Tenerife recibe anualmente millón y medio de turistas más que Gran Canaria y supera a esta isla en 50.000 camas. Está muy bien, pero si alguien pretende que Gran Canaria ejerza su derecho a compensar la diferencia a base de hoteles y camas de cinco estrellas, o está loco, o es un cínico. Hablando en plata, el engendro legislativo que intenta regular la estructura y la oferta turísticas del archipiélago es intolerablemente cínico, insularero, desafiante, falso en sus presunciones, y abusivo. El grancanario que lo tolere también está loco, o es otro cínico. Hay que dejarse de paños calientes y designar las cosas por su nombre, que es la única manera de delimitar la conciencia sana de las cosas, crear opinión y movilizar a la gente por una causa justa.

El presidente de la isla perjudicada convocó una asamblea apolítica para sumar aportaciones a una toma de conciencia plural sobre una nueva tentativa de agresión, la enésima, que es preciso abortar. Quisieron dejarle solo y algunos lo celebraron como si así hubiera ocurrido, pero se equivocan. Las reivindicaciones históricas de Gran Canaria siempre despiertan en origen reticencias o celos que nada pueden contra ellas en cuanto alcanzan velocidad de crucero. Los que se han quedado solos son los ausentes, pues su mensaje acerca de la chapuza legal en litigio se diluye en suspicacias en tanto que el de la asamblea es clarísimo: hay que luchar ¡ya! por el turismo de Gran Canaria, que genera directa o indirectamente el 80 por 100 de su PIB. Lo demás, aplaudiendo verdades como puños que se impondrán al margen de toda ideología. Cualquier otra argumentación será sospechosa. Si no suben al carro, peor para ellos; y si presentan una reivindicación alternativa irán a remolque por haberse excluido de la puesta en marcha. Aquí y ahora toca unidad. Como en el caso universitario, que todos llevamos muy dentro.

Es penoso que las maniobras del llamado nacionalismo canario pretendan mantener secuestrado el poder autonómico después de 20 años de exclusividad fáctica, en los que rompió a su antojo todos los pactos de alternancia y la racionalidad de un desarrollo equilibrado. Habrá que ver el balance que presenten para conseguirlo, porque a primera vista sus manos están vacías. Si Gran Canaria quiere hoteles de cuatro estrellas -muchos de los actuales lo son a un nivel de excelencia que los destaca en los rankings mundiales de calidad- no hay razón divina ni humana para imponer las cinco estrellas, cuya clientela potencial es la que es, no la que la isla necesita. ¿Para eso vale la autonomía?