Es probable que la apelación del Rey a una justicia igual para todos excluyera tácitamente a la etnia real. Reinen o no, las familias reales se identifican mal con la raza humana común, lo que guarda cierta lógica, incluso genética, con el reflejo de las diferencias acumuladas a lo largo de muchas generaciones de poder absoluto y despótico (que ya no es el caso). Así ha sido en la dinastía borbónica y en otras con las que tiene vínculos de sangre. Las monarquías africanas y asiáticas de hoy mismo conservan las viejas tradiciones autocráticas y tan solo las europeas se han hecho parlamentarias. Pero de su estatuto histórico conservan elementos constituyentes como la sucesión hereditaria, y otros perfectamente revisables como la irresponsabilidad del monarca por sus actos. Lo que se transmite por herencia es aquello que se posee -en este caso, nada menos que la institución de la jefatura del Estado- y, como es contradictorio en los términos un rey en el banquillo, la mejor manera de autorresponsabilizarse por errores que nadifican el carisma personal es la abdicación. Y esta, solamente mientras las monarquías preserven su condicionado espacio en la organización social.

La política española es alérgica al referéndum y defiende a uñas y dientes los derechos de exclusividad adquiridos en las urnas periódicas, como si ese apoyo no pudiera cambiar en razón del cambio de los programas, el incumplimiento de las promesas y otras formas de fraude seudodemocrático. Por muy tópico que sea, el modelo suizo, con instituciones y gobiernos también electivos, somete a referéndum nacional todas las cuestiones que suscitan controversia. Ni los líderes confederales se sienten por ello capitidisminuidos, sino garantizados, ni la estabilidad del país sufre alteración alguna , sino todo lo contrario: es la democracia más estable del mundo, y la que ha consagrado el proverbio no news, good news (que los periodistas sabemos falso).

Es impensable un referéndum español sobre la institución monárquica basado en dos preguntas: la continuidad del actual titular, que tal vez daría un resultado negativo, y la abdicación en el heredero, muy probablemente positivo. Aún sin referéndum, esta parece ser hoy la gran baza de continuidad sin tribulaciones. El sistema no estaría muerto, sino reforzado por una distinta manera de abolir el principio "racista" de irresponsabilidad. Por eso creo, en lo inmediato, que la serena asunción del hecho de una infanta judicialmente imputada inauguraría el reconocimiento de que todos somos respetables, pero ninguno intocable; y confirmaría que las sociedades del siglo XXI no creen en etnias reales sino en la insuperable realidad igualitaria y la corresponsabilidad sin excepciones, por muy dura que sea la mutación en la psicogénesis de los descendientes.