No conozco a Susana Díaz, la mujer llamada a suceder a José Antonio Griñán si todo sale como ella y la dirección de su partido han previsto.

Sé de ella únicamente lo que ha contado la prensa: su condición de mujer que ha hecho toda su carrera en el PSOE andaluz.

Tiene sin duda simpatía, un verbo fácil y utiliza en sus discursos los latiguillos a los que nos tienen acostumbrados los políticos como el de "inaugurar un nuevo tiempo" o "poner en valor" esto o aquello.

Creo, sin embargo, que uno de los problemas de la política a todos los niveles es su tendencia inexorable al solipsismo. Los partidos son cada vez más como esas mónadas leibnizianas sin ventanas ni puertas abiertas a la realidad.

Nunca estará de más insistir en la urgencia de que se ponga fin cuanto antes a la práctica de las listas cerradas, elaboradas siempre por el correspondiente sanedrín, y resultado inevitable de intrigas y componendas entre las distintas familias o eso que ahora llaman "sensibilidades" del partido.

Hace falta de una vez que los partidos se aireen de una vez, se ventilen, abran puertas y ventanas de sus despachos a la luz cegadora de la calle.

¿Cuándo renunciarán nuestros políticos a sus coches oficiales con chófer incluido y cogerán la bicicleta para que sientan en la cara el viento ciudadano?

¿Cuándo viajarán al trabajo en autobús o en metro y tomarán sus cañas o sus gin-tonics, si es esto lo que les apetece, en el bar de la esquina? ¿Cuándo podrán además hacerlo como algo normal sin que se caiga en la tentación de acusarlos de demagogia?

No conozco personalmente, insisto, a Susana Díaz, y no puedo juzgar por tanto sobre sus dotes humanas o su capacidad política.

Pero tiendo a desconfiar en principio de alguien cuya experiencia profesional se circunscribe casi exclusivamente al partido en el que milita.

Existe un mundo muy vario y rico más allá de la política, el mundo de la universidad, de la ciencia, de la cultura o de la empresa, y para entenderlo en su complejidad tiene el político que tener de él una experiencia de primera mano.

Sus vivencias no pueden limitarse a la elaboración de un programa de partido o a las maniobras internas para colocar a este o aquél en una lista electoral.

Porque sabemos de sobra que los partidos, todos ellos, premian por encima de todo la docilidad, la fidelidad al liderazgo, y no la imaginación y la crítica abierta, lo único que podría renovarlos.

Se habla mucho de dignificar la política, tan en descrédito últimamente por los interminables escándalos de corrupción que, unidos a la lentitud con la que opera la justicia, ocupan un día sí y otro también los titulares de nuestra prensa.

Un paso muy importante sería acabar con la política como profesión de por vida, que hace que muchos se acomoden y resignen a quedarse años aunque sea en la oposición porque no sabrían hacer otra cosa y tienen en cualquier caso unos ingresos garantizados.

Es pues hora de que comiencen a cambiar las cosas.