Con buen criterio, Hyundai ha creado el acabado N-Line, que aplica al Tucson para propagar algunas de las características de su gama N de altas prestaciones allá donde ésta no puede llegar por precio, por el segmento en el que se aplica o porque hay un amplio colectivo de conductores que, más que potencia y más potencia, lo que buscan es una pose deportiva y algo más de garra en carretera.

Con sus 4,47 metros de largo y una fisonomía indiscutiblemente todocamino, clonar el Tucson dentro de los patrones de esa submarca N daría como resultado un coche condenado a competir en un terreno que no es el suyo. En cambio, la incorporación a su catálogo de esta gama N Line que ahora probamos multiplica su atractivo entre ese tipo de cliente que abunda en Canarias y que adora una línea deportiva como ésta. Si, además, va acompañada de retoques en componentes que son cruciales en esa conexión conductor-carretera, el resultado es un coche al que auguramos un largo recorrido comercial.

Porque esta N Line de Hyundai no se queda en la superficie. No pierde el rumbo en cuanto a que se mantiene como un SUV familiar de amplio espectro, pero sí se detectan en él características dinámicas que en absoluto son comunes entre las marcas generalistas. No es magia, es el resultado de unos ajustes de suspensión específicos y que se dejan sentir nada más empezar a conducirlo.

La suspensión delantera es, según datos del fabricante, un 8% más rígida y la trasera se endurece otro 5%. Esto se traduce en una perceptible pérdida de capacidad de éstas de filtrar las irregularidades del asfalto; un pequeño inconveniente que desvanece por completo cuando llegamos al terreno que lo hace superior a un Tucson convencional. En carreteras de montaña esas modificaciones en el chasis mejoran considerablemente la respuesta reduciendo los movimientos de la carrocería en curva y, también, esa tendencia innata de los todocamino al subviraje.

Durante la ruta no nos adentramos en ninguna pista de tierra, pero a esta versión se le presupone la misma versatilidad al no afectar esos ajustes en la suspensión a la distancia de la carrocería al suelo (172 mm). Eso sí, ya les adelantamos que será menos confortable en un uso fuera de pista.

Esta versión vitaminada del Tucson también se diferencia por tener una dirección más directa. Otra evolución que imprescindible a la hora de proporcionar un tacto más deportivo y, de nuevo, con sus efectos en términos de confort. Sin embargo, como en el caso de las suspensiones, los beneficios, al menos para aquellos conductores que valoren la sensación de control y un mayor 'feedback' del tren delantero, son mayores que ese único perjuicio.

Un motor solvente

Con ello, ofrece reacciones más rápidas, naturales y nobles, espoleadas en todo momento por un propulsor perfecto para el cometido de este modelo. En Neomotor hemos probado el Tucson N Line con el motor 1.6 T-GDI de 177 CV y cambio manual de seis velocidades, una alternativa mecánica que no es exclusiva de esta versión (aunque sí va indisolublemente ligada a las mecánicas más potentes del catálogo del Tucson) y que es muy recomendable. Empuja con brío desde las 1.500 rpm y más allá de la entrega de esa generosa potencia, hay que poner en valor su capacidad de recuperación en marchas largas. Un propulsor siempre solvente y divertido si se quiere al que, por ponerle un pero, le falta un sonido más categórico.

El cambio manual de seis velocidades nos ha encantado. Buen escalonamiento de las relaciones para sacar todo el partido al motor, una sexta marcha que cumple su cometido de desahogar el régimen para ir en busca de consumos más bajos y un tacto, el de la palanca selectora, sobresaliente. La propia morfología del pomo (redondo e idéntico al de los i30 N) colabora aportando una conexión más 'racing'.