Según un excelente refrán alemán, el que remueve un hormiguero no debe lamentarse si luego las hormigas trepan enfurecidas por su brazo.

(La reacción normal, todos lo sabemos, es liarse a manotazos con los feroces insectos, castigándolos a modo por su inaudita desconsideración).

Y algo de esto tuve oportunidad de comprobar cuando volvía de comprar el periódico, caminando por la estrecha acera de una calle con intenso tráfico.

Pocos metros más adelante, bloqueando casi el paso, una señora con una niña de unos seis años, charlando animadamente con otra ama de casa. En esto la niña, olvidada ya por su madre, da un paso hacia la calzada, poniéndose a tiro de un taxi que, para evitar un atropello que parecía ya irremediable, pega un estridente frenazo, deteniendo milagrosamente el vehículo a escasos centímetros de la aturdida chiquilla.

Mientras el taxista se baja del coche, blanco como la cera, la madre no pierde el tiempo y le sacude a la niña una certera bofetada, como castigo por su inconsciencia pero sobre todo por el susto que le ha dejado a ella, a su pobre madre, el cuerpo de gelatina.

Pero por esta vez las cosas no van a quedar así. El taxista se acerca a la madre y tras asignar la responsabilidad a quien realmente corresponde, recriminándole haber estado a punto de desgraciar no sólo a la chiquilla sino a un padre de familia que sabe lo que supondría cargar con un accidente mortal el resto de su vida, termina espetándole: "Y le diré otra cosa. La bofetada tenía que ser para Ud. misma, no para la niña. Lo que tiene Ud. es muy mala puntería".