Son muchos los economistas e intelectuales que opinan que las actuales políticas económicas son incorrectas y están destruyendo la estructura democrática y social de España. Se repite lo que ocurrió con tantos países europeos durante la década de los años treinta del siglo pasado y que condujeron a la segunda guerra mundial. No es de extrañar que la inmensa mayoría de los ciudadanos haya perdido la confianza en los políticos, en los banqueros, en los empresarios, en los intelectuales y en los periodistas. Según el periodista Manuel Vicent, la política se ha convertido en una bolsa de basura, los banqueros representan la moderna versión de los antiguos forajidos, y los intelectuales han confundido su propio ombligo con un agujero negro del universo.

Para el escritor Juan José Millás, esta crisis ha sido una estafa con el objetivo de hacernos retroceder en derechos y en salarios dando marcha atrás al reloj de nuestra historia y dejándonos atascados en 1977, cuando estábamos en la línea de salida. La reforma laboral ha terminado siendo una reforma empresarial, y el sueño europeo ha acabado siendo una pesadilla. No han pasado ni cinco años y ya han reducido a cenizas los derechos que se tardaron generaciones en conseguir. Sin disparar un solo tiro, los banqueros, políticos y empresarios en complicidad con quienes fueron el enemigo en la última Gran Guerra, han arrodillado a todas las profesiones y amaestrado a la juventud en el arte de trabajar casi gratis. Ahora que nos han hecho más pobres y desiguales, también han conseguido hacernos más cobardes y resignados a la nada.

Hemos caído en un abismo de miseria pública. Ninguna sociedad puede prosperar y ser feliz si la mayoría de sus miembros son pobres y desdichados. Pero somos nosotros mismos los responsables de tolerar esta política de autoempobreciemiento por culpa de un sadomasoquismo luterano que poco a poco no solo será insoportable sino irreversible. Los síntomas del empobrecimiento colectivo están a nuestro alrededor: autopistas y calles en mal estado, ciudades y pueblos arruinados, escuelas fracasadas, edificios de viviendas inacabadas o vacías, desempleados, trabajadores mal pagados, personas sin seguro y sin derechos sociales.

Todos nos veremos afectados por la creciente intolerancia a la desigualdad excesiva. Ahora que echamos flores sobre el hierro caído que dirigió los destinos del Reino Unido en la década de los ochenta del siglo pasado, la mayoría de los ciudadanos europeos desconocen que hay más niños pobres en Gran Bretaña que en ningún otro país de la Unión Europea. Ahora, una Maggie británica ha encontrado un clon en una Angela germánica. Como aquella, está consiguiendo que la mayoría de los nuevos empleos en Europa estén en el extremo superior o inferior de la escala salarial. Mientras tanto, los desempleados o subempleados pierden a pasos agigantados las habilidades que han adquirido y se vuelven superfluos de forma crónica para la economía.

Cuanto mayor es la distancia entre la minoría acomodada y la masa empobrecida, más se agravan los problemas sociales. No importa lo rico que sea un país sino lo desigual que sea. La desigualdad es corrosiva. Corrompe a las sociedades desde dentro. Como denunciaba el gran pensador Tony Judt, nos hemos vuelto insensibles a los costes humanos de políticas sociales en apariencia racionales cuando se nos dice que contribuirán a la prosperidad general y a nuestros intereses personales. ¡Hipócritas desalmados! Ahora quieren reducir las prestaciones sociales retirándolas a todo aquel que no tenga un trabajo retribuido.

En estas circunstancias, un empresario puede ofrecer casi cualquier sueldo al contratar trabajadores (que no pueden rechazar un empleo, por desagradable que fuera, sin arriesgarse a quedar excluidos de los beneficios sociales).

Tal y como están las cosas, los niños de hoy tendrán muy pocas expectativas de mejorar las condiciones en las que nacieron. Jóvenes y mayores, hombres y mujeres buscan trabajo en países del norte de Europa. La fuga de mano de obra y de talentos devastará aún más las finanzas de España.

Sin trabajos para gente que se ha preparado para trabajar va a ser muy difícil sostener las pensiones, la sanidad y la educación con los impuestos: en 2030, el 25 por ciento de la población española será mayor de 65 años. Ya lo dijo el Nobel de Economía Paul Krugman: la austeridad obligará a los jóvenes a emigrar en busca de trabajo y condenará a más austeridad a aquellos que permanecen. Es como quemarse a fuego lento. La marea de burócratas del Parlamento Europeo ha sido incapaz de lograr la unión demográfica en Europa para que los países con mayores recursos inviertan más dinero en los países menos ricos. Por culpa de esa incapacidad, Portugal, Italia, Grecia y España están siendo donantes de capital humano. Tanto que hablamos de España como líder mundial de donantes de órganos, pronto habrá que leer otras listas menos alegres en las que España será el país europeo con mayor número de donantes humanos para trabajar en otros países.

Buen día y hasta luego.