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Semana Santa: los antecedentes de la Procesión del Encuentro

Es considerada la manifestación de la Pasión más antigua de Canarias, ya que data del siglo XVI

Maqueta del Señor de la Caída en el Museo Diocesano de Arte Sacro M. R. D. Q.

La que fue popular procesión llamada del Paso, o del Señor de la Caída, que con los años alcanzaría más singularidad con la denominación del Encuentro, posiblemente sea la manifestación de Semana Santa más antigua del Archipiélago, ya que su origen se remontan a la fundación del convento dominico de los Padres Predicadores en los albores del siglo XVI.

Estos religiosos vinieron a la isla en misión evangelizadora. En 1520 llegan a Gran Canaria. Procedían del monasterio andaluz de Jerez de la Frontera. Dos años más tarde erigen en la ermita de San Pedro Mártir el monasterio que denominaron con la filiación de aquel primigenio oratorio. De inmediato, los frailes se ven arropados por la feligresía insular, que con sus dádivas y limosnas les ayudan a levantar el cenobio, proporcionándoles los enseres, ornamentos e imágenes imprescindibles para el culto. Entre los espléndidos comitentes del convento sobresale el rico mercader Juan Mansel, que con su mujer María de Santa Gadea son los primeros que acuden en auxilio de los monjes y levantan a sus expensas la capilla del Nazareno, a la que le proporcionan una verja y señalan el recinto como la futura sepultura para el matrimonio y sus descendientes. La talla de Jesús el Nazareno la traen de Flandes. Para sus fiestas, misas y sermones, así como para que ardiera la cera de sus tenebrarios la dotan con las doblas suficientes que se tendrán que sacar de los esquilmos de su hacienda de Arucas, al mismo tiempo que ordenan que a los frailes de la Orden de Predicadores se conceda la ofrenda de dos cahices de trigo y ocho barriles de vino para sus necesidades conventuales y alimento de sus religiosos, repartidos de “cuatro meses en cuatro meses”.

Juan Mansel, que es un activo mercader francés procedente de Ruán, al llegar a Gran Canaria contrae matrimonio con la rica heredera María de Santa Gadea, hija del conquistador burgalés Hernando de Santa Gadea, que alcanzará fortuna con sus explotaciones azucareras en las extensas vegas de la villa de Arucas.

Los cónyuges levantan su casa palacio en donde hoy se encuentra parte de la Casa de Colón, en cuya fachada aún pueden admirarse los deteriorados escudos de armas de sus linajes. El mercader francés se desenvolverá muy implicado en asuntos tanto políticos, económicos como religiosos y su mayor preocupación va a ser concertar el matrimonio de su única hija, Sofía de Santa Gadea, con un personaje del máximo relieve social para que su inmensa fortuna no se viera perturbada y le diera tranquilidad.

Prometida la doncella a los trece años de edad con el genovés Jácome Salvago, luego decidió que era mejor alianza desposarla con el hijo del Gobernador de la Isla, Martín Hernández Cerón, un muchacho sevillano de diecinueve años, que con el aval de su suegro llegará a ser poco después regidor y capitán general de Gran Canaria.

Fallecido Mansel viudo dos veces en julio de 1547, fue sepultado con gran boato en su capilla del Nazareno del convento dominico, donde le esperaban bajo las laudas blasonadas del oratorio doña María y doña Elvira Leal, las respectivas esposas fallecidas, ordenando en su testamento que una vez enterrado estuviese durante nueve días cubierta su tumba con un “cobertor de paño negro”.

Tras la muerte de Mansel, la procesión del Nazareno vive un impulso

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Será a partir de ese momento cuando Sofía de Santa Gadea, apodada la virreina por su inmensa fortuna, queda heredera del impresionante vínculo familiar extendido por varios sectores de la isla y de todos los anexos propios existentes en el convento de Santo Domingo. Y será también el momento de comenzar a darle relieve a la procesión del Nazareno.

Las crónicas señalan que doña Sofía acudía a su oratorio dominico acompañada de veinte y cuatro doncellas que le ayudarían a mantener con el mayor decoro las necesidades de la capilla con el fin de garantizar la celebración de sus misas, funciones y cultos, y la preparación de la procesión de la Sangre que se efectuaba en la tarde del Miércoles Santo después del Sermón del Mandato.

El oratorio del Nazareno, que será conocido en la sociedad grancanaria como capilla de Santa Gadea, llevará grabado en el retablo por deseo de la virreina la imagen de San Juan Evangelista, cuya talla se entroniza años después y será colocada en una de las hornacinas del altar.

Al unirse en Pedro Cerón y su mujer doña Sofía la prestación del alto cargo y la saneada hacienda, que hacían del matrimonio una pieza clave en la sociedad insular, deciden fundar en julio de 1570 el famoso Mayorazgo de Arucas, quedando el vínculo del Nazareno sujeto a una fundación de misas que han de celebrarse periódicamente en honor de todos los parientes difuntos de los cónyuges.

En el mes de noviembre de 1577 falleció el Capitán General Pedro Cerón, siendo sepultado en la capilla familiar del Nazareno. Su desconsolada viuda, la “mui magnifica señora Doña Sufia Santa Gadea” consigue que el Papa Gregorio XIII por Bula firmada en Roma el 31 de enero de 1581 conceda indulgencias plenarias a su privilegiado altar familiar en aquel convento de San Pedro Mártir de los frailes del Orden de Predicadores. “Entre los muchos deberes de piedad –dice el Papa– que están confiados a Nuestro cuidado pastoral”.

Pasaron algunos años y llegamos a septiembre de 1590. Doña Sofia redacta su testamento ante Bernardino de Palenzuela. En el instrumento se reflejan las grandes virtudes de la dama. En el preámbulo se admira la hondura teológica y la delicadeza espiritual de una mujer profundamente religiosa y de formación doctrinal muy sólida. De su inmensa heredad tiene escasos bienes propios de libre designación, porque el grueso de su fortuna seguirá estando sujeto al Mayorazgo de Arucas. En la disposición testamentaria ordena que su entierro esté desprovisto de pompa. Manda que se compre una lámpara de plata para que se coloque en el altar de la Virgen del Rosario “que está junto a la verja de mi capilla en el oratorio del Christo”.

Muerte de doña Sofía

Fallecida paralítica pocas fechas después de dictar testamento, fue sepultada bajo el altar de su retablo. Allí va a descansar solo nueve años, porque en el verano de 1599 la invasión holandesa de Van der Does saqueó el templo, violó sus tumbas y lo incendió. Los restos mortales de la virreina fueron luego tras la derrota abandonados y diseminados por el Monte Lentiscal. 

Habiendo fallecido el matrimonio sin hijos, el mayorazgo va a quedar sujeto a los familiares de Pedro Cerón, pero la capilla del Nazareno doña Sofía la dejó encargada a Mariana y a Pedro de Ayala, hijos del regidor Gaspar de Ayala, y como albacea testamentario designó al fraile Domingo González, prior del convento, para que la procesión de la Sangre siguiera celebrándose. 

Destruido el cenobio de San Pedro Mártir por la invasión holandesa, se va a implicar generosamente para ayudar a reconstruirlo el matrimonio teldense compuesto por doña Susana del Castillo y don Rodrigo de León, quienes adquirieron por su altruista colaboración la distinción de Patronos. Los Ayala y otras familias relacionadas con el convento también ayudan y colaboran para restituir las capillas de sus respectivas vinculaciones, y durante tres siglos asumirán responsables las obligaciones contraídas.

A los Ayala les sustituyen en el tracto vinculante la familia Hidalgo, también aruquense, que se implica con gran entusiasmo en seguir atendiendo en Semana Santa la procesión del Nazareno.

Quien asume la mayor responsabilidad es ahora doña Isabel Hidalgo, una dama muy implicada también en otras manifestaciones religiosas, tanto en la feligresía aruquense como en Firgas, atendiendo con esmero otras vinculaciones en el convento dominico de San Juan de Ortega. Para ello cuenta con el producto de las datas y cercados de la capellanía fundada a tales efectos y con varias fincas que con el rendimiento de sus huertas agrícolas podrá sufragar las celebraciones de sus cultos, sermones y la música de sus procesiones.

A doña Isabel le ayuda la esposa de su nieto el alférez Esteban Hidalgo de Quintana, la portuguesa Violante González Tellés, y así, por línea de primogenitura, llegamos al último heredero, el licenciado José Hidalgo Cigala, abogado de los Reales Consejos y consultor del Santo Oficio de la Inquisición. 

Obra de Luján Pérez

Al coincidir el antiguo legado heredado por el licenciado Hidalgo con la excelente obra de imaginería religiosa que comienza a producirse en el taller de estatuaria de Luján Pérez, en la calle de Santa Bárbara, don José se entusiasma con el arte que brotaba de la incomparable gubia del artista guiense y le encarga una Virgen Dolorosa para que acompañara al antiguo Cristo familiar. En aquel momento estaba casado en segundas nupcias con doña Dolores Ponce de León. La dama se encuentra en cama tuberculosa. Y según narran las crónicas, Luján modeló el encargo tomando apuntes directos de la moribunda. 

Pero hay un triste final para aquel generoso comitente que no pudo contemplar la inauguración de su espléndido legado. Murió el 24 de marzo de 1793, bajo testamento otorgado ante Tomás Vicente Álvarez Oramas. 

Como no había alcanzado hijos de sus dos matrimonios, y sabiendo que su final estaba cerca, ocho días antes de su fallecimiento manifestó en instrumento público “que queriendo para honra y gloria de Nuestro Señor perpetuar el Patronato de la Función del miércoles Santo, que se hace a la misma Imagen de Jesús Nazareno en el convento de San Domingo, cuya devoción ha corrido en mi Casa desde mis cuartos abuelos, cedo el derecho al respetable cuerpo de escribanos de este Número.” La responsabilidad la acepta el decano, Antonio Miguel del Castillo, así como un cortijo en el Cardonal de Arucas y otros estipendios para sufragar el costo del resto de las imágenes proyectadas y los gastos de la procesión.

Los escribanos, ya convertidos en notarios a mitad del siglo XIX, siguieron ocupándose de la obligación contraída, y encargan en 1801 al genio de Luján Pérez la confección del resto de las imágenes con las que se va a formar a partir de entonces la Procesión del Encuentro. siendo el último responsable de atender el mandato el decano del colegio de notarios, don José Benítez Larena.  

En 1944 se formará la llamada Junta de Semana Santa, creada bajo el gobierno parroquial del carismático sacerdote, Mariano Hernández Romero y se formalizan las llamadas vinculaciones asignadas a diferentes familias de la ciudad, entre las que sobresale la Casa Condal de la Vega Grande de Guadalupe. Y, en el año 1999, se dará el último giro a esta centenaria manifestación religiosa de Semana Santa al autorizarse por el prelado de turno la creación de la Real, Ilustre e Histórica Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santo Encuentro de Cristo.

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