Vale que la democracia formal no sea la sustancia del sistema, pero también es cierto que sin formas se diluye la esencia. Por eso existen. Oponer un formalismo forzado a la constitución del grupo parlamentario de Amaiur es vulnerar lo esencial a golpes de arbitrariedad reglamentaria. En otras palabras, pisotear un derecho, que lo es de fondo por la cuota parlamentaria de los independentistas vascos; y de forma, porque no contraviene lo regulado, póngase como se ponga la mayoría PP en la respetable Mesa del Congreso. Si vamos a los precedentes de excepción, los hay en número y con entidad bastantes como para que un tribunal estime a la primera el recurso de Amaiur, que, a mayor abundamiento, esgrime un clarísimo derecho no excepcional. Como es impensable que los excluyentes ignoren el escaso recorrido de su voto, parece malo este síntoma de distracción para gozo de afines, cuando son tan graves y urgentes los problemas de todos. Si desvían a un tribunal la "responsabilidad" de reconocer un derecho, habrá que preguntarse a qué juegan judicializando la interpretación del propio reglamento.

Obviamente, los de Amaiur darán disgustos a los que mantenemos de buena fe otra visión del País Vasco, que, dicho sin abusar, somos la inmensa mayoría de los españoles y, dentro de ella, todos los vascos no independentistas. Tiene fundamento, por qué negarlo, el recelo de quienes atribuyen la capitulación de ETA a una efímera estrategia para ganar mayorías abertzales en Euskadi y grupo formal en las Cortes del Estado. Pero aun si así fuera, lo han hecho por la vía de la estricta legalidad, sancionada en las más altas instancias jurisdiccionales y ejercida a través del voto libre y secreto. Si los disgustos que nos den se mueven en el sacrosanto ámbito de la palabra, no habrá otra que aguantar y responder. Si derivan de coacciones o delitos, el terreno de respuesta ya será distinto. Porque el ejercicio de un derecho nunca puede ser conjetural sin deterioro de su esencia, y la calidad de la democracia no está en la cuantía, sino en el principio. O es plena para todos, o no es.

La hipótesis del separatismo violento tardará en desaparecer del inconsciente colectivo, aunque lleguemos a verificar la dicha de su exclusión de la consciencia racional. La capitulación terrorista habrá que verla en el día a día, a partir de aquél en que complete el camino con la entrega de las armas, la inequívoca petición de perdón y, si se quiere, aunque sea menos importante, una disolución formal de lo que nunca ha sido forma sino hecho. El pensamiento independentista es un derecho perfectamente identificable entre los de la libertad democrática. La violencia, o la articulación palabra-violencia no es ahora sino la profecía de quienes denuestan de Amaiur como grupo parlamentario. Aun si estuvieran en lo cierto, impugnar a priori lo legalmente ganado es perder el tiempo tocando el violón.