Educación

Un siglo de los salesianos en la capital grancanaria

El obispo José Cueto destacó en su lucha con insistencia para que la comunidad de Don Bosco abriera su primer centro en Canarias

Diciembre de 1923. Componentes de la congregación salesiana inicial, junto al fundador, Alejandro Hidalgo, y los dos primeros niños acogidos.  | | LP/DLP

Diciembre de 1923. Componentes de la congregación salesiana inicial, junto al fundador, Alejandro Hidalgo, y los dos primeros niños acogidos. | | LP/DLP / José Carmelo Pulido Morales *J. C. P. M.

José Carmelo Pulido Morales

Año 1859, pocos días antes de la Navidad. En una gélida tarde de invierno turinés, un pobre sacerdote junto a dieciocho jóvenes a los que ha educado como si fueran sus propios hijos, suscribe el documento fundacional de la Congregación salesiana: «Con el deseo y el mismo espíritu de promover y conservar el espíritu de auténtica caridad en la obra de los Oratorios en favor de la juventud abandonada y en peligro, […] los mismos congregados determinan erigirse en Sociedad o Congregación».

Diez años después la Sociedad de San Francisco de Sales, que es su nombre oficial, obtiene de la Santa Sede el reconocimiento formal. En 1874 son aprobadas sus Constituciones. Al año siguiente cruza las fronteras de Italia, donde había nacido, para extenderse por Francia e incluso al otro lado del océano, por Argentina. Sus miembros –clérigos y laicos– reciben el nombre de salesianos. Tienen como fundador a san Juan Bosco, fallecido en 1888, canonizado en 1934.

Vinculadas ex radice a los salesianos, en 1872 Don Bosco funda las Hijas de María Auxiliadora, las salesianas, con la colaboración inestimable de la joven María Mazzarello. Poco después hará lo propio con la Unión de Cooperadores Salesianos (1876).

En 1879 Don Bosco recibe una carta procedente de Sevilla. Contiene una invitación: «Habiendo tenido conocimiento del gran bien que hace esa Congregación donde quiera que se establece, deseo tenerla en mi diócesis». La firma con fecha de 7 de junio el arzobispo de Sevilla, monseñor Joaquín Lluch y Garriga.

Las gestiones entre Sevilla y Turín duran más de un año. Por fin, el 16 de febrero de 1881 los salesianos llegan a Utrera. La población los acoge con gran alegría.

Miembros de la comunidad religiosa y profesorado del curso 2022-2023, posan esta semana delante del centro de la capital grancanaria.  | | LP/DLP

Alejandro Hidalgo, fundador. / José Carmelo Pulido Morales *J. C. P. M.

Desde los primeros momentos de su llegada a España los salesianos reciben ofertas de nuevas fundaciones. En tan solo quince años, desde 1884 hasta el último año del siglo, su presencia se extiende por toda la piel de toro. Tras Utrera se sucederán Barcelona, Gerona, Sevilla, Rialp, Málaga, Vigo, Béjar, Baracaldo, Carmona, Málaga, Écija, Salamanca, Valencia, Sevilla, Ciudadela, Montilla y Madrid. Son, queda claro, momentos de expansión, lo que facilita que el Estado español reconozca legalmente por esos mismos años (1893) a la joven congregación italiana.

Una llegada que se hace esperar

Muchos desean, en efecto, que los salesianos se instalen en sus provincias o en sus diócesis. La primera llamada para que los salesianos vengan a Canarias partirá del obispo José Cueto. En 1898 encomienda al párroco del Puerto de La Luz, Joaquín del Castillo, que escriba a los superiores salesianos de Barcelona, donde se ha instalado la primera sede –«inspectoría» la denominan– para toda España. Poco después, en 1900, será el benemérito doctor y concejal del ayuntamiento de Las Palmas, Bartolomé Apolinario Macías, quien traslada una doble pregunta al inspector salesiano, Felipe Rinaldi: «¿Conviene a la obra de Don Bosco establecer una Escuela de Artes y Oficios en este Puerto? En caso afirmativo, ¿qué elementos y condiciones son necesarios para la fundación de un pequeño centro y su sostenimiento?». Felipe Rinaldi le contesta que los salesianos, en su plan de expansión por España, contemplan venir a Canarias, pero que aún no ha llegado el momento.

