Ocurrió en cierta universidad de verano en la que yo estaba participando en un curso. Una mañana me despertó un ruido muy fuerte. Me asomé a la ventana y vi un helicóptero del ejército sobrevolando el tejado a muy baja altura. Poco después, cuando salí al patio, descubrí varios jeeps de la Guardia Civil vigilando la entrada del edificio. "¿Qué pasa?", pregunté. "Nada, que ha venido un general de la OTAN a dar una conferencia", me contestó otro profesor en la cafetería, mientras desayunábamos. Después averigüé el resto de la historia. Se estaba celebrando un curso sobre La cultura de la paz, en el que participaban el general de la OTAN y un famoso político español que había empezado su carrera en los tiempos del general Franco (por el que fue condecorado, dicho sea de paso), y que más tarde había sabido adaptarse a cada nueva etapa de la política española.

Porque aquel personaje había pasado de ser un político franquista a ser un ministro de la UCD. Y luego, a su debido tiempo, se había hecho socialista y había ocupado cargos importantes (y quizá también había sido condecorado, aunque de eso no estoy muy seguro), hasta que unos años más tarde, también a su debido tiempo, había empezado a militar en esa izquierda cómodamente instalada en las vaguedades y en las buenas intenciones (y en los sueldos astronómicos) que se dedicaba a dar cursos sobre el derecho a la paz y la cultura de la paz y la educación para la paz. Y ahí seguía.

Todo era maravilloso, sin duda, pero lo que nunca entendí es qué pintaban en aquel mundo maravilloso de la cultura para la paz el helicóptero del ejército y los coches patrulla de la Guardia Civil. Por entonces ya habían ocurrido los atentados del 11-M en Madrid (y por tanto, los atentados de Nueva York del 11-S eran un recuerdo que estaba en la mente de todos), y aquella gente, tanto el militar de la OTAN como el político que predicaba la cultura de la paz, vivían protegidos y vigilados porque sabían que su seguridad podía ser amenazada en cualquier momento. Pero cuando llegaba la hora de hablar en un curso universitario, el mundo que describían era un mundo paralelo en el que no había amenazas ni peligros, sino que todo podía arreglarse con la educación para la paz y el derecho a la paz.

Y era normal que fuera así, porque en aquellos tiempos ya vivíamos instalados en la cultura del espejismo y del engaño (o peor aún, del autoengaño), en la que nada se definía por su realidad, sino por nuestros deseos de cómo debía ser esa realidad. Un día comenté con algunos asistentes al curso que aquel político que impartía los cursos sobre la paz había ocupado un alto cargo en el franquismo, pero nadie tenía ni idea de aquello, y lo que es aún más raro, nadie imaginaba que aquello hubiera podido ser posible. "No, hombre, no, seguro que te confundes de persona", me recriminó un periodista. Y todos los presentes se pusieron a hablar de aquel hombre con tanta admiración que parecían hablar de uno de los más grandes filántropos que había conocido Europa.

Si me acuerdo de aquello, es porque el mundo de la educación pública -sindicatos, expertos, inspectores y directivos- ha vivido una situación de ceguera voluntaria muy parecida a la que sufrían aquellos profesores y periodistas en aquel curso de verano. Para toda esta gente, los únicos problemas que ha tenido el sistema educativo- desde que se implantó la Logse en 1990- han sido la falta de inversiones o la política de recortes del PP. Nadie se ha acordado de que las nuevas teorías pedagógicas han vaciado los contenidos de las asignaturas y han desplazado todo el interés hacia la forma de enseñarlas, de modo que la didáctica, los protocolos educativos y la tipología del alumno (a ser posible descrita de forma pseudocientífica) han pasado a ser cuestiones mucho más importantes que la ortografía o el cálculo o la comprensión lectora. Y si teníamos un altísimo nivel de fracaso escolar, todo se debía al bajo nivel cultural de nuestro país o a la falta de medios, nunca a la pésima planificación de un sistema que parecía ignorar lo que era evidente. Y así hemos llegado a la situación actual, en la que los expertos y los pedagogos siguen convencidos de que el sistema es perfecto, a pesar de que haya licenciados en Ciencias de la Educación que piensen que una gallina es un mamífero o que la definición de "escrúpulo" es "el momento del día en que sale el sol". Y cosas aún peores.