La víspera de las últimas elecciones generales, que ganó con una abrumadora mayoría el PP del discurso esotérico-milagrero -"en cuanto llegue, esto lo arreglo con mi sola presencia"- ya estaba claro para algunos analistas y columnistas que Rajoy habría de gestionar tanto el problema catalán como el fin de ETA.

Ambos ingredientes políticos endémicos de la democracia han seguido ritmos distintos. En Cataluña la ambigüedad calculada de fines estrictamente mercantilistas de Jordi Pujol fue rebasada por el independentismo sin tapujos, a causa de la debilidad y el aventurerismo del presidente Artur Mas, que se metió de lleno en la nasa lanzada por ERC. Y quien tira la nasa, como demuestra la historia universal de la pesca, se queda con la captura. Esquerra es quien está marcando actualmente el paso hacía el referéndum de secesión.

Sin duda la Diada del 11S -aniversario, por cierto, del ataque de Al Qaeda contra las Torres Gemelas de NY y el Pentágono, en Washington, con dos aviones llenos de pasajeros utilizados fríamente como misiles- fue un éxito. Pero no arrollador. Este calificativo depende de que haya alguien que se sienta arrollado. Es habitual que ante una movilización masiva se activen los sentimientos psicológicos: es obvio que un millón de catalanes dándose la mano de norte a sur de la región, senyera en ristre, exigiendo una consulta para decidir si sí o si no, impresiona.

Como impresionó el 15M, o como impresionaron, por varios motivos, las manifestaciones modelo cruzadas encabezadas por los obispos que trataron de poner contra las cuerdas, o los cirios, más propiamente, al presidente Rodríguez Zapatero y que no podían ni imaginar que el Espíritu Santo les trajera al papa Francisco.

Pero el éxito de la Diada solo significa que la Diada fue un éxito de convocatoria. Que Cataluña tiene un problema interno, y que España tiene el problema de Cataluña, nacido de una visión manipulada ad nauseam y romántica de la historia es cosa ya sabida.

La solución de este conflicto -en eso se está tornando- es compleja, como el mismo asunto lo es. Lo más sencillo, buscar un encaje a la carta acorde con las demandas maximalistas ni acaba con el maximalismo de los radicales de Convergencia (no de Unió, que son más prudentes, como buenos democristianos) y de ERC y afines, incluyendo a algunos compañeros de viaje del PSC en fase de pánico escénico, ni supone un bálsamo para la nación. Sencillamente abriría nuevos frentes: el PNV, tras haber procedido ETA, como se esperaba y ha anunciado, a su desarme unilateral, entregando al Gobierno central un plano de zulos y arsenales, probablemente tomaría el relevo para avanzar en su programa máximo, que puede ir a paso de tortuga si la patronal mantiene su influencia pragmática sobre la política identitaria. En el resto de España, las distintas autonomías del café para todos -que es un modelo de lo más sensato, que rige los estados federales, como EE UU, Canadá, Alemania...- no estarían dispuestas a inventar un imposible federalismo asimétrico que rompa la regla de la igualdad de trato.

La verdadera discusión elemental, por lo que debió haberse empezado desde el instante en que surgieron las engañifas de que la solidaridad interregional es una confiscación, y que sin España los catalanes no tendrían crisis y vivirían más felices, debió responder a este aspecto concreto: el dinero. Las verdaderas cuentas. Las de ahora, y las a futuro. Por supuesto, hay cuestiones que deben estar siempre abiertas, y que pueden exigir una reforma de la Constitución, que no debe entenderse como un marco eterno, rígido e inflexible por los siglos de lo siglos, amén. Cambiar el sistema de financiación, establecer con más claridad el reparto de competencias, la subsidiariedad que impregna las estrategias de gobierno de la Unión Europea, hacer del Senado una cámara regional al estilo del Bundesrat alemán... todo eso es sensato, y es posible. Pero hay muchas rayas rojas, y amarillas, que hay que saber interpretar.

Todo medicamento tiene efectos secundarios. Hasta la aspirina. Cuánto más los dedicados a medicar los insomnios, la hipertensión, los delirios, ansiedades y demencias. El pasado jueves, en una farmacia de Santa Brígida, un pensionista trataba de leer la letra pequeña de las cajas de unos medicamentos. La empleada le preguntó si buscaba la composición del ramipril, el bisoloprolol, el viscofresh, el metamizol (creo haber apuntado bien)... "No, miro dónde están fabricados". "Ah, este en Navarra, este en Madrid, y este también; caramba, y estas gotas para los ojos en Irlanda. Vale, póngalos". "Es usted el cuarto o el quinto cliente que hace lo mismo después de lo de la Diada". Y es que todos los principios activos tienen contraindicaciones.