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Crítica

'Las ovejas no pierden el tren': Sólidos retratos de pareja

Por encima de todo, es una cinta que nos muestra un arquetipo real de la actual vida en pareja

'Las ovejas no pierden el tren': Sólidos retratos de pareja

Es un regreso reconfortante, primero porque supone recuperar a un director del que el cine español no debe prescindir, Álvaro Fernández Armero, que estaba siete años sin rodar un largometraje entregado a tareas televisivas, pero también porque su película aporta elementos de indudable interés en el marco de la producción de 2014.

Se le puede discutir un cierto esquematismo en la descripción de algún personaje y de las decisiones que toma, pero por encima de todo esta es una cinta que nos muestra un arquetipo real de la actual vida en pareja y de los problemas que engendra la convivencia en una situación de crisis económica y afectiva.

El autor de títulos como Todo es mentira, Nada en la nevera y El juego de la verdad certifica su buen momento de forma y lo hace volviendo a su universo predilecto y que mejor y más a fondo conoce, la comedia. El planteamiento de base no excluye, sin embargo, que la cinta albergue momentos de indudable dramatismo, no solo en la forma en que se suceden las rupturas, también en cuestiones tocadas solo de paso pero con considerable intensidad, como es el caso del alzheimer. Pero es obvio que Fernández Armero pretende más hacer reír que preocupar al espectador y en ese sentido su propósito, encomiable, se cumple casi a la perfección.

Lo que prioriza el argumento es, con mucho, la descripción de unos individuos que están en los cuarenta, como el propio realizador, y que viven instantes muy delicados. Así, Alberto y Luisa lo están pasando mal porque ella está obsesionada con tener un segundo hijo, lo que le ha obligado a hacer del sexo un puro instrumento devaluado, y él atraviesa una falta de creatividad acusada que le impide escribir nuevos libros.

Más patológico, probablemente, es el caso de Sara, la hermana de Luisa, que tiene tanta necesidad de que un hombre entre en su vida que cualquier insinuación ridícula la interpreta como una petición de matrimonio. Finalmente, Juan pasa por un trance típico, ya que a sus 45 años dejó a su mujer por una joven de 25 y ahora asume las consecuencias.

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