A veces echa uno de menos esas lecciones de urbanismo y convivencia que le enseñaban a uno en las escuelas públicas. Como consecuencia de que ya no parece que estos temas sean relevantes en los centros educativos y que sólo se centran en las asignaturas obligatorias, eliminándose lo que se denominaba Educación para la Ciudadanía, resulta que entre los escolares y jóvenes se observa cada vez más un peor comportamiento en cuestiones relacionadas con el medio ambiente, con las formas de expresarse, con la responsabilidad en los estudios o en las acciones que realiza cada uno, con la convivencia, etc. que en ocasiones es también un reflejo de lo que ven en sus mayores y en sus casas. Se salvan aquellos que tienen unos padres con una verdadera toma de conciencia de sus deberes como tales. Pero, por desgracia, hay otros que no actúan como es debido y sus hijos se crían, o bien proporcionándoles todo tipo de caprichos (así entienden que se ganan su amor) o se comportan como auténticos cafres, sin control, sin reglas, sin inculcarles el espíritu de superación, sin normas de educación y de convivencia. De ahí el fracaso escolar, la cada vez mayor precocidad en el inicio del consumo de estupefacientes, de bebidas alcohólicas o de la delincuencia.

Uno no tiene sino que darse una vuelta por playas, bosques, parques, jardines, aceras,, etc. para percatarse de esa falta de civismo de muchas personas y el mal ejemplo que dan. Con qué facilidad arrojan al suelo todo aquello que les estorba: colillas, bolsas de plástico, botellas, chicles, envolturas de alimentos y hasta los palillos de los chupa chups. Lo hacen de una forma natural, por costumbre y creo que ni siquiera piensan que eso no se debe hacer, que demuestra falta de educación, de sensibilidad y de respeto hacia los demás. Siempre he pensado que lo que no pueden transmitir los progenitores, o los profesores -aunque hay bastantes que sí tratan de inculcarle a sus alumnos valores cívicos- podría paliarse por parte de las administraciones y autoridades más inmediatas, primero, dictando unas claras normas, realizando campañas, invitando a la gente a comportarse como gente civilizada, etc, y, si no se toman en cuenta tales advertencia, entrar por la vía punitiva, con sanciones, trabajos sociales, o lo que sea, con tal de erradicar los malos hábitos.

No deja de ser chocante que determinados ayuntamientos dicten normas relacionadas con la recogida de basura, con el reciclaje, con la fea costumbre de dejar en la calle los excrementos de sus canes cuando los sacan a pasear, con los ruidos, con los destrozos en el mobiliario urbano o en los jardines, con arrojar escombros en cualquier paraje u objetos a la vía pública, en que se viertan aguas residuales o productos tóxicos en barrancos o en el mar, etc. y después no se llevan a efecto ningunas de las sanciones que se han previsto. O sea, se convierten en perros que ladran pero que no muerden. Esta desidia y falta de sensibilidad por parte de muchas autoridades, sean municipales, insulares o autonómicas, es la que propicia los desmanes anteriormente citados, que nos colocan, una vez más, en los últimos puestos de la lista de países europeos con menos educación cívica y responsabilidad, que además, parece que influye en esa situación de inestabilidad política, en la corrupción imperante, y en la creencia de que todo el monte es orégano.