Ha llegado a mis manos un curioso relato de un escritor cubano, con raíces canarias, llamado Frank Marrero. El libro en cuestión se titula Cabalgando entre islas y en él cuenta su propia historia, con algunos capítulos dedicados a un viaje que realiza a nuestras islas, cuando tenía doce años, acompañado de sus padres. Para él supuso una aventura que le quedó grabada toda su vida en la mente. En su cabeza rondaba contar esta historia y se puso en contacto, a través de un primo suyo, con un editor de Tenerife que fue quien en el año 2002 dio a conocer la obra.

Francesc Rogés, que fue el descubridor de este escritor y que colaboró, con Manuel Mora Morales, a que se publicara su libro, destaca en Frank Marrero "su obsesión cinematográfica, su pasión por la correspondencia, su necesidad de compañía perruna y su tendencia a la soledad", además del amor que sentía por su madre. Paquito, como le llama Rogés, había publicado desde 1992 una serie de relatos y más de mil artículos, destacando entre los primeros Tambores, Arará, Bikini, La cháchara, El tren de Oriente, El pan nuestro, Se compran libros, Polvo de estrellas, Rayas blancas y negras, Escapada del viejo fauno, Verónica la del lago, etc. Este último viene incluido al final de la mencionada obra.

Frank Marrero vivió en el barrio habanero de La Víbora y el editor tinerfeño Juan Celis Cantón, propietario de la librería La Isla (anteriormente se llamó Rexachs) le conoció a finales del año 2000, cuando fue a recoger el original del relato. "Me quedé prendado de su personalidad y, cómo no, de su manera de escribir. Una escritura sencilla y tan encantadora como ocurrente", señala en el epílogo del libro, que, desgraciadamente, no llegó a conocer Marrero, porque falleció en 2001.

El viaje constituyó toda una odisea para Paquito, que embarcó en La Habana en el buque italiano Lugano. Se dirigieron primero a Curaçao y posteriormente a La Guaira, Cali y Colón. Por último, el barco se introdujo en el Atlántico, hasta arribar al puerto de Las Palmas, donde desembarcaron el matrimonio Marrero y su hijo y otros canarios. A bordo se enamora de una de las pasajeras, una niña, más o menos de su edad, rica y mimada, que usaba gafas y que iba a Baleares con sus padres, que habían nacido en esas islas.

Al llegar a Gran Canaria se dirige a casa de unos parientes que vivían en la capital grancanaria y después visitan Moya, villa en la que residían su abuela y otros familiares. En esta parte del relato menciona a unas personas que, casualmente, yo también conozco y que son primos de Paquito. Me refiero a Juan Antonio de la Nuez y a su hermano Francisco. El primero es un conocido siquiatra y artista y el segundo fue compañero mío de estudios en el antiguo instituto Pérez Galdós, de la calle Canalejas. Tienen otros dos hermanos, Gloria y Santiago, o Chago, como también le dicen. Cuando Paquito y su familia visitaron Canarias, en 1948, recuerda él que había cartillas de racionamiento para conseguir azúcar, café, arroz, aceite, etc. que originaban colas en los lugares donde se adquirían.

Otra de las anécdotas que relata es que un día se fue caminando, con un primo suyo, de nueve años, llamado Tino, des-de Las Palmas a Moya. Era, precisamente, el 8 de septiembre de 1948, día de la Virgen del Pino. Salieron a la una de la tarde, desde la estación de Coches de Hora en la calle Bravo Murillo. Como no dijeron nada, dieron un gran susto a sus padres y parientes, que revolvieron cielos y tierra para ver qué les había sucedido. Llegaron a Moya a la una de la madrugada, tan cansados que no podían dar un paso. Pensaban que les iban a dar una paliza, pero los recibieron con besos, abrazos y efusiones múltiples.