivió nuestra familia, Perico aparecía en el momento preciso.

El tiempo lo puso a estudiar derecho en Granada, pero acabó ejerciendo como penalista en el despacho con esos históricos entrañables como fueron Fernando Sagaseta, Felix Parra y luego las generaciones más jóvenes, con Margarita Etala, Joaquin Sagaseta, José Ramón Pérez Melendez, Elena Oramas, él y todo ese grupo de seres excepcionales que hicieron de aquel recinto de abogados comunistas, un centro de formación, arranque y aliento, para mil luchas.

Perico con Fernando llevaron a cabo hazañas penalistas, increibles; el llegó al despacho cuando ya estaban fuera Carlos Suarez, Gonzalo Angulo y Augusto Hidalgo. Alguno de estos nombrados, ¡madre mía!en donde desembocaron. Eso lo cuento otro día. Llegó Perico con su suave estar y con una firmeza ideológica de acero, casi prematura. Ponía paz, en las trifulcas que armaba el siempre vehemente Fernando. Era un despacho de película. Sólo faltaba Orson Welles en alqún rincón dirigiendo la “secuencia”. Ya los puros los ponía Perico; desde muy temprano, invadieron y penetraron todos los intersticios de aquel despacho: los expedientes, las paredes, los escritorios, los techos, los sillones desvencijados, todo respiraba ese aroma inconfundible de Perico. Sus habanos recorrían los Juzgados, revoloteaban sus humos por Vegueta, Triana, León y Castillo, sus rutas diarias.

Allá, por el 84, Perico fue nombrado en aquel Congreso de Unificación, miembro del Comité central del Partido. Uno de sus cabreos, hizo que se saliera, sin más. Pero esa es otra historia.

Tambien estuvo detrás de Justicia y Sociedad aquel grupo de abogados comunistas que llevaron a los tribunales a tanto sinverguenza corrupto de estas tierras. Alli estuvieron Quino, José Manuel Rivero y Perico, entre otros.

Pedro, el amigo que siempre estuvo ahí. Ayudó un montón a Salvador en su enfermedad; se llevó a Cuba a Fernando cuando se le detectó el cáncer; fue el amigo supremo de Quino. Lo vi aún sin amanecer, esperandole en el Hospital Insular, antes de ser operado. A mi sobrino Fernando lo encarriló en sus estudios de odontología en la Universidad cubana, y que maravilla cuando nos encontramos en el comedor del Hilton, en Caracas; sonaba bajito un calipso de Serenata Guayanesa y nos esperaba un exquisito almuerzo criollo. Aquella visita se convirtió en un periplo de varios días, por la Venezuela que tambien el amaba y conocía; hasta Barcelona, en el estado Anzoátegui llegamos. Fueron días espléndidos compartidos intensamente. Luego aquí, pude comprobar su pasión contagiosa por la revolución cubana y su profundo conocimiento del pulso diario del devenir latinoamericano y caribeño.

Con Perico tuve oportunidad de ser más persona, más internacionalista, más analítica. Un hombre noble, un amigo pleno, un concierto permanente de acogidas, siempre brindando solidaridades.

Perdónanos Pedro, por todos los quebraderos de cabeza que te hemos dado los sagasetas. No fuiste nuestro amigo, fuiste nuestro hermano mayor, nuestra luz en los tramos ciegos de la vida y alegría sonora en los encuentros amables que nos otorgaba, de cuando en cuando, el tiempo.

Al final, te saliste con la tuya. Te empeñaste en irte al nuevo despacho que estan montando por otros mundos, Felix, Fernando, Quino y, ahora tu.

Ya te toca fumar tranquilo, la eternidad, huelela, caminala….

Gracias Perico por ser en nuestras existencias un soplo de bondad inmenso, inacabable, oyente, defensor de los indefensos. Un ser totalmente indescriptible.

Gracias nuestro camarada.

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