Es un proceso de naturaleza escandalosa. Es una forma de resumir en cuatro segundos en el Telediario la vergüenza nacional que deberíamos sentir los ciudadanos de bien al ver de nuevo al juez Baltasar Garzón sentado como un criminal en el banquillo de los acusados por investigar los crímenes del franquismo. Gran paradoja. El juez, acusado por ultraderechistas. Es un proceso de naturaleza escandalosa, ha dicho en España Hugo Relva, consejero jurídico de Amnistía Internacional.

Es llamativo que sea juzgado por aplicar los mismos principios que promovió en el ámbito judicial mundial –dictaduras de Chile y Argentina–, recordó Reed Brady, que representa a Human Right Watch. Momentos antes de estas declaraciones, veíamos a Garzón entrar al edificio donde se le juzga, y luego sentado ante el tribunal con el gesto neutro del que nada y todo espera. Brillante Gaspar Llamazares en Al rojo vivo de La Sexta, que compara esta nueva pamema contra Garzón como una de pecados capitales, es decir, está sentado en el banquillo por soberbia –de los que venciendo la guerra no están dispuestos a que se levanten las alfombras de los crímenes franquistas–, avaricia –de los implicados en el Gürtel, sus corruptelas, y su amparo político–, y envidia –de los que no soportan al juez trabajador y mediático–. La mayoría no entendemos de leyes, pero olfateamos cuándo se pisotea a la justicia. Este asunto huele mal. Y como en los países de chirigota, observadores internacionales asisten al juicio, como si alguien lo hubiera perdido aquí para asombro mundial. ¿Se dará el caso –en la otra causa abierta– de que a Camps no lo condenen por el Gürtel y sí a Garzón por investigarlo? Ay, señor, llévame pronto.