Cuando oigo hablar de tecnocracia echo mano a la pistola. Ésta podría ser, parodiando la frase de Goebbles sobre la cultura, lo que me nace por lo pronto ante la noticia-fuerza de la crisis: la sustitución de políticos por tecnócratas en los gobiernos del sur de Europa. Churchill contó como nadie la incapacidad de los técnicos para decidir como tales, en tanto que no existe algo así como una "decisión técnica" en el gobierno de los asuntos humanos. Relató que ante un ataque decisivo en la II Guerra Mundial se había hecho aconsejar por los mejores expertos militares y tuvo ante sí un volumen de información inmenso -cuadros de variables, sus posibles efectos?- pero ninguna orientación concreta sobre qué hacer, pues no había solución técnica a algo cuya naturaleza no era de orden técnico, como la guerra, aunque existan las técnicas de guerra. Toda decisión basada en una premisa técnica de inmediato se convertía en una opción de consecuencias no técnicas. Y esa decisión -atacamos o no- la debió tomar él solo, Churchill, en la noche, basándose más en su conocimiento de la vida que en análisis técnico alguno para rebasar el fondo indecidible de toda decisión. Así que el mundo no aprende, es amnésico. De nuevo se quiere volver a lo que Saint-Simon pedía en el XIX y cuyos resultados calamitosos se vieron en el XX: la sustitución del gobierno de los hombres por la administración de las cosas, como si la condición humana (la economía, por ejemplo?) pudiera abordarse como la vida de las abejas o la formación de las nubes. En octubre el ex presidente brasileño Lula -un líder nato que cogió a un país en crisis y lo consolidó como potencial mundial, forjando multinacionales y a la vez recortando su inmensa desigualdad social como nunca antes- calificó a la UE de "patrimonio de la Humanidad". Adujo Lula en Madrid que Europa necesita "políticos con coraje" ante una crisis sobre la que el G-20 viene concluyendo desde 2008 que requiere grandes estímulos al crecimiento, no sólo ajustes. Y, tras quejarse de que Europa hace, en manos técnicas, lo contrario de lo que pacta, concluyó como la parábola del vestido del Rey al señalar que esgrimir que la situación de Grecia amenaza a Europa es como decir que "una uña clavada en mi dedo meñique pudiera llevarme a la muerte".