Existe el común de relegar a los políticos a una raza inferior, en una generalización inmerecida. Todo colectivo tiene su cuota de batatas, pero también los hay voluntariosos, los que apuestan por el bien común y unos pocos cuya inteligencia sobrepasa lo extraordinario.

Un vistazo al sumario de Las Teresitas, por ejemplo, es entrar en otra dimensión de lo que se puede lograr conjugando adecuadamente las neuronas y subraya que la mente humana es un artilugio fascinante, capaz de poner la multiplicación de los panes a la altura de un truco de Tamariz.

El hipotálamo de los protagonistas de este soberbio y bonito entramado en el que entran 50.000 euros de un premio de la lotería y salen 600.000 libres de polvo y paja, capaces de vivir a todo tranvía durante dos años y tres meses sin pasar por el cajero, o de convertir petróleo de la arena de playa, todo sin indicio de delito, es para quitarse la boina, y cualquier crítica es envidia cochina.

La pena es que no se hayan dedicado un pisco a la cosa pública. Si en sus ratos libres hubieran fundado, un suponer, el centro espacial en Granadilla, Canarias conquista Marte con una ristra de voladores y una jarea de calamares. Y le pondríamos Zerolus, el octavo planeta.