No hay nada que pueda rescatarse de la más flagrante mediocridad y debe incluirse en el apartado más siniestro, dicho sea en todo el sentido del término, de las más recientes películas de terror. Las previsiones eran, desde luego, preocupantes, ya que estamos ante la secuela de una cinta de 2014, 'Ouija', que dirigió Stiles White, que si resaltaba por algo era por su torpeza y por la nefasta utilización en la pantalla del tablero maldito, pero a la postre los resultados son todavía peores. Y eso a pesar de que los productores, conscientes de que partían de una base muy frágil, renegaron de todo el reparto de la cinta precedente y de su equipo técnico. Pero, por desgracia, el nuevo director, Mike Flanagan, no ha estado, ni de lejos, a la altura de lo que cabía exigírsele. Autor sólo de dos títulos previos mal acogidos por la crítica y no estrenados en España, 'Oculus. El espejo del mal' y 'Rush', denota moverse con dificultad y sin imaginación en el escenario terrorífico.

Ambientada a finales de los sesenta en Los Angeles, sus recursos son un tributo al tópico de principio a fin. La trama combina ingredientes del cine de posesiones diabólicas con el de las casas embrujadas, añadiendo a ese cóctel de recursos relacionados directamente con los productos basados en la propia 'Ouija'. Un menú absolutamente gratuito, especialmente la media hora final que se erige en un desfile de aberraciones. Con este marco, la primera hora de proyección, que se hace interminable, cobra sentido a partir del momento en que la viuda Alice Zander, madre de dos hijas, decide introducir en sus sesiones de pseudoespiritismo la Ouija. No es experta en ella y ni siquiera se lo toma en serio, solo lo hace para ofertar más alicientes a sus clientes.

De forma inesperada la iniciativa logra hacer viable el efecto llamada y la delicada situación económica de la familia mejora. Es al comprobar el gran error que han cometido, cuando se desata la ira de los espíritus.