Será el obispo Cueto quien volverá a escribir a Felipe Rinaldi otras dos cartas, sucesivamente en 1900 y en 1901, concretando más su petición: «[Le ruego] haga un esfuerzo para enviarme siquiera el personal más preciso para la fundación consabida en este Puerto de La Luz. El compromiso con el público es grande; sin haberlo yo intentado lo ha sabido y está entusiasmado con la idea».

Además del colegio, en la actualidad con 1.300 alumnos, la congregación tiene dos parroquias

La unión de cooperadores

Todo queda, una vez más, dormido. No será hasta 1905, en que un grupo de caballeros entusiasmados con Don Bosco y su modelo educativo, funde la Pía Unión de Cooperadores Salesianos. A Juan Ramírez López, promotor de la idea, pronto se unen Santiago Alfaro Perdomo, Manuel Melián Cabrera, Antonio Montesdeoca Santana, Agustín Fernández Melián y Domingo Doreste Falcón. Siete meses después, ya son cuarenta y dos los cooperadores asociados.

A los pocos días, una comisión de los nuevos cooperadores salesianos visita al obispo Cueto. Este les anima a solicitar que vengan los salesianos, y el mismo prelado vuelve a insistir con una nueva misiva.

En 1906, el responsable de los cooperadores salesianos, el canónigo José Yañez Melián, solicita al recién elegido superior general –Rector Mayor– de los salesianos, Miguel Rúa, que los salesianos vengan a esta ciudad de Las Palmas. El rector mayor responde al canónigo, en primer lugar, felicitándolo como nuevo director de la Pía Unión y, luego, diciéndole que no dispone de personal y que habrá que esperar todavía unos años más. La respuesta los desanima, pero ven una luz, pues el rector mayor les indica que, desde ese mismo instante, todos los pasos que den lo comuniquen a Pedro Ricaldone, director de las Escuelas Salesianas de la Santísima Trinidad (Sevilla).

Se suceden nuevos intentos de los cooperadores, a través del magistral de la catedral de Sevilla, el canario José Roca y Ponsa, y del director de los salesianos de Barcelona-Sarriá. Siempre la misma respuesta.

Arriba,  Alejandro Hidalgo, fundador.  | | LP/DLP

Obispo José Cueto. / José Carmelo Pulido Morales *J. C. P. M.

Incluso viajes a Sevilla de miembros de la comisión obtuvieron idéntica contestación. El desánimo iba creciendo. El canónigo José Yáñez escribe, por enésima vez, al rector mayor, urgiéndole a venir y advirtiéndole de que, si la venida de los salesianos finalmente no se iba a llevar a cabo a pesar de evidenciarse la necesidad social y tras haber mostrado el obispado y las personalidades de la vida social capitalina un deseo tan grande, en un breve plazo se vería en la necesidad de prescindir de la Congregación salesiana e invitar a otros religiosos. El rector mayor le contesta que aún no sabe cuándo podrán venir y le animaba a que hiciera lo que estimase mejor para sus intereses.

¡Por fin en Las Palmas!

A partir de entonces se produce un silencio epistolar hasta el año 1923, en que Francisco Sánchez, cooperador salesiano y consejero del Cabildo Insular vuelve a escribir. Es a partir de entonces, con los salesianos ya consolidados en España, que se puede atender la solicitud.

Crucial resulta en estos momentos, la aparición de Alejandro Hidalgo, insigne bienhechor y fundador del colegio, el cual hace un esfuerzo económico considerable para adquirir el edificio de Ciudad Jardín que dejaban las religiosas del Sagrado Corazón. También importante es la colaboración de Santiago Ascanio, esposo de la bienhechora Rafaela Manrique de Lara.

Todo esto animó al inspector de los salesianos en Sevilla, Guillermo Viñas, a escribir al Rector Mayor. El 14 de mayo de 1923 cursa la solicitud oficial para venir a Las Palmas. En agosto de ese año, los salesianos Joaquín Bressan y Joaquín Dalmau están en la capital grancanaria para realizar las gestiones oportunas con el fin de preparar la venida de los salesianos. El 10 de septiembre desembarca en el Puerto de La Luz Salvador Rosés, primer director de la Casa. En octubre llegan Francisco Mármol y Federico Bernárdez; en noviembre, Justo Miranda y Julián Carrasco, maestro carpintero, y el célebre músico Ignacio Pla y Faura, el «maestro Pla».

Todos ellos se pusieron manos a la obra para la inauguración, prevista para el 8 de diciembre. Fue un comienzo discreto y silencioso. Solo una foto histórica, en blanco y negro, da fe de ello: la comunidad salesiana sobre la escalera de ingreso al edificio principal, y Alejandro Hidalgo en el centro abrazando a los dos primeros alumnos.

Con el paso de los años, la presencia de los salesianos en la ciudad se ha sido consolidando y hoy es una realidad educativa, religiosa y social muy comprometida con la sociedad canaria. Los salesianos llevan adelante un colegio con 1.300 alumnos, dos parroquias (Santa Catalina y María Auxiliadora), un Centro Juvenil y la Fundación Don Bosco, que tiene como finalidad la promoción y pleno desarrollo de la juventud en situación de desigualdad social, y, también, la atención de otros grupos en situación de vulnerabilidad: migrantes, mujeres, personas en situación de desempleo, con adicciones.

Centenario para celebrar

Los actos de celebración de este centenario se extenderán, pues, a lo largo del año hasta ese mismo día 8 de diciembre, en que se cumplan los cien años exactos de la apertura de la primera presencia salesiana en la isla. Cien años de presencia y labor educativa y social de los salesianos en la ciudad. Hay mucha vida sembrada a lo largo de este tiempo. Hay muchas personas –vivas y difuntas– a las que agradecer. Hay muchas efemérides por festejar. Por eso se ha preparado un denso programa de actividades, que se irá desglosando a lo largo de estos meses.

Sobre estas  líneas, Obispo José Cueto.  | | LP/DLP

Miembros de la comunidad religiosa y profesorado del curso 2022-2023, posan esta semana delante del centro de la capital grancanaria. / José Carmelo Pulido Morales *J. C. P. M.

El año jubilar se abrirá el próximo martes 31 de enero con una solemne eucaristía en la catedral de Santa Ana, presidida por monseñor José Mazuelos Pérez, obispo de Canarias. Se ha querido que el primer acto tenga lugar en la catedral y evidencie la estrecha vinculación de los salesianos con la Iglesia diocesana, pues fue un obispo de Canarias, el querido padre Cueto, quien puso desde el primer momento todo el interés para que los salesianos viniesen a esta tierra. E incluso por encima del recuerdo agradecido prevalece hoy el sentido de fidelidad y la comunión eclesial: la obra salesiana es una obra de la Iglesia, con la Iglesia ha caminado durante este siglo y lo seguirá haciendo en adelante.

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Tras la epidemia de gripe que había azotado a la isla y que había afectado, fundamentalmente, a las familias más pobres, el periódico LA PROVINCIA (22 de noviembre de 1923) hace un llamamiento a la caridad a favor de una familia del Puerto de La Luz. El matrimonio había fallecido, dejando huérfanos a tres niños: Victoriano de diez años, Juan de ocho, y Roque de tan solo dos. A los tres los recogió una vecina, aún más pobre.

Ante el llamamiento del diario canario, el director de los salesianos, Salvador Rosés, respondió rápidamente:

«Muy Sr. mío: acabo de leer el noble y caritativo llamamiento de su digno periódico en pro de unos menores a quienes una enfermedad rápida y terrible ha dejado en el más triste abandono.

Las Escuelas Salesianas, próximas a inaugurarse en esta ciudad, no están aún en condiciones de recibir internos y todas las plazas gratuitas establecidas para este fin las tengo comprometidas, pero la aflictiva situación de estos huerfanitos les da un derecho preferente y excepcional a venir a esta casa que para ellos se está preparando y que se sentirá orgullosa de comenzar su obra con huéspedes tan suyos y tan amados del corazón salesiano.

Vengan pues sin tardanza los dos niños, Victoriano y Juan, a quienes la caridad inefable de unos buenos vecinos tiene acogidos en el Puerto de La Luz. Vengan y tendrán aquí por muchos años hogar confortable, educación y cariño».

Así, el día de la Inmaculada de 1923, exactamente ochenta y dos años después de que Don Bosco hubiera empezado su obra en Turín acogiendo también a un huérfano, daba comienzo la de Las Palmas de Gran Canaria. De manera modesta, sin focos ni publicidad.

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