El río del mundo fluye sin pausa, aunque algunos no quieran enterarse. Los declinantes Estados Unidos de América tratan de ignorar que su vieja prepotencia tiene los días contados en un planeta que cambia vertiginosmente. En lugar de disculparse por el masivo espionaje electrónico que Edward Snowden denuncia con pruebas, intenta explicarlo mientras pone precio a la cabeza del mensajero. En lugar de comprometerse a neutralizar las redes del gigantesco abuso, amenaza con represalias a quienes apoyan a ese mensajero y le ofrecen asilo. En su sistema de valores, el mal no está en mantener un artefacto diseñado contra los más elementales derechos humanos, sino en romper su despreciable secreto. Si bien se piensa, pocas formas de perversidad pueden compararse a ésta, cuyo tamaño es inmensurable. En una nación amiga, como Alemania, los USA interfieren mensualmente más de quinientos millones de mensajes orales o escritos a través de opciones telemáticas, número que sextuplica el de la población del país espiado. Baste el ejemplo para aproximarnos un poco a la magnitud de las violaciones.

El móvil remoto es el miedo del poderoso, que probablemente tiene razón de ser. Pero el miedo no justifica de ninguna manera el atentado permanente contra el derecho a la vida privada en todas y cada una de las colectividades humanas, sean amigas o enemigas. Todos somos sospechosos para ese sistema, pero el sistema no es para ellas simplemente sospechoso sino culpable de un delito continuado de intromisión en la intimidad individual, un valor inseparable de la conciencia democrática. El cinismo de tratar como espía a quien delata un espionaje sin límites ni fronteras, se califica por sí solo. Por encima de jalear a Snowden como héroe o mártir, y sin debatir si sus motivaciones son más o menos nobles, lo cierto es que ha hecho un servicio impagable a lo que aquí entendemos por Humanidad. Uno de esos derechos ha sido conculcado unilateral y secretamente, amparando la agresión en la impunidad. El sarcasmo estará en el artilugio que inventen y vendan los EE UU para impedir la violación de las comunicaciones electrónicas. Al final, todo es comprar y vender.

Resulta inaceptable que cualquier hombre libre respalde o comparta las razones del espía planetario en lugar de unir su voz al rechazo y la repulsa inapelables. Algunos gobiernos europeos y la propia Unión han reaccionado -tibiamente, por ahora- pidiendo explicaciones. Es posible que no pase nada, pero siempre pasa. Estados Unidos está en la pendiente de la autodefensa ilegal e inmoral, anteponiendo su miedo al respeto de lo que dice defender. El mundo no es el que era y todo esto se paga. Rafael Correa, presidente de Ecuador, merece gratitud por abrir su país a la seguridad de Snowden y admiración por su renuncia "unilateral e irrevocable" a las preferencias prometidas por el poderoso megaespía. Que sigan clamando los senadores fachas. El individuo que valora su libertad no está ni estará nunca con ellos.