La apertura de una zanja en la calle León y Castillo para una instalación de la empresa Emalsa dejó al descubierto, el pasado martes, los raíles de hierro del antiguo tranvía de Las Palmas de Gran Canaria, que comunicaba el Puerto con el casco viejo de la capital. Los trabajadores cortaron las piezas, pese a la resistencia que ofrecía el material metálico.

La ciudad introdujo el medio de locomoción a finales del XIX con el empleo del vapor, un sistema que con posterioridad, ya en el XX, fue sustituido por la electricidad. El aumento de la actividad portuaria potenció la llegada del tranvía, que cruzaba una vía de tierra, cuyo polvo junto al hollín convertían el desplazamiento en un tormento para los pasajeros en el caso de la tracción alimentada por carbón. Los atropellos estaban a l orden del día.

Popularmente, los dos modelos han sido fusionados por la memoria colectiva para ser identificados como de La Pepa, nombre que en general se le da a este periodo del tranvía, superado finalmente por las guaguas y por la entrada paulatina del vehículo privado. La opción eléctrica funcionó desde el año 1910 hasta la Guerra Civil.

Pero volvió a resucitar en la posguerra. Según el estudioso Carlos Teixidor Cadenas, reaparece ante la escasez de combustible líquido. Esta apuesta fue la que recibió el nombre de La Pepa, un tren accionado por una locomotora de vapor que remolcaba hasta ocho coches del antiguo tranvía eléctrico, a los que se les había eliminado los troles. El híbrido llegaba abarrotado hasta las cercanías de Triana en una época de carencias, sin entrar en la Calle Mayor, pero que acercaba a los ciudadanos hasta los comercios, el Barranco Guiniguada y el Mercado, zonas de mucho bullicio y ajetreo.