Un diputado y ex-consejero de la Generalitat valenciana acusado de quedarse con dinero destinado a ONG de ayuda al Tercer Mundo. Una alcaldesa, en las puertas de resultar imputada por recibir dinero y regalos de un constructor, al que se le apañaban los Planes de Urbanismo con la misma facilidad con que el empresario le descorchaba el Moet Chandon en la cubierta de su yate. Un director de Empleo andaluz que concedía subvenciones para garantizarse los gin-tonic y la cocaína más euforizante, mientras toda la estructura institucional que le rodeaba parecía absorta en la búsqueda del bosón de Higgs, ese descubrimiento que explica el origen del universo, pero sigue sin explicar por qué los hombres traicionan la confianza que se les otorga. Novedades informativas sobre estos casos de corrupción que conviven en los periódicos de esta semana junto al relato de un país atrapado en un remolino infernal que cada vez nos acerca más al sumidero de la bancarrota, ese agujero absorbente que significa retroceder nuevamente a la pobreza de la casilla de salida.

Los políticos ya no tienen tiempo ni atrevimiento para pedir comprensión. Deben aplicar recortes anteriores mientras diseñan los nuevos. Y en la calle, las frustradas esperanzas caminan entre decenas de carteles de "Se vende", "Se traspasa" o "liquidación total". Lo único que nos queda ya de aquel boom son deudas y casos de corrupción.

Nuestras vidas han cambiado tan rápidamente como la literatura de esos carteles. Antes eran monotemáticos: en todos lados ponía lo mismo: "Estamos en obras: disculpen las molestias". Pues vaya con las molestias.

Venimos de un tiempo en el que no necesitábamos aguje-rear la tierra para encontrar petróleo; aquí la riqueza se conseguía lanzando toneladas de cemento al paisaje. En Estados Unidos inventaban las redes sociales, y aquí creábamos las redes del trinque. No había ventana desde la que no pudiera contemplarse el largo brazo urbanizable de las grúas.

Los carromatos de burros que hace treinta años deambulaban, en plena canícula, por el empedrado de los pueblos costeros de España fueron sustituidos por Audis y Mercedes con cristales tintados e interior climatizado. Las boinas se cambiaron por gafas Gucci, y la sabrosa chacina de antaño se sustituyó por chorizos insulsos embutidos en trajes de Armani. Las huertas se convirtieron en adosados, las neveras dejaron de guardar tomates, y se transformaron en cajas fuertes de dinero fresco que sólo pudría a sus poseedores. En esos recientes años del boom inmobiliario, la tierra se araba con palos de golf, y la ambición se saciaba con la tinta sellada de una nueva licencia de obras. Mucha honradez quedó sepultada en aquellas tongas de expedientes de recalificación.

Como buenos latinos, somos gente que siempre ha otorgado un gran valor a la familia. Y como también somos generosos, unos cuantos de los privilegiados que conseguían un acta para dedicarse a la cosa pública en seguida conseguían ayuda para ir a la cosa y dejarse de tonterías. Entonces parecía que esos primos y primas no eran de riesgo. Eran de sangre, de farra o de palique, todos eran amiguitos del alma siempre dispuestos a animar con sus gracias aquel festival de opulencias.

Para lo bueno y lo malo, aquello ya pasó, pero aún seguimos abochornados por lo ocurrido en aquella monumental borrachera. Y es un poco cobarde de-cir que nadie vio nada. El pueblo que los votó una y otra vez, a diestro y siniestro, se aleja ahora de ellos como quien intenta alejarse de su propia sombra. ¿Quiénes los pusieron?

Algún partido, alguna institución hablará nuevamente de reforzar los controles, de instaurar Códigos éticos de buen Gobierno. Pero nada de eso detiene las intenciones de ningún ladrón. Harían mejor esos denostados partidos políticos si poblaran las listas electorales con personas que no necesitan otro código que el de su propia conciencia y sincero compromiso.

Ya no estamos para más tonterías. Si no quieren pagar justos por pecadores, antes de escribir nuevos papeles mojados, ha- rían mejor en limpiarse los oídos. Algún problema auditivo de- ben tener si son ellos los únicos que siguen sin escuchar los secretos a voces.