Tal vez ocurre que es una costumbre que se extingue lentamente. O quizá, simplemente, obedece a una normativa de tráfico. Sea por lo que fuere lo cierto es que apenas veo ya cruces que señalan el lugar de un accidente mortal en los bordes de las carreteras de Las Palmas. Y ello, por desgracia -los medios de comunicación se encargan de recordárnoslo habitualmente-, no se debe a que hayan cesado estos sucesos trágicos en las vías que atraviesan la ciudad. El caso es que estos días paseaba con A. por el Árbol Bonito y nos topamos con una de estas cruces de carretera. Y me asaltaron este tipo de pensamientos.

Es una modesta cruz de madera, pintada de blanco y rodeada por un pequeño círculo de piedras. Dentro del círculo hay un ramo de flores entre las que predominan las de color amarillo. La ubicación del emplazamiento, en la cuneta contigua al muro de piedra seca que marca el límite entre San Juan y la antigua carretera de Tafira, acentúa su aspecto rudimentario. Además, los allegados han colocado en el muro una placa metálica con el nombre del fallecido.

Me dice A. que en Tafira Al-ta hay también una cruz de carretera mantenida regularmente con flores frescas. Por mi parte recuerdo que hasta no hace mucho hubo otra en algún punto de la Avenida Marítima, pero ahora mismo no consigo evocar ninguna más. ¿Será la discreta desaparición de esta cultura funeraria otro síntoma de nuestro empeño en alejar el rastro de la muerte lejos de nuestro cuerpo? ¿De mantenerla a una distancia higiénica?

No construimos marcas espaciales donde alguien, por ejemplo, fallece electrocutado por una torre de alta tensión o al caer desde un edificio. Ligados a este paisaje moderno por excelencia que es la carretera, estos rituales manifiestan, sin embargo, algo arcaico, algo que pertenece al simbolismo del camino: el dolor por el accidente fatal en el trayecto, el trauma de perder a un ser querido que no pudo cumplir sus objetivos inmediatos, mientras se dirigía de un lugar a otro.

Observo desde el otro lado de la vieja carretera de Tafira este modesto monumento. Responde, efectivamente, a un resorte psíquico de naturaleza inmemorial. Sin cuerpo alguno enterrado en él, no es este un espacio para el reposo. Es una señal con la que los vivos quieren garantizar al difunto su desplazamiento de uno a otro lugar